Manuel Marín - ANÁLISIS
Alertas despreciadas y verdades a medias
Maquinar, como ha hecho la dirección política de los Mossos, una teoría de la conspiración contra el Cuerpo y sus notorias negligencias solo puede responder a una obsesiva manía por eludir responsabilidades
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Los Mossos d´Esquadra han admitido que sí hubo una alerta el pasado 25 de mayo sobre un posible atentado yihadista en las Ramblas de Barcelona, pero niegan que el aviso procediese de la CIA y arguyen que el documento publicado que lo avala es falso. Sin embargo, sea cual sea la versión real sobre la verosimilitud y origen real del documento, el dato cierto es el reconocimiento por parte de los Mossos y del Ministerio del Interior de que hubo una alerta objetiva. Pero a continuación, los responsables políticos y operativos de los Mossos argumentan que no dieron credibilidad a la advertencia y que solo investigan alertas basadas en «elementos contrastados».
Cualquier análisis a toro pasado es fácil y quienes lo realizan juegan con ventaja respecto a quienes deben prever atentados. Eso es evidente. La prevención absoluta es imposible. Ahora bien, maquinar, como ha hecho en las últimas horas la dirección política de los Mossos, una permanente teoría de la conspiración contra el Cuerpo y sus notorias negligencias solo puede responder a una obsesiva manía por eludir responsabilidades. ¿Una vez más todo error de los Mossos es achacable a las «cloacas» del «Estado represor»? No es de recibo elucubrar sobre ello.
Los Mossos plantean un serio problema de credibilidad. Trapero dice una cosa y su contraria, algo impensable en un gestor de la seguridad pública en un país que convive en un nivel 4 de alerta por atentados yihadistas. Son muchas las dudas abiertas sobre la información real de que han dispuesto los Mossos, sobre su gestión de esa información, y sobre su injustificada reserva para compartir los datos amenazantes de que disponía. Lamentablemente, todo está contaminado por una dirección política basada en una obsesión identitaria y separatista capaz de fracturar incluso el sentido institucional de la seguridad pública, y de apartar de sí cualquier síntoma que lo vincule remotamente a «lo español».
Nada cuadra en el complejo puzzle de falacias, manipulaciones, medias verdades y reservas opacas de los Mossos. Ni los avisos de Bélgica, ni las alertas y antecedentes sobre el imán, ni el esclarecimiento de la explosión de Alcanar o la tardía reacción policial, ni ahora la confusa versión -y «contra-versión»- de las advertencias de la CIA. No se trata de cavar agujeros negros bajo nada. Se trata de que las versiones de los hechos, con dieciséis vidas segadas y la amenaza de muerte a muchos millones más, sean mínimamente coherentes y creíbles. No hay seguridad sin libertad, ni libertad sin seguridad. Pero tampoco hay seguridad ni libertad sin verdad. Y en faltar a la verdad, la dirección política de los Mossos se ha convertido en una inopinada experta. Ni siquiera este independentismo de manipulaciones sectarias y excluyentes se pone de acuerdo consigo mismo sobre la conveniencia de disponer de un hipotético Ejército propio.
Cargar exclusivamente sobre el Estado la culpa de un aviso desoído y despreciado de atentado multitudinario en las Ramblas es ahora un ejercicio de cinismo irresponsable llamado solo a sacudirse culpas y complejos.