presos españoles en el extranjero
«Se me caían las uñas, el pelo y los dientes, pero solo me dolía el alma»
Relato del infierno que viven presos españoles en algunas de las peores cárceles del mundo
En unas condiciones extremadamente duras, donde el hacinamiento y la falta de alimentos y medicinas son norma, viven presos españoles que cumplen condena en el extranjero. En las cárceles asiáticas muchos de ellos tienen que compartir el mismo espacio físico con enfermos de tuberculosis, lepra o malaria. Es el caso de Nieves García, una albaceteña de 56 años que lleva cinco años recluida en la cárcel de mujeres Lard Yao, en Bangkok.
«Su situación es delicada por las condiciones en las que se encuentra: duerme en una celda con otras 235 reclusas, siempre de lado, en la misma posición. Le duelen tanto los huesos, por la postura y la humedad, que sus compañeras ya tienen que ayudarle cada día a ponerse de pie o tumbarse. Se le están cayendo el pelo y los dientes por alimentarse solo a base de arroz», relata a ABC su hija mayor, Mónica.
Condenada a cadena perpetua tras ser detenida con tres kilos de metanfetaminas, no puede ser trasladada a España hasta pasados ocho años de la condena (2019). Sus hijas están convencidas de que no llegará a esa fecha y han pedido la mediación de Felipe VI para que el Rey de Tailandia, Bhumibol Adulyadej, le conceda un indulto.
Víctima de robos continuos por parte de sus propias compañeras, que intentan matarse unas a otras clavándose bolígrafos, Nieves pasa las horas en el centro con una aguja de punto entre las manos, haciendo lo único que sabe, coser. A esto dedicaba su vida hasta que el destino le jugó una mala pasada. «Mi hermano mediano fue arrollado por un tren y a mi madre se le fue completamente la cabeza. Empezó a frecuentar malas compañías y la cosa acabó mal. Pero hasta entonces ella tenía una vida completamente normal». Mónica y Rocío, su otra hija, se comunican con ella por carta. «La vemos mal, física y anímicamente. Hace dos años nos dijo que quería hacer testamento; cree que morirá allí».
No habla con el resto de internas y la barrera del idioma la ha llevado dos veces al hospital tras equivocarse los médicos de pastillas . «La queremos en España, aunque sea en prisión. Pero si tiene que morir que sea cerca de nosotros», pide Mónica, desesperada.
Hepatitis y cáncer de colon
El calvario que está viviendo Nieves en la cárcel tailandesa lo conoce en primera persona Laura, nombre ficticio de una española que llegó en 2006 de la cárcel de Goa (India). Entró en ella con 35 años y 62 kilos. Después de un juicio que la declaró no culpable por falta de pruebas , salía del país tres años y medio después con 46 kilos, hepatitis y un cáncer de colon.
Durante todo este tiempo Laura compartió celda con 26 mujeres indias y cuatro niños. «Era un antiguo almacén de arroz, un espacio diáfano con ventanas muy altas por las que apenas entraba luz», recuerda. En medio de la selva, y en una zona de monzones, soportaban temperaturas de hasta 48 grados. En la misma estancia había dos agujeros en el suelo para que las reclusas hicieran sus necesidades y dos grifos en los que tenían que asearse con cubos y lavar también sus utensilios de cocina: un plato y un vaso de metal y oxidados.
«El agua no era potable, salía marrón; y yo la colaba con trozos de tela. Cuando estaba con la menstruación utilizaba camisetas rotas (...). Las ratas y los escorpiones campaban a sus anchas por la estancia. Dormíamos en el suelo, sin colchones, unas pegadas a otras, cada una con un trozo de manta lleno de pulgas y chinches. Ví cómo se me caían las uñas de los pies, los dientes y el pelo, pero no me dolía nada. Solo el alma», dice la exreclusa. Ahora vive en Canarias. La vida le ha dado una segunda oportunidad, la que pide para Nieves.
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