El Audi del cerebro del crimen se averió cuando viajaba a Llanes con los sicarios
La Guardia Civil logró situar a los tres autores en un reconocimiento preparatorio en la zona del asesinato
«Tengo una tarea para ti de un amigo mío». Esa frase pronunciada por Jesús Muguruza fue el prólogo de la sentencia de muerte del concejal de Llanes Javier Ardines. A casi 200 kilómetros, en Bilbao, se empezaba a escribir su crimen un día de junio del año pasado. Pedro Nieva, vasco de 48 años, había descubierto la infidelidad de su mujer Katia Blanco con el marido de la prima de ella , su amigo Ardines, al que conocía desde dos décadas antes. Su esposa y madre de sus dos hijos se lo negó, pero él primero albergó sospechas y luego consiguió la prueba al grabar con su móvil una discreta e inapropiada conversación entre los dos en una comida familiar en Belmonte de Pría. Allí, a 22 kilómetros de Llanes, el matrimonio se había comprado dos años antes una casa de veraneo a cien metros de la del concejal y su mujer, Nuria Blanco, prima hermana de Katia. Los cuatro formaban parte de un grupo de amigos que salían juntos y compartían celebraciones, cenas y fines de semana.
Pedro Nieva, gerente de una empresa de suministros eléctricos en Amorebieta, puso precio a su despecho y buscó la manera de borrarse del mapa de la venganza. Se lo contó primero a su amigo Muguruza, con antecedentes por tráfico de drogas, y después, con el encargo ya propuesto, a dos argelinos residentes en Bilbao , sin oficio conocido más allá del trapicheo. El pago pactado era de 10.000 euros, cinco mil para cada argelino por darle una paliza a Ardines. Cuando Nieva se enteró de que lo habían matado, les entregó otros 20.000 euros. La Guardia Civil ha logrado reconstruir en una minuciosa investigación los prolegómenos del crimen y situar después a los cuatro autores.
El argelino Djilali Benatia y su compatriota necesitaban dinero rápido. El primero tiene antecedentes en España desde 1999 (robo, agresión sexual, atentado a agente de la autoridad...). Vivía en un piso de alquiler social del barrio bilbaíno de Otxarkoaga con su mujer española y tres hijos. Su amigo, en el de Recalde. Ninguno había oído hablar de Ardines y mucho menos sabían cómo llegar hasta él. A finales de junio empezaron los preparativos . Pedro Nieva les llevó en su Audi negro hasta la tierra de origen de su mujer. Allí, según ha podido demostrar la investigación, les enseñó el «Bramadoira», el barco de Ardines en el que faenaba el concejal, atracado en el puerto de Llanes. Desde ahí les condujo hasta Belmonte, aldea que pertenece a Pría, una de las veintiocho parroquias de Llanes, en la falda de la Sierra de Cuera y pegadas al mar. La carretera se bifurca en dos caminos casi paralelos: uno de tierra rodeado de robles y castaños donde está la casa de Ardines y a la espalda la que habían comprado y restaurado Nieva y su mujer. Imposible acceder hasta ellas sin guía. Les instruyó sobre los horarios del edil, los escondites posibles, los puntos donde hay policía local o guardia civil y los caminos de huida. En uno de esos viajes con Pedro y con Benatia viajó Jesús Muguruza.
Meses después, cuando ya se buscaba a los asesinos, los agentes de la UCO y de la Comandancia de Gijón averiguaron que el Audi del cerebro se había averiado en uno de esos trayectos (los tres hicieron varios viajes de reconocimiento a la zona), lo que obligó a Nieva a llamar a una grúa. Ese contratiempo permitió ligar a Nieva con los argelinos.
A finales de julio Benatia y su colega decidieron ejecutar el plan. Condujeron hasta Belmonte en el Citroën C4 del primero. Al llegar, cogieron una valla de obra , abandonada junto a otras al lado de la vía del tren, metros antes del camino que les había marcado el cerebro y la colocaron en la bajada que debía tomar Ardines para ir al puerto. El concejal la esquivó sin bajarse de su furgoneta. Más tarde contaría extrañado a su familia que alguien había dejado ese obstáculo en la bajada hacia la carretera. A unos metros, Katia dormía en su chalé de vacaciones sin su marido, que se había quedado en Amorebieta. El plan trazado había fracasado. El primer intento. Los argelinos volvieron a Bilbao para preparar una nueva emboscada.
La Guardia Civil, que examinó después cientos de cámaras de seguridad por todas las rutas posibles entre Pria y la ciudad vasca, logró imágenes del coche de los sicarios. Sabían ya que el Audi de Nieva no estaba ese día en Belmonte; tampoco la segunda vez.
El intento definitivo tuvo que retrasarse hasta el 16 de agosto. Nieva sabía que la presencia policial aumentaba por las fiestas y, por tanto, habría más controles cuando los sicarios huyeran tras el crimen. Benatia y su socio esperaron de nuevo a Ardines, apostados entre los árboles. En lugar de una valla interpusieron tres y provistos de espray pimienta rociaron a la víctima en la cara (salpicó también las vallas) y le golpearon con saña con un palo y un bate de béisbol. Ardines, de 52 años, alto y fibroso acostumbrado a la dureza del mar, logró escapar unos 60 metros, camino abajo, malherido. Ahí, casi delante de «El Ñeru» , la casa de su vecino, lo remataron asfixiándolo. Benatia aseguró a la juez que él lo dejó vivo; fue su compañero quien lo mató y se enteró de que la víctima había muerto por la prensa. Por eso cobraron más: otros 20.000 euros. Nuria, la mujer de Ardines, y Katia, la prima de ella, con la que el concejal llevaba 30 años de relación clandestina, coincidieron en el camino de Belmonte cuando dos horas después se descubrió el cadáver. Nieva le había mandado unos días antes a Nuria una grabación que demostraba la relación de su marido y su prima, lo que había motivado una gran bronca entre ellas dos, que a partir de ese momento dejaron de hablarse.
Unos días después, uno de los sicarios -al que Benatia acusa de rematar a la víctima- se marchó a Turquía sin cobrar lo que faltaba. Más tarde, cuando ya la Guardia Civil los había identificado, estaba en Suiza y allí fue detenido e ingresado en prisión por tráfico de drogas. Los investigadores saben que huyó con la parte inicial del pago y luego cobró el resto.
Pedro Nieva, Jesús Muguruza y Djilali Benatia siguieron con su vida, pero tomaron precauciones. Desde el inicio se trabajó en dos líneas de investigación: un móvil político por las enemistades que había despertado Ardines con sus restricciones al turismo descontrolado al que aspiraban algunos empresarios y un móvil sentimental. La hipótesis del marido despechado se abrió paso muy pronto. El problema es que se encontraron con que podía haber más de uno y de dos maridos despechados. La vida personal de la víctima era cualquier cosa menos convencional.
La declaración de su prima política, Katia Blanco, que había borrado numerosos mensajes de su móvil y presentaba claras inconsistencias ayudó a centrar al sospechoso: su marido, que el día del crimen estaba a casi 200 kilómetros del lugar. Se barajó que hubiera alquilado un coche para desplazarse hasta allí y que no llevara teléfono móvil. Tras numerosas indagaciones se abrió paso la vía de que Nieva estaba implicado en el asesinato, pero el ejecutor podía ser otra persona.
En octubre, los análisis químicos confirmaron que los restos que parecían salpicaduras de óxido hallados en las vallas pertenecían a un espray pimienta de defensa personal. Con él, quien le atacó logró aturdir a Ardines y vencer su resistencia. En el cadáver se encontraron esas mismas muestras, que podían haber quedado impregnadas en el coche usado por el asesino.
Las indagaciones sobre Nieva se intensificaron. Tenía dos coches de alta gama, un pareado en Amorebieta, el magnífico chalé de Belmonte de Pría, motos, comilonas, escapadas de fin de semana, y todo eso con una actividad casi nula en su empresa de suministros eléctricos. Sus ingresos eran notables pero debían de proceder de otra parte.
Paralelamente, empezaron a reducirse los teléfonos móviles que habían repetido en la zona del crimen en el momento de los hechos. El de Nieva no estaba, pero sí el del argelino huido a Suiza. Cuando los agentes descubrieron que tanto este individuo como otro argelino se relacionaban con Jesús Muguruza, amigo de Ardines, supieron que estaban más cerca de cerrar el círculo. Pedro, mientras, hacía vida de vengador sin culpa, y Katia se aplicaba al disimulo. En Belmonte de Pría aseguran que después de las fiestas de la Virgen el 7 y 8 de septiembre no volvieron a su casa restaurada con esmero y la relación con Nuria dejó casi de existir.
A finales de diciembre, Pedro Nieva fue detenido por la Guardia Civil de Burgos, que investigaban desde abril un laboratorio de marihuana en una casa de alquiler. El electricista se había ocupado de instalar un sofisticado sistema de enganche a la luz. Se intervinieron casi mil plantas; el piso de la droga estaba preparado para dar cinco cosechas al año. Ya tenían el origen del dinero que fluía y el perfil que buscaban. El sospechoso había sido denunciado en mayo por su excuñado que asegura que él y su hijo le dieron una paliza. Querían en teoría vengarse por el maltrato que este individuo infligió a la hermana de Katia. «Que es un tipo violento nos quedó claro desde el principio, pero que tomó todas las precauciones para que no lo relacionaran con el crimen, también», asegura uno de los investigadores.
El 19 de febrero, la Guardia Civil detenía a los cuatro autores. Nieva dormía junto a su mujer y sus hijos, de 18 y 22 años, en su casa de Amorebieta. A esas alturas, gracias a las intervenciones teléfonicas y a los más de tres meses de vigilancia intensiva tenían claro el papel de cada uno. Cuando el jueves por la noche Nieva compareció ante la juez de Llanes decidió no responder preguntas. Según «El Comercio», la instructora le espetó: «¿Pagó usted a dos sicarios para que acabasen con la vida de Javier Ardines al tener conocimiento de que mantenía una relación con su mujer desde que ella era menor de edad?». Nieva supo entonces lo que era la derrota. «No quiero hablar más, no quiero hablar más». En algún momento, aseguran, lo hará.
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