La noche más negra de la valla de Ceuta
Zapatero desplegó al Ejército allí hace diez años. Hungría copia hoy la verja española
«Nuestro ejército de muertos de hambre baja hacia la frontera», recuerda el senegalés Mahmud Traoré, felizmente instalado en el lado europeo. La madrugada del jueves 29 de septiembre de 2005 la valla que separa Ceuta de Marruecos vivió su noche más negra. Cinco subsaharianos murieron entre unos disparos que ni Madrid ni Rabat investigaron. Las dos ciudades españolas del norte de África eran entonces escenario de la denominada crisis de las vallas, donde fallecieron al menos catorce personas, según distintas ONG. El presidente José Luis Rodríguez Zapatero ordenó el envío de 480 militares de la Legión y Regulares para tratar de frenar el flujo migratorio en colaboración con la Guardia Civil.
Hungría, en el ojo del huracán desde hace semanas, mira estos días a España mientras Europa vive la crisis migratoria más grave desde la Segunda Guerra Mundial. Es más, su embajadora en Madrid viajó el 18 de septiembre a Ceuta, donde aplaudió el modelo de separar con vallas las dos ciudades españolas del vecino Marruecos. «Es un ejemplo», aseguró Eniko Gyori. Dos décadas después de que el Gobierno español decidiera levantar las alambradas delante del reino alauí, Budapest se encuentra en el centro de la polémica por tratar de frenar a miles de emigrantes y refugiados de la misma forma, con vallas y militares.
Por orden del primer ministro Viktor Orban ya han levantado una verja de 175 kilómetros en la frontera con Serbia, construyen ya una de unos 40 kilómetros en la de Croacia y piensan hacer lo mismo en la de Rumanía. Y el Parlamento aprobó el lunes el despliegue del Ejército en un intento de cerrar la conocida como ruta de los Balcanes.
Lejos de allí, Melilla forma parte de otra ruta de las que conduce a la Unión Europea. La ciudad española se ha convertido también en objetivo prioritario de los refugiados sirios que escapan de la guerra y viajan a Argelia y Marruecos. Ante el aumento de ese flujo, España abrió a finales de 2014 una oficina de asilo en la frontera. Solo en lo que va de 2015 han llegado casi 6.000 a pesar de las dificultades que les ponen en el lado marroquí , según datos de la agencia de la ONU para los refugiados (Acnur). Las organizaciones humanitarias critican en todo caso que los subsaharianos no puedan ejercer su derecho a pedir asilo en esas instalaciones.
A pesar de que los africanos tienen de facto vetado el paso, tanto Melilla como Ceuta están hoy muy lejos de aquellos días de los grandes saltos de la crisis de las vallas de hace una década. Una quincena de subsaharianos lo intentaron por Melilla el jueves, pero ninguno logró pasar al lado español.
El bosque marroquí de Beliones, a pocos kilómetros de Ceuta, al igual que el del monte Gurugú cerca de Melilla, era en 2005 un hervidero de cientos de personas organizadas por nacionalidades con sus «presidentes», su propia «policía» y hasta humildes colmados.
Aquel 29 de septiembre de 2005 más de medio millar de aquellos emigrantes subsaharianos se rebelan ante las «autoridades», que acaban uniéndose a la masa, y se encaminan al enclave conocido como Arroyo de las Bombas, frente a Ceuta. Lo cuenta con todo detalle Mahmud Traoré, el senegalés, en el libro «Partir para contar» (Editorial Pepitas de Calabaza, 2014). Casi nadie se queda atrás, «salvo, claro está, los hombres de negocios como Abdelkader, que no tienen intención de entrar en Europa» , añade refiriéndose a uno de los traficantes de emigrantes.
«Balas de verdad»
Melilla es esos días escenario de numerosos asaltos y cientos de emigrantes logran llegar pasar a territorio español. Los agentes de la Guardia Civil llegan a recoger en una sola noche 270 escaleras artesanales de las empleadas para alcanzar el lado soñado. Toda la atención está en esa ciudad. Por eso, en Ceuta, los habitantes del bosque de Beliones pillan desprevenidas a las autoridades españolas. Unos cuantos guardias civiles asisten «atónitos» e impotentes los primeros minutos. Empiezan a encaramarse a las alambradas, entonces de tres metros de altura en ese tramo, la mitad que en la actualidad. Pronto llegaron refuerzos y «cuando se les agotan los cartuchos de pelotas de goma, empuñan sus armas reglamentarias, cargadas con balas de verdad», cuenta Traoré. Los vecinos consultados por ABC entonces escucharon bien los disparos.
Varios cientos de subsaharianos lograron acceder al lado español, muchos sin embargo fueron devueltos a Marruecos por la Guardia Civil, que abrió las puertas de la verja. Más de 200 lograron su objetivo de quedarse en España, decenas de ellos heridos, entre ellos Traoré, que fue operado de un desgarro en un pie. Cinco corrieron peor suerte y murieron en medio de los disparos. Alguno quedó colgando de las concertinas como un chorizo. Por la mañana, cuando este enviado especial llegó, el panorama de charcos de sangre, jirones de ropa y restos de escaleras artesanales era desolador. Madrid y Rabat se acusaron mutuamente de haber apretado el gatillo. Pero diez años después sigue sin haberse hecho pública una investigación oficial que aclare los hechos. Los ojos están puestos ahora en Hungría.
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