Manuel Marín

Ahora solo falta que empaten

Pedro Sánchez, secretario general del PSOE ÓSCAR DEL POZO

Los análisis sobre la guerra interna de poder que se libra en el PSOE son ampliamente coincidentes. Pedro Sánchez gana tiempo para intentar negociar una investidura de mínimos con Podemos y Ciudadanos, extrema su desafío a los barones territoriales en busca de una autoridad que hasta ahora no se le ha reconocido, y marca los tiempos para debilitar más aún a Mariano Rajoy. Pero a su oferta de que sean las bases del partido, unos 200.000 afiliados socialistas, quienes autoricen a Sánchez a ceder ante Pablo Iglesias y ante su pretensión de que el líder socialista sea un florero en su sala de estar, solo le falta un grotesco empate. Como en el sainete de la CUP con Artur Mas.

Lo sustancial del cónclave socialista del sábado es que el PSOE ha puesto fecha de caducidad a Sánchez si no logra un alianza estable de Gobierno con Podemos y Ciudadanos. Su compromiso de no aceptar la abstención de ERC o de Democracia y Libertad le ciega aún más las precarias opciones de lograr la investidura , y dependerá en gran medida de Albert Rivera, quien se sostiene en un perpetuo empate consigo mismo carente de una definición nítida. Ya se conoce el diagnóstico. Todos los partidos quieren lo mejor para España, pero ninguno está dispuesto a ceder, ni probablemente saben cómo. La papeleta para el Rey no es envidiable . Por tanto, es cierto que aún no corren los plazos legales del proceso de investidura, pero sí los que el PSOE ha dado a su secretario general como ultimátum. De facto, su consulta a la militancia se convertirá en un plebiscito para que el PSOE aclare qué quiere ser de mayor, con Sánchez o sin él.

En cualquier caso, en el PSOE aún no han vencedores ni vencidos, salvo el propio Comité Federal, al que Sánchez ha negado su valor representativo. Si es, como está regulado, el máximo órgano del partido entre congresos en representación de la militancia, convocar una consulta a las bases es sin duda un ejercicio de democracia interna, trufada de ese punto asambleario y caótico que tanto enamora a la extrema izquierda… pero en definitiva supone un síntoma de desapoderamiento de un órgano crucial del PSOE. Ya no opinan los líderes de la militancia, sino la militancia en sí. Unas primarias para puentear al Comité Federal como intermediario, sin nada que perder. Si gana, derrota a los barones. Si pierde, habría perdido igual de cualquier otro modo.

La consecuencia es que el PSOE sigue sumido en una crisis de liderazgo, como cuando muy pocos votos separaron a Rodríguez Zapatero y Bono, o a Rubalcaba y Chacón, o a Sánchez y Madina en su pugna por la secretaría general. Es el estigma de una profunda división organizativa y anímica desde el año 2000 generada por su indefinición sobre el modelo de Estado, casi alérgica, que aún no ha resuelto.

El dilema del PSOE no es aclarar cuál de sus almas pesa más para imponerse a la otra, sino determinar cómo quiere ser en el futuro para que se le reconozca en las urnas como la única opción socialdemócrata solvente. Sánchez sigue en precario. Solo quiere evitar que los barones le monitoricen.

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