Mayte Alcaraz - PECADOS CAPITALES
Albert, no era la economía; era Bárcenas
Cuando el pasado miércoles, Rajoy se presentó ante la prensa para mostrarse «optimista» con Rivera , el presidente en funciones ya sabía que Ciudadanos «iba a hacer política». Era cuestión de días. Había que dárselos para que demoliera palabra a palabra su discurso. Es decir, para que cambiara, a la vuelta de una semana, su abstención técnica por un sí. La primera señal la dio ayer el vicesecretario popular, Javier Maroto, cuando a primera hora de la mañana le dijo a Carlos Herrera en la Cope que el PP «estaba dispuesto a dar todo» . Era una manera elegante de hacer ver que el que cede parece que ofrece y el que exige, pide. A esa hora, nueve de la mañana, PP y Ciudadanos empezaban a hacer política. Y nadie se había dado cuenta.
Cuando Rajoy y Rivera se sentaron ante una mesa de trabajo hace una semana ambos querían escenificar el deshielo que conduciría al fin del bloqueo. A Moncloa había llegado un doble mensaje antes de ese encuentro: para que Ciudadanos prestara sus tres millones largos de votos a la investidura de quien pasaba por ser su «bestia negra» hacía falta que Rajoy le dijera que sí al Rey , lo que lo convertiría en el candidato del jefe del Estado, y que los constitucionalistas dieran un puntapié por fin a los separatistas catalanes. La hoja de ruta se fue cumpliendo. Con no pocas contradicciones: el PP tuvo que abjurar hasta de su desconcertante coqueteo con nacionalistas catalanes y vascos, lo que le ofreció un plus de 10 votos en la Mesa de la Cámara. El puñetazo de Rivera en la mesa fue suficiente para que Homs terminara en el Mixto y Rajoy pudiera acariciar con la yema de sus dedos su segunda investidura. Por tierra, mar y aire recibió Rivera presiones para cambiar el signo de su voto y colocar así en el disparadero a Pedro Sánchez. Ibex y Bancos movieron ficha: «Tú, que eres un patriota y catalán, debes arreglar esto...»
Pero antes, el líder de Ciudadanos, que ha tenido que dar la vuelta al calcetín de su reiterado veto al presidente (negativa convertida ya en politono en las televisiones enemigas de Rajoy y, ahora, de Rivera), precisaba de un relato para convencer a sus bases del giro . La clave estaba, concluyó el partido naranja, en la masa de votantes que huyeron como de la peste del PP manchado por la corrupción y el inmovilismo. Aquellos que abrazaron a Ciudadanos como al clavo ardiendo de la regeneración, y no por la economía, eran el objetivo.
El argumento debía de ser creíble. Era Bárcenas, estúpido , le dijeron. Si en nombre de la responsabilidad de Estado, no era posible cobrarse la cabeza de Rajoy, por qué no exigirle al presidente que en los próximos meses no pare de oír a su fantasma particular -Bárcenas- arrastrar sus cadenas por los pasillos del Congreso en forma de comisión de investigación. Si el líder de Ciudadanos iba a permitirle gobernar, que el hit parade del otoño no sonara solo en los juzgados (juicio de la Gürtel; vista de la operación Taula; resolución definitiva sobre el borrado de los discos duros del PP...) Que suene la música también en el templo de la soberanía nacional. ¿Y gracias a quién? Gracias a Rivera, que vino a limpiar España . El personaje vengativo que susurra al oído del líder de Ciudadanos defiende incluso una carambola: ¿Y si al final Rajoy no resiste el otoño judicial caliente que le espera a su partido y Rivera finalmente lo que se cobra en un año no es la cabeza de un presidente en funciones sino la de uno con todos los poderes?
En todo caso, el PP tendrá que atornillar bien las seis exigencias de Ciudadanos: lo del límite a dos legislaturas para un presidente no pueden tener carácter retroactivo: Rajoy va a por la tercera .
Noticias relacionadas