Enquiridión
La guinda encima de la tarta
Se ha abierto entre Ciudadanos y el PP un altercado de diagnóstico confuso. Suena mal
Estamos asistiendo a una autofagia acelerada del sistema político. Dicho con más exactitud: los partidos se están asesinando entre sí, y por tanto, suicidándose como colectivo. El caos, la violencia, la insania política han llegado a extremos alarmantes. Y no solo se acuchillan con denuedo los partidos, sino también las instituciones. La campaña del Gobierno y del PSOE contra la Comunidad de Madrid mueve, sencillamente, al pasmo. Las autonomías tendrían que servir para que el autogobierno añadiese, a la estructura estatal, interesantes precisiones territoriales. Empezamos a temer que no es así, y que el autogobierno, unas veces por excesos centrífugos, otras porque no gusta al presidente de turno el color que lleva pintado en la cara, ha servido, sobre todo, para que crezca la casta política y brillen con más crudeza los puñales que unos quieren hundir en las barrigas de otros, ya desde arriba, ya desde abajo, ya entre iguales. El último rifirrafe tiene por protagonista, precisamente, a la autonomía madrileña . Vayamos por partes.
Se ha abierto entre Ciudadanos y el PP un altercado de diagnóstico confuso, a tenor de lo que nos llega a través de la prensa. El asunto, en sí mismo, suena rematadamente mal. Pero no quiero entrar en detalles que desconozco. Lo importante, de todas formas, se desarrolla en el escalón de arriba, esto es, a nivel nacional. Según fuentes que no se concretan y cuya veracidad estamos autorizados a entrecomillar, se sospecha que Arrimadas ha iniciado una aproximación integral al Gobierno, aproximación que podría traducirse en breve en un cambio de alianzas en el parlamento regional. No acabo de creérmelo, por las razones que daré a continuación, aunque, ¡vaya usted a saber!, al final resulta que es verdad. Les quiero decir antes por qué aprobé, in foro interno, la decisión de Arrimadas de apoyar la última prolongación del estado de alarma .
El motivo es simple: habría sido un disparate desarmar bruscamente al Ejecutivo con la pandemia campando por sus respetos en el país. Lo prudente era advertir al Gobierno de que no podía seguir haciendo de su capa un sayo, y poner condiciones claras, y cada vez más exigentes, a fin de que sus poderes extraordinarios lo fueran menos de lo que aquél pretende. Y eso es lo que hizo Arrimadas. En una nación civilizada, Pedro Sánchez habría adoptado una estrategia genuinamente dialogante, corrigiendo el acento autocrático que ha impreso a su gobierno de las cosas, un gobierno que, desgraciadamente, recuerda muchas veces a un desgobierno. Sin embargo, el presidente se ha disparado, ¡cómo no!, en dirección contraria. Por las trazas, propondrá que se prolongue el estado de alarma durante un mes, lo que va en contra de la Constitución y le daría carta blanca, al echarse julio encima, hasta después del verano.
Salvo que haya marcha atrás, lo último coloca a Arrimadas en una situación desesperada, tanto, que no se comprende que diera su brazo a torcer salvo en la hipótesis de que estuviera contemplando una absorción de su partido por el PSOE. Es obvio que su plácet a la prórroga mensual aniquilaría electoralmente a Ciudadanos, y que solo encuadrándose en la disciplina socialista podrían, Arrimadas y sus diputados, seguir a medio plazo en la política activa. Esa es la hipótesis tremebunda que manejan en el fondo las fuentes confidenciales, y eso es lo que, todavía, me resisto a aceptar.
Si la conjetura tremebunda se verificara, este sistema estertoroso daría su último aliento, o poco menos. Si no lo hace, habríamos asistido a una pelea tabernaria, sucia y estúpida de los que nos gobiernan desde el Puente de Vallecas. Sea como fuere, no es verdad que dos se pelean si uno no quiere. Para que no haya pelea, tiene que haber acuerdo a cierto nivel, compatible con el desacuerdo a otros niveles. La alternativa, es la lucha generalizada. Y el que termina poniendo la guinda encima de la tarta es Leviatán, como bien razonó Hobbes.
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