Álvaro Delgado-Gal

Tiempos inverosímiles

La última gran conmoción, la más grave quizá dentro de lo grave, nos ha venido dada por la salida de España del Rey

Álvaro Delgado-Gal

Las cosas han adquirido una velocidad supersónica: pasan zumbando y, antes de que nos hayamos recobrado del susto, son ya un bulto menguante que se pierde en la línea del horizonte. Hace tan solo dos semanas, ocupó las portadas de los diarios la moción de censura anunciada por Vox . Durante uno, dos días, esa noticia pareció importante. Pero ahora se ha hecho tan pequeña, que parece casi que no hubiese existido. Vendrían a continuación los datos sobre la caída del PIB nacional: dieciocho puntos y medio tomando como referencia los meses que van de abril a junio. Tanto o más que los números absolutos, ha causado una impresión depresiva su valor relativo: la contracción española supera en más de seis puntos la media de la zona euro. Marzo añade cinco puntos al derrumbe estrepitoso. También son pésimas las cifras sanitarias , según puede comprobar quienquiera que consulte las estadísticas internacionales basadas en la información oficial que suministran los distintos países. Habrá recuperación, claro. Pero la mala evolución de la pandemia hace temer que será más lenta de lo previsto, y que, dado el peso del sector turístico en nuestra economía, seguiremos desviándonos de nuestros vecinos durante un tiempo considerable. ¿Cómo hacer frente a la calamidad? No se sabe. Caminamos hacia una deuda pública del 120% del PIB, el gobierno carece de margen fiscal y las ayudas europeas solo tendrán un efecto paliativo. Somos un problema para nosotros y un problema para Europa, y candidatos a un rescate si no se toman medidas enérgicas y rápidas. El caso es que no se sabe cuáles o por iniciativa de quién. Una voz de origen griego, «stasis», define nuestra situación con exactitud: la estasis designa tanto el estancamiento de la sangre, como el estado de conflicto que en una comunidad impide el normal funcionamiento de la ley. La vida pública está bloqueada, y el bloqueo se produce por el enfrentamiento de todos contra todos. Del gobierno con la oposición, y de una de sus mitades, contra la otra mitad.

Representa seguramente una hazaña que un gobierno sin respaldo parlamentario, y obligado a neutralizar al ala izquierda de su propio gabinete, logre mantenerse en pie. Pero este prodigio gimnástico se está logrando a un precio que el país, verdaderamente, no se puede permitir. La última gran conmoción, la más grave quizá dentro de lo grave, nos ha venido dada por la salida de España del Rey Emérito . No ha sido negociada, por desgracia, por el conjunto de las fuerzas políticas, con un mensaje adjunto que deje intacta la vigencia del marco monárquico y transmita una idea clara de lo que esa salida significa. Los secesionistas han dicho lo que cabía esperar, puesto que no distinguen entre la monarquía, la persona de Juan Carlos I, la democracia del 78, y la unidad de España. Y los socios de Sánchez en el gobierno han instado la república. Todavía peor: la decisión se ha acordado entre una de las mitades del gobierno y la Casa Real, lo que dificulta irrevocablemente su interpretación política e institucional. España, en este instante, es un caos de dimensiones cósmicas: un Big Bang o, mejor, un Big Crunch.

Como lo que no puede ser, no puede ser, y además es imposible, esto va a descarrilar más bien pronto que tarde. Estamos ingresando, objetivamente, en una fase revolucionaria, esto es, en una sazón colectiva para la que no rige la lógica convencional. Cierro esta columna con una frase proveniente de una novela de Pirandello: «Giustino Roncella nato Boggiòlo». Ahí va: «La vida rebosa de absurdos infinitos, los cuales no necesitan siquiera parecer verosímiles porque, para empezar, resulta que son verdaderos». En esas estamos. El que comprenda algo, que levante la mano y recite una lección magistral.

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