Ciudadanos y la ley del péndulo

El PP y el PSOE, incluso Podemos, se acercan a la campaña bajo el síndrome de una fractura emocional. Ciudadanos, fascinado con el panorama desolador de su competencia, no se lo cree.

Ciudadanos y la ley del péndulo Isabel Permuy

manUEL marín

Ministros de Mariano Rajoy a garrotazos y dirigentes del PP en «modo vendetta»; indignada irritación en el PSOE con Pedro Sánchez por excluir de las listas a «patas negras» del partido y caer en el exotismo de fichar a Irene Lozano o a una exmilitar sin cartel ni bagaje; UPyD se descompone como un cadáver, frustrada entre traiciones, insultos y acusaciones de parasitismo; Pablo Iglesias masculla su fracaso e incapacidad para aglutinar el voto de extrema izquierda y asume ahora que «cambiar las cosas no depende de los principios»; Alberto Garzón ha ganado una batalla en IU, pero pierde la guerra con un liderazgo difuminado y tosco; Convergencia no corrige la deriva de su fase suicida y amenaza con no dejar ni siquiera una nota de últimas voluntades…

Ciudadanos, fascinado con el panorama desolador de su competencia, no se lo cree . A Albert Rivera le bastará con no cometer ninguno de los errores de sus rivales para ser decisivo y condicionar la política española durante los próximos cuatro años. Se lo están poniendo más fácil de lo que jamás habría soñado. Un regalo anticipado de Reyes.

Sobreactuación, hiperliderazgos fallidos, pugnas de egos, odios atávicos, rencores personales, facturas al cobro… Son los pecados capitales que paradójicamente están cometiendo todos los partidos en el momento en que más confianza y empatía deberían generar. Llega la hora de las promesas fáciles y engañosas, de los mítines coloristas, de las palmadas en la espalda a las clases medias y de besar a niños y abuelas. Es el tiempo de reivindicar las bondades del gasto público y de la inversión, de enarbolar el estado del bienestar, de comprometer bajadas de impuestos y de vender futuro. Y sin embargo, los partidos son rehenes de una extraña ingratitud interna y de un fóbico concepto de la lealtad. Padecen un extraño virus capaz de destruir su sistema inmunológico sin posibilidad reactiva ni vacuna experimental. Es más, se percibe hasta cierta autosatisfacción en ese proceso de devastación interna porque, en el fondo, no es cierto que las siglas están por encima de las personas. En política, no.

Nunca los partidos se confabularon para diseñar una precampaña más disparatada en su propio perjuicio. En lugar de apuntar contra sus rivales, se disparan en los pies limitando sus propias expectativas. El PP y el PSOE, incluso Podemos, se acercan a la campañ a bajo el síndrome de una fractura emocional, fundidos bajo el desánimo, el síntoma de las traiciones y ciertas dosis de frustración preventiva. No existe el triunfalismo expectante de otras precampañas y sus dirigentes parecen insólitas estatuas de sal a la espera de conocer cómo será el próximo despropósito «amigo» que agite rencores y cause estragos. Carecen de inyecciones de ánimo y se fustigan con la convulsión.

La buena noticia para ellos es que hasta el frasco de las torpezas acaba agotándose. Y que de tanto repetirse las bondades virginales del partido de Rivera, de tanta ingesta de dulzor regenerador, Ciudadanos puede acabar empalagando. La ley del péndulo. Durante semanas, Rivera y Sánchez han cultivado la teoría de que la mutua simpatía entre ellos y la coincidencia de prioridades podría culminar en un acuerdo de legislatura PSOE-Ciudadanos. La ambivalencia de Rivera es providencial, pese a que es cierto que tras el 24-M está apoyando al PP en más ayuntamientos y autonomías que al PSOE.

Al PP le vendrá bien apelar al voto útil si Rivera se despista y cala mayoritariamente la tesis –hoy ya está muy extendida– de que la investidura de Sánchez está prediseñada de antemano con los votos de Rivera, tenga mayoría el PP o no. La equidistancia de Rivera será una virtud pragmática… hasta que se convierta en una hipoteca. Y si el votante no convencido del PP que quiera castigar a Rajoy sospecha que su voto de centro-derecha servirá para entregar el poder al PSOE, Ciudadanos puede encontrarse con menos votos y escaños de los que hoy pronostican unos sondeos de ensueño. Todo será volátil hasta la apertura de las urnas.

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