Enquiridión
Leyendo los posos de té
La oposición está dividida, no sabe bien lo que quiere y hacen cábalas sobre cómo llegará al poder
Tres cuestiones tienen entretenidos a los analistas conforme el año se desliza hacia lo más profundo del verano. La primera es si el Gobierno podrá agotar lo que resta de legislatura. Técnicamente, ello le resultará factible mientras siga contando con el apoyo parlamentario suficiente. Pero esta apreciación infravalora lo que se necesita para persistir de verdad en el poder. El Gobierno padece mucho más que un desperfecto o una avería: está afectado por una crisis profunda de legitimidad. Varias razones explican la pobrísima opinión que Sánchez inspira a sus gobernados. Podríamos hablar de la gestión de la pandemia; o del hecho admitido de que el presidente es incapaz de decir la verdad ; o de su escandaloso trato de favor a los secesionistas.
Tampoco ayudan algunas instantáneas que han quedado grabadas en la memoria colectiva. Por ejemplo, la de Sánchez trotando, como un perrito faldero, a la vera de Biden, un señor que evidentemente no quería dirigirle la palabra. Pocas veces me ha cabido asistir a una escena tan humillante, tan vejatoria para quienes, mal que bien, se sentían representados por su presidente. En resumen, el Ejecutivo está aquejado de aluminosis avanzada, lo que significa que podría venirse a tierra por causas múltiples: un corrimiento de tierra, un aguacero intenso, un viento huracanado. Su duración, en fin, es impredecible y frágil.
Esto nos lleva a la oposición, ganadora probable de las siguientes elecciones. La oposición está dividida; no sabe bien lo que quiere; y, naturalmente, se hacen cábalas sobre cómo y en qué condiciones llegará al poder . Aquí afloran las otras dos cuestiones. He detectado, simplificando mucho, dos hipótesis distintas. Según la primera, el PP busca una ruptura con Vox. Manumitido del partido de Abascal, allegaría votos del granero socialista y se aproximaría a una mayoría absoluta después de las elecciones. Dueño del centro, estaría en situación de gobernar con cierta comodidad y, lo que es más importante, de llegar a acuerdos con lo que quedara del PSOE. Todo esto suena bien, pero se me antoja un poco traído por los pelos. No creo que el PP vaya a reducir a Vox hasta convertirlo en un partido testimonial; no creo que pueda prescindir de él si por fin se le abren las puertas de La Moncloa; y no creo que nadie esté en condiciones de columbrar, ni por asomo, si el PSOE podrá reconciliarse de nuevo con la Constitución o cuánto tardaría en hacerlo. Esto nos obliga a pasar a la segunda hipótesis, menos optimista.
Lo que esta prevé es que el centro, castigado ya, lo estará todavía más después de las elecciones. Primero, porque los ganadores no podrían despegarse de Vox. Lo segundo, porque tal vez la izquierda se desplace todavía más a la izquierda. Con el Estado manga por hombro, las instituciones dañadas, la economía poco floreciente, y los secesionistas impenitentes, se plantearía, en el corto plazo al menos, un escenario que, usando un eufemismo, calificaré de difícil.
Tengo que decirles que todas estas especulaciones, desde las referidas a la duración del Gobierno, a las que se centran en las combinaciones de la oposición, me interesan lo justo. Es tal la distancia entre los problemas de España y los recursos de un sistema en descomposición avanzada, que asistiremos, sí o sí, a una mudanza radical y al principio incontrolada. ¿En qué sentido? Lo ignoramos. Cuando se murió Franco, existían objetivos claros: Europa, la democracia, la necesidad de evitar un conflicto civil. Esa claridad disciplinó a los españoles y espoleó el acuerdo. Ahora, sin embargo, podemos afirmar, como en Macbeth, que España parece un cuento narrado por un idiota , lleno de ruido y de furia, y que no significa nada.