La campaña de Madrid

Díaz Ayuso ha elegido como consigna para su campaña madrileña una disyuntiva con ecos de la Guerra Fría: «comunismo o libertad»

La presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso EFE

Álvaro Delgado-Gal

Díaz Ayuso ha elegido como consigna para su campaña madrileña una disyuntiva con ecos de la Guerra Fría: «comunismo o libertad». Desde un punto de vista puramente analítico, la disyuntiva no se sostiene. Ángel Gabilondo no es, evidentemente, un enemigo de la democracia, ni aún por aproximación. Sánchez, es verdad, está contribuyendo a destruirla, si bien no a partir de una teoría sino, más bien, de una ausencia de teorías: lo peligroso, en el caso del Presidente, es la mala, pésima praxis, no un esquema políticamente alternativo de lo que debería ser la vida en común de los españoles.

Pero el destinatario de la consigna no es, por supuesto, Gabilondo. Es Pablo Iglesias Turrión. El lema busca ser eficaz localizando primero, como enemigo, a un individuo que va a movilizar en su contra todo el voto conservador y que es detestado también por muchos madrileños de inclinación izquierdista; en segundo lugar, se coloca en la estela de Iglesias a Gabilondo, no de forma por entero caprichosa. Si el segundo consigue gobernar Madrid, lo hará junto al primero, cuyos improperios, cuyo lenguaje de acentos homicidas, se oirán con mucha más nitidez que la voz pausada del jefe socialista.

La idea, en fin, es ensombrecer a este por el procedimiento de fusionarlo con el secretario general de Unidas Podemos, invirtiendo la técnica sanchista de anular a Casado arrimándolo a Abascal. ¿Funcionará la estratagema? Es posible, sobre todo si el vicepresidente saliente, siguiendo sus instintos, decide tocar pavés e incendiar la calle. Que es lo que parece que va a hacer, a tenor de cómo se ha conducido últimamente. Aunque nunca se sabe, claro. En la comedia del arte en que se ha convertido la política española, el guion se improvisa al buen tuntún y ya no se sabe quién es Arlequín, y quién Polichinela.

Me interesa más una segunda dimensión de la campaña, que el mote «comunismo o libertad» ha ensombrecido provisionalmente. No tengo más remedio que hablarles de una nota que Enric Juliana, un catalanista no exactamente revolucionario, publicó hace dos semanas en ‘La Vanguardia’. En su asombroso suelto, el señor Juliana sostenía que la Comunidad de Madrid había emprendido una vía secesionista, esto es, contraria al bien común. Tras de lo cual añadía: «Si Madrid pretende desentenderse del resto de España, bien podría plantearse que en el futuro sean los electores del resto de España los que decidan el gobierno de la región de Madrid».

El razonamiento de Juliana obligaría a suprimir, de inmediato, las autonomías vasca y navarra, que en la práctica no pagan impuestos al resto de España. Y, sobre todo, la catalana, la cual ha intentado, no metafórica sino literalmente, una secesión. Pero me temo que no iba por ahí el razonamiento del columnista de ‘La Vanguardia’. La solución que nos propone Juliana es otra, a saber: que los partidos «de orden» (PSOE, PNV, un catalanismo reconstituido, más una derecha que no tenga nada que ver con la derecha actual), se encarguen de rectificar algunos hechos lamentables.

Por ejemplo, que el PIB madrileño se encuentre en este momento quince puntos por encima del que alega Cataluña. Ese es el escándalo. Eso es lo que no puede pasar si queremos que la democracia perdure.

Juliana ha puesto, en fin, el dedo en la llaga. Con precisión algunos madrileños, confusamente muchos más, han percibido que el sistema de alianzas políticas de Sánchez enfrenta a este con Madrid: la capital de España no puede no ser un incordio cuando la base parlamentaria del Gobierno incluye a Esquerra, Bildu, y unos valedores tardíos y ramplones del «Estado de las anfictionías» que floreció durante la Primera República y fue aireado en la Segunda. Ese disparate, más allá del enfrentamiento entre grandes ideologías, podría servir a Díaz Ayuso para armar su campaña, o, mejor, su contracampaña. Que sepa aprovechar la ocasión, es otro asunto.

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