Ariadna en el laberinto

Alaya es distante, exigente, hierática. Al enredarse en una instrucción ingobernable acabó resbalando con candor sorprendente en una trampa

Para muchos es una heroína que se enfrentó al sistema en un desafío del que acabó víctima; para otros, una diva con un arrogante concepto de sí misma

La jueza Mercedes Alaya en una imagen de archivo RAÚL DOBLADO
Ignacio Camacho

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A Mercedes Alaya la engañaron. O se dejó engañar pecando de ingenua. Cuando salió a concurso la plaza-cebo en la Audiencia y la solicitó confiando en mantenerse al frente del sumario de los ERE en comisión de servicio, acaso interpretó indicios como certezas o creyó en la palabra de alguien que al final no pudo o no se atrevió a cumplir una promesa. En cualquier caso no vio venir la treta, no captó que la cúpula de la justicia había perdido la confianza en ella, en su manera de instruir, tan terca como farragosa, espasmódica, insufriblemente lenta. A esas alturas los ERE estaban casi despachados pero la jueza había encontrado en los cursos de formación materia para otra causa conexa , y el poder judicial temía otra prolija instrucción de ramificaciones eternas. Le hicieron la envolvente, la subieron de rango y de sueldo, pero le cegaron la vereda. Cuando se dio cuenta de la maniobra estaba fuera de la pista, descarrilada, empujada a un confortable exilio de papeleos y sentencias. Le aplicaron la técnica del judo para tumbarla con el impulso de su propia fuerza.

Nadie en los medios jurídicos sevillanos duda de su tesón, de su porfía, de su coraje ni de su instinto. Pero tampoco de su tendencia a enredarse en sus propios laberintos. En su empeño por demostrar que el fraude de las ayudas de jubilación obedecía a un plan político permitió que el procedimiento–como el de la gestión de Lopera en el Betis, que acabó en descomunal fiasco—se dilatase en un caos compulsivo. Quemó a varios ayudantes incapaces de adaptarse a su estilo y prosiguió en solitario, aferrada a la convicción de quien persigue un designio. Se dejó la salud, literalmente , en la tarea de tirar del hilo para llegar al fondo del sistema, a la cámara central de la pirámide de corrupción institucional que hoy está sometida a juicio. No se fiaba de nadie, con motivo; sólo de la UCO, cuyos agentes –acusados por las defensas de instructores paralelos-- han convertido en alegatos de cargo sus declaraciones como testigos.

Alaya tiene una estructura moral de titanio envuelta en una piel de porcelana. Es hermética, distante, exigente, hierática. Su esfuerzo por levantarle los faldones clientelares a treinta años de régimen socialista en Andalucía la convirtió para muchos en una heroína acosada ; llegó a tener un club de fans en Facebook con miles de seguidores que la jaleaban. En la esfera oficial, en el sindicato de favores de la política, ese estrellato de seca primadonna gustaba poco o más bien nada. Sus interrogatorios interminables , su displicencia en el trato, su personalidad indescifrable, entre enérgica y anárquica, le granjearon enemistades y la aislaron en el estamento togado que debía ampararla. Cometió errores manifiestos pero también sufrió el hostigamiento de una máquina de poder implacable y sectaria. Y al extender ad infinitum un sumario ciclópeo, ingobernable, acabó resbalando con candor sorprendente en una trampa.

Sin la menor duda respira por la herida. Se siente ninguneada, preterida, censurada, incluso un punto resentida. Ésa es la inspiración esencial y el valor documental neurálgico de esta entrevista, una ácida requisitoria contra su apartamiento, una acusación directa, grave y comprometedora contra la interferencia del poder ejecutivo en la justicia. Su denuncia no apunta sólo a la trama de intereses autonómicos del Partido Socialista, sino a un gremialismo político transversal que vicia el statu quo con una lacra intrínseca. Es posible que intuya que algunos de los principales procesados -y en concreto el ex presidente Chaves, cuya acusación fue significativamente rebajada-- salgan indemnes de la vista. Para muchos es una campeona justiciera que se enfrentó al sistema en un desafío prometeico del que acabó víctima ; para otros, una diva iluminada por un arrogante concepto de sí misma. Puede que tenga algo de las dos cosas, o simplemente se trate de una mujer convencida de su razón y dispuesta a defenderla con una tenacidad obsesiva. En cualquier caso, ha sido la única persona capaz de zarandear la larga hegemonía del PSOE andaluz , abrirle las costuras a su aparato institucional y poner su largo dominio patas arriba.

Ariadna en el laberinto

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