Lluvia ácida
Gente joven
Ciudadanos se las arregló para encarnar sin dudas ni fisuras el liderazgo de uno de los dogmatismos cuyo choque movilizó al electorado
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Según Pascal, cuando los dogmatismos se declaran la guerra, los ambiguos y los escépticos son los primeros en desaparecer, barridos por los hechos . En Cataluña, mientras los ambiguos bailaban Queen o lanzaban mensajes débiles y contradictorios acerca de reformar o no la Constitución, como rindiéndola en parte a una agresión, Ciudadanos se las arregló para encarnar sin dudas ni fisuras el liderazgo de uno de los dogmatismos cuyo choque movilizó al electorado con una vocación de hacer historia . Lo hizo desde lo profundo del tejido social catalán, sin entrar por tanto por la Diagonal, sin acreditar las paranoias fatalistas de cazas en vuelo rasante, y con un aroma de efervescencia y juventud -juventud guapa a la que, más que votar, apetece pedir en matrimonio- que hasta habrá dotado de un sentido nuevo el horrendo cántico de estadio de «Soy español».
Desde Celaya conocemos la importancia de estar cargado de futuro. Más aún: estarlo de pasión . El PP nada podía oponer, aferrado como lo estaba a las profecías de Casandra, a la asepsia admonitoria del Estado, y a sus propios síntomas de decadencia en el ámbito nacional, que lo mismo abarcan los estragos de la corrupción -este desgaste no es de gobierno- que la infinita amargura paralítica que Rajoy fue irradiando hasta esterilizar un partido sin otro relato que el del rescate evitado. Por eso s u hueco político lo ha llenado Ciudadanos, un partido con mucho de improvisación y de indefinición interesada que está en condiciones de lograr algo insólito: contribuir a armar un gobierno socialdemócrata con los votos de aquellos del centro derecha a quienes gusta cómo canta Arrimadas el «Yo soy español, español, español». Pobre de mí, que sólo lo canté alguna vez abrazado a Manolo el del Bombo.