análisis

Firmeza, llanto y olvidos

Rosario Porto negó ser la asesina de su hija y se deshizo en lágrimas, a la vista del cádaver

Firmeza, llanto y olvidos

por cruz morcillo

Con el luto en las ropas más que en el rostro se presentaron ayer ante el Tribunal los padres de Asunta . La voz quebrada le salió a Rosario Porto justo para ser audible pero el fiscal tensó las palabras y sobre todo las imágenes hasta lograr que la acusada se partiera: durante casi veinte minutos le exhibió parte del cadáver de la criatura, tirada en esa cuneta.

El pretexto de saber si eran o no las mismas cuerdas las de la casa y con las que la ataron de pies y manos a la niña -el indicio al que se agarra la acusación con firmeza- y de exhibírselas al Jurado lo utilizó Jorge Fernández de Aránguiz para mostrar el cuerpo a pantalla completa. «El cadáver ya lo he visto», le gritó Porto entre lágrimas, con el pañuelo estrujado ya de tanto sonarse . Lloró más que nunca, muchísimo más que esos primeros días en que su nombre y su cara estaban en los salones de toda España tras ser detenida. Puede ser el efecto «talego» -una mujer que frecuentaba la ópera y que lleva dos años entre rejas-, la losa del juicio en el que se enfrenta a casi dos décadas en una celda o el demoledor impacto de ver a su hija muerta y semivestida.

Era necesario enseñar esos cordeles naranjas y explicar a los nueve jurados las claves que los rodean (coincidencias, lugar del hallazgo, uso y marcas que dejaron en la piel de la nena), pero dará que hablar la forma elegida por el fiscal. «Inhumano» fue el término con el que el abogado de Porto definió esos minutos al límite que anudaron la garganta de todos los presentes en la Sala.

Junto a las cuerdas, el otro protagonista fue el Orfidal, ese nombre comercial de una benzodiacepina, que también se coló hace dos años en los salones al saberse que la niña tenía en su sangre una cantidad suficiente como para dejarla KO. «Si las pruebas lo dicen será que le dieron Orfidal», admitió la antigua abogada tras negar que su mano le suministrara esas pastillas y exonerar también a su exmarido, que se sumó al luto riguroso e invernal y no le quitó ojo durante la larguísima sesión. Si las pruebas lo dicen, resume la esencia de una declaración en la que el fiscal trazó el retrato de una descomposición familiar gestada durante meses. Porto se mostró firme ante lo que no se puede ya acreditar -como confidencias a terceras personas de su hija incinerada- y recurrió a titubeos, olvidos o desconocimiento cuando se enfrentó a aseveraciones con respaldo técnico o científico difíciles de cuestionar.

Evidenció pese a su escogida imagen de madre dolorosa, depresiva y enferma crónica que conoce bien la instrucción, desplazando con firmeza episodios clamorosamente llamativos que sucedieron en las horas posteriores al crimen y en los días que lo precedieron. El fiscal se empeñó en que brillaran esas contradicciones, yuxtaponiendo sus palabras de ahora con las que ya dijo en sede judicial. Polvos blancos, la medicina-droga que dieron a Asunta en al menos tres ocasiones y la vuelta con Alfonso. Porto edulcoró sus respuestas.

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