Porto y Basterra, en el papel de padres abnegados
Dos años después se elogian como pareja y progenitores y siguen sin despejar los hechos
« Yo sigo creyendo que era un padre maravilloso . Le daba a la niña lo mejor de sí», declaró Rosario Porto al fiscal el jueves . «Rosario fue la madre que toda niña hubiese deseado tener», respondió Alfonso Basterra al abogado defensor. Si no fuera porque los verbos están en pasado el retrato de ambos resultaría idílico. Si no fuera porque la niña (Asunta) lleva dos años muerta . Si no fuera porque están divorciados y ella contó que alguna vez «la tenía agredida». Si no fuera -y este es el condicional que cuestiona todo lo demás- porque quienes se elogian mutuamente están acusados de asesinar a su propia hija y haberla drogado antes con Orfidal.
Porto y Basterra, Basterra y Porto se han presentado ante el Tribunal con discursos verbales y no verbales diferentes pero que en esencia aparentan ser igual de exculpatorios (es una obviedad que les asiste el derecho a ello). El elemento común, pese a las contradicciones, es su papel de padres amantes y abnegados que evidenciaron en cada oportunidad el amor por la niña y el huidizo rastro de su feliz vida anterior al 21 de septiembre de 2013. «Como cónyuges no lo hicimos bien, pero como padres sí», proclamó ella, llorosa y demacrada, mientras iba salpicando su extenso relato de dulces calificativos hacia su hija: «especialmente guapa, brillante, altas capacidades...».
« Yo quería a mi hija. Nunca le haría daño ». En su declaración no hubo ni un asomo de esa mujer que tardaba varias horas en responder a los whatsApp de la niña. «La pequeña pasaba días e incluso noches sola», concluyó el juez instructor. Sufrió «un abandono palmario»; la enviaron un mes y doce días, aproximadamente, «a vivir con terceras personas» (el mes anterior a su muerte). Rosario se defendió de esas aseveraciones: «La llamaba todos los días, incluso a veces dos veces al día». «Yo le decía que era como la madre de la Pantoja ». «Fui a ver a la niña hasta en tres ocasiones», explicó Basterra.
Asunta era una niña «feliz, nerviosa, bromista» que se disfrazaba de momia y de «Águila Roja», contaron ambos para justificar unas inquietantes fotos de la pequeña, incorporadas a la causa donde también aparece vestida de cabaretera. «Solo una mente calenturienta puede malinterpretar esas fotos», rechazó enfadada la madre. «Hasta me acusaron de pederasta. No saben lo que es eso estando en prisión. Me querían matar», se quejó con amargura Basterra, quien justificó el ADN aparecido en la ropa interior de su hija a preguntas de su abogada. «La niña siempre se subía a la litera vestida. Y a medida que se desvestía me pasaba la ropa».
De forma deliberada o no, pose o realidad -eso es indiferente para el veredicto- ambos parecieron afectados cuando se exhibieron en Sala imágenes del cadáver de la criatura . Rosario gritó y lloró; Alfonso ante las palabras del fiscal apeló a su «humanidad» para que no hablara del «cadáver de Asunta», sino solo de Asunta. Casi como su exmujer que le interrumpió cuando se refirió al cadáver de la víctima y lo cambió por «mi hija».
Los polvos blancos
La imagen de padres abnegados salpicó ambas declaraciones, pero con sus palabras ninguno puso luz a la muerte de la pequeña , que es lo que se juzga. «Nadie le dio Orfidal a la niña, no tiene ningún sentido. Si las pruebas lo dicen será que le dieron Orfidal», concedió Porto, que admitió que su ex pudo darle una pastilla de Aerius (antihistamínico) machacada a Asunta, aunque los análisis lo que muestran son rastros de ansiolíticos, de Orfidal.
Ambos insistieron en que la pequeña era reacia a tomar cualquier medicina -la cría contó que le daban polvos blancos- y acercaron aún más sus versiones sobre el episodio del 5 de julio cuando un supuesto ladrón entró en la casa para robar o matar... Según la acusación fue la primera agresión a la niña y en ella estuvieron implicados ambos progenitores.
«¿La niña le dijo que su padre le dio polvos blancos?», preguntó el fiscal a Porto. « No le puedo responder, no me acuerdo de si me lo dijo o no ». Tampoco recordaba haber llegado a un pacto con su exmarido para retomar la convivencia que consistía en dejar a su amante. «Era Alfonso o la muerte», contó en su primera declaración ante el juez. «Alfonso iba a poner de su parte y yo tenía que poner de la mía. Siquiere llamarlo condición, es una condición implícita», concedió llorosa el jueves.
Dos años después todo ha cambiado. La antigua pareja, los que ya no son padres de nadie, no se tocó, no se habló, se miró con disimulo en la Sala. El tiempo, la cárcel y el oscuro horizonte han sembrado estragos en sus vidas . Nadie habló ya de posibles malos tratos, de rupturas a gritos, de puertas rotas. Ambos lo negaron y dulcificaron. Ambos recuerdan cuerdas de jardineros y una noche de nervios y muerte, de ahí los olvidos...
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