Los ayuntamientos giraron a la república en la segunda vuelta

Historiadores debaten sobre la investigación de Ponce que acredita el fraude en Sevilla

Españoles haciendo cola en Sevilla para votar en las elecciones municipales de 1931 Abc

Juan L. Fernández-Sordo

Puede resultar sorprendente que en la democracia más antigua del mundo, como es la estadounidense, los resultados electorales estén rodeados de polémicas. Sobre todo, cuando se observan desde España, donde a las pocas horas del cierre de los colegios se conoce la composición casi definitiva del Congreso y el debate pasa a centrarse ya en hipotéticos pactos.

No siempre fue así. El domingo pasado, ABC detalló la investigación del doctor Ponce Alberca sobre las elecciones municipales del 12 de abril de 1931. En su libro «De las urnas a la república. Las elecciones municipales de 1931 en Sevilla», este historiador reconstruye el escrutinio de esa provincia, tras consultar las fuentes originales, y alude a otros factores de la época. Los historiadores Octavio Ruiz-Manjón, Enrique Moradiellos, miembros de la Real Academia de Historia, y Roberto Villa, profesor de la Universidad Rey Juan Carlos, relatan cómo era el contexto en el que se celebraron esas elecciones que devinieron en la república.

Irregularidades de 1931

En opinión del historiador Roberto Villa, las elecciones de abril de 1931 fueron «de las más limpias del momento» y destaca que se hicieron bajo las leyes de la Monarquía. Este historiador cree que hubo ciertas «irregularidades», pero añade que son «las propias de la época». Villa afirma que debemos ser indulgentes con nuestros antepasados, ya que nuestro sistema electoral garantista aprendió de los errores del pasado. En este mismo sentido, el catedrático Enrique Moradiellos señala que no podemos juzgar esas cuestiones, que desde nuestra perspectiva actual nos parecerían «raras» , pero que incurriríamos de así calificarlas en lo que denomina «un anacronismo presentista». Moradiellos insiste en que el propio hecho de que el comité central electoral resida en el ministerio de Gobernación de entonces es anómalo, aunque era algo generalizado en todas las democracias europeas. Apunta también que denuncias por ambos lados se pueden encontrar en la prensa de entonces.

Para ilustrar como era la época, Moradiellos narra el momento, durante la Restauración, en el que se enfrentó electoralmente el conde Romanones a su hermano, el primero por el partido conservador y el segundo por el liberal. Romanones ofrecía a los votantes de su hermano, que habían sido previamente comprados por tres pesetas, que, si se las entregaban, él les daba un «duro» por su voto, asegurándose su elección y ahorrándose una peseta respecto a su hermano.

Tras la proclamación de la República, el ministro de Gobernación entrante, Miguel Maura, mandó un telegrama para que no se constituyeran los ayuntamientos donde los resultados hubieran motivado protestas. En su investigación, Ponce afirma que «buena parte de las protestas» fueron formuladas solo contra los monárquicos después de las elecciones y después, incluso, del telegrama . La pretensión no era, en opinión de Villa, que coincide con Ponce, solventar problemas con el escrutinio, sino «republicanizar los ayuntamientos», algo que se puede afirmar «rotundamente» también del resto de España ya que otros estudios también lo afirman. Algo «lógico y coherente», señala el catedrático Ruiz-Manjón, «desde un punto de vista político». Este historiador no tiene certeza de que ocurriera así, pero no le «extraña», ya que es fácil de entender que ese fuera el proceder del nuevo régimen. Moradiellos tampoco lo puede asegurar, pero añade que «lo que pasa en un sitio es altamente probable que se repitiera en otros». Aunque matiza que eso no cambiaría el «sentir general» monárquico: «Ellos sabían que habían perdido». Y así cree que lo entendió el Rey Alfonso XIII, «que era más inteligente de lo que se cree», y por ello se exilió. «Las elecciones de abril, tras la proclamación de la república, dejaron de tener importancia», sentencia Ruiz-Manjón.

La repetición, según Ruiz-Manjón, se produjo en un clima de «presión y coacción republicana», iniciada el mismo 14 de abril. Los monárquicos, «sin padre ni madre, no comparecieron». Villa afirma que era «peligroso» presentarse como partidario del Rey en mayo de 1931, después de la quema de conventos, ola violenta que comenzó con el ataque, precisamente, de la sede de un partido monárquico.

República «mitificada»

Ponce, en su estudio, anima a otros historiadores a replicar esta investigación. Moradiellos cree que quizá no lleguemos a saberlo todo sobre esas elecciones, pero sí «tener elementos estadísticos suficientes» para valorarlas . Villa, por su parte, espera que «cunda el ejemplo» y confía en que podamos «esclarecer» los resultados, que cree que no dieron una victoria tan por la «mínima» como reflejan las cifras republicanas.

En su día, este historiador fue criticado por la publicación de un libro titulado «1936. Fraude y violencia en las elecciones del frente popular» que demostró con pruebas el pucherazo que pudo afectar a decenas de escaños. Espera que, en este caso, el trabajo de Ponce no sea objeto de críticas por los que tienen «mitificada» la república , e insiste en que ningún historiador niega que su instauración fue «revolucionaria» contra una monarquía constitucional, «no dictatorial», al margen de la legalidad vigente y que había ganado las elecciones.

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