Salvador Sostres

Arde Cataluña

Salvador Sostres

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El drama del catalanismo no ha sido España como concepto, ni la retórica de un Estado que nos oprime y nos roba, sino las élites del propio catalanismo , tan profundamente groseras y que han practicado un sentimentalismo obsceno, desestructurado e insincero, de adúltero que pretende tener una querida que esté pendiente de él todo el día, pero sin la mínima cortesía de ponerle un piso. Unas élites sin ningún refinamiento intelectual, de tortel y ratafía, de pocas lecturas y sesgadas, más exhibicionistas que generosas; que viven el catalanismo como una suerte de lujuria fetichista a través de la que intentan redimir su complejo de inferioridad, su catolicismo cínico y mal llevado, y su delirante megalomanía que no es que no guarde ninguna proporción con la provincia, sino que excedería hasta a los padres fundadores de los Estados Unidos. Boadella lo contó mejor que nadie en Ubú President, y en el alter ego de Josep Pla en la obra sobre el autor ampurdanés.

El drama del catalanismo es que ha tenido siempre a unos políticos cuya prioridad ha sido el poder y no su idea de Cataluña, si es que alguna idea han tenido; y de este cinismo han venido todas las corrupciones: las políticas, las económicas, las periodísticas y las morales. Y ésta es la única explicación —y no los «charnegos», ni el Gobierno, ni el Estado— de por qué el catalanismo, el nacionalismo o el independentismo nunca avanzan y dan siempre vueltas sobre ellos mismos.

La crisis política que la CUP ha abierto presentando una enmienda a la totalidad a los presupuestos de sus teóricos compañeros de viaje secesionista, y dando cobertura a los okupas que incendian el barrio de Gracia, e incluso participando en los altercados, es un capítulo más de la terrible mediocridad de las presuntas élites del catalanismo.

El invento más reciente de Convergència és la CUP, que no existiría de no ser por la cobertura que le dio Mas para frenar el ascenso de Esquerra. Durante los preparativos y celebración de la pachanga del 9 de noviembre —otra delirante comedia—, el aparto convergente —tanto sus líderes como sus periodistas orgánicos— llevaron a cabo la más irresponsable operación de blanqueo de tipos como Quim Arrufat o David Fernández, y presentaron a la CUP en sociedad como un proyecto fresco, desenfadado y en cualquier caso perfectamente inofensivo.

Sólo así la CUP pudo ser bien vista por esta burguesía local, cobarde y frivolona, que nunca da la cara por nada y que quiere sentirse «so cool» con su voto, en lugar de proteger sus intereses con la valentía del hombre culto y libre; y sólo así estos chicos, un poco brutos, como diría Arzalluz, pudieron pasar de 3 a 10 diputados; y creyendo Mas que los tenía controlados, vio cómo se volvían contra él y le cortaban la cabeza, tal como Convergència va a ver cómo les dejan sin presupuestos.

Como sucede siempre con los irresponsables, los convergentes llegan mal y tarde a darse cuenta del monstruo que han engendrado, y son inútiles, y patéticos, los ataques con que intentan sofocarles. El martes filtraron, por ejemplo, las propiedades inmobiliarias de los dirigentes más ricos del partido, como respuesta a las declaraciones de la diputada antisistema, Eulàlia Reguant , legitimando la okupación de las segundas residencias. ¿Y qué? La CUP está ya perfectamente instalada allí donde CDC y muy personalmente Mas la acomodaron, y su dinámica de container incendiado es la lógica continuación de los duros a cuatro pesetas que promete el independentismo, y su folclore callejero es folclore añadido al folclore peronista de Xavier Trias de pagar el alquiler a los okupas para que estuvieran tranquilos.

Es una constante del independentismo confiar, cuando se crece, en que la extrema izquierda será más patriota que sectaria; y la extrema izquierda se deja querer para aprovecharse de la escena, y pasar luego cuentas en la checa.

Como los avaros que sólo persiguen el dinero, Convergència va a perderlo todo. Como los países que dependen de mesías y de redentores, Cataluña está quedando profundamente desdibujada y va a tener que volver a preguntarse qué es y qué sentido tiene cuando la chatarra procesista sea desmantelada e intente volver a levantarse.

Y como como todos los cobardes, la burguesía catalana acabará llorando con bancarrotas lo que no supo defender con valor e inteligencia.

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