Las dos venganzas de Sergio Morate

Citó por teléfono a Marina en su casa para matarla; a su anterior novia, que lo dejó, la citó igual y la retuvo desnuda

Las dos venganzas de Sergio Morate efe

cruz morcillo

Sergio Morate , incapaz de aceptar un no, acabó una relación sentimental de cuatro años destrozando la ropa a tirones de la joven, aterrada y arrepentida por haber cedido al chantaje y haber acudido a la casa de él tras citarla por teléfono. Había sido su pareja hasta días antes. El 27 de abril de 2008 Morate tenía 22 años y ya había acosado a su exnovia día y noche después de que ella lo dejara. «Esto se tiene que arreglar por las buenas o por las malas, te voy a joder la vida como sea , si tengo que llamar a una gitana para que te pegue lo haré», consta en la sentencia que lo condenó a tres años y dos meses de prisión por amenazas y detención ilegal. Durante hora y media encerró a la joven en una habitación, arrancó los pomos para que no pudiera escapar y le hizo fotos desnuda asegurándole que las repartiría por Cuenca.

Siete años después, él, incapaz de aceptar un no, volvió a planear su venganza perfeccionada de criminal beneficiado por atenuantes penales y multas que compran libertad. Marina Okarynska también lo abandonó y huyó a su país a principios de enero de este año, después de otra larga relación. Morate la siguió a Ucrania, intentó que volviera con él, le prometió cambiar y la amenazó, pero regresó a España solo.

La boda, el detonante

Mediado el verano, se enteró de que su guapa exnovia se había casado y estaba en Cuenca -donde viven sus padres desde hace más de una década- de vacaciones. Morate empezó a dar forma a su rencor de macho abandonado . Eligió el nacimiento del río Huécar, a tiro de piedra de Palomera, el pueblo de sus padres, donde la familia tiene una casa. Cavó una tumba que debió de cubrir para que no se viera y compró cal.

Cuando todo estaba listo, telefoneó a Marina y la citó en su casa , en la que habían vivido juntos, para devolverle algunas cosas que la mujer había dejado. Pero no se atrevió a ir sola, quizá segura de que trataría de convencerla o de amenazarla. La acompañó su amiga Laura del Hoyo. Morate no esperaba a dos mujeres, sino a una. Las golpeó y las estranguló en el piso, a su expareja con una brida visible cuando se encontraron los cadáveres una semana después. Los investigadores no descartan que una de las víctimas tratara de huir para pedir auxilio pero el asesino no se lo permitió.

Poco después llegó a la vivienda de la urbanización Ars Natura Alexander E., de 35 años, un colombiano al que Morate conoció en la prisión de Cuenca cuando cumplía condena por su primera venganza. Se hicieron íntimos y siguieron frecuentándose. Habían quedado para ir a un concierto durante esos días en los que Alexander disfrutaba de un permiso penitenciario. Morate al parecer no logró que su amigo le ayudara, aunque éste tampoco corrió a delatarlo a la Policía. Los investigadores se entrevistaron con él en cuanto supieron el grado de amistad que les unía.

Morate introdujo -en teoría sin ayuda de nadie- los cuerpos de las víctimas en un coche que tenía aparcado en el garaje aprovechando la siesta prolongada de agosto y condujo hasta el nacimiento del río. No ha trascendido aún qué vehículo utilizó. Además del Seat Ibiza con el que huyó a Rumanía, tenía o usaba un Opel Frontera, pero estaba en el taller, según se comprobó. Se sabe que podía tener otros turismos a su disposición y los agentes han inspeccionado varios vehículos, incluido el Ibiza analizado esta semana en una comisaría rumana.

Testigos y objeto

Esa misma tarde o por la noche pasó por la casa de Palomera . Varios testigos aseguraron verlo, pero además junto a la tumba improvisada cubierta de cal alguien reparó en un objeto: una botella de agua bendita de la Virgen de Fátima, un recuerdo de quienes peregrinan a ese santuario portugués. Era de la madre de Morate. «Debía de estar sofocado y cogió lo primero que encontró», señalan las fuentes consultadas. Luego huyó hasta que lo detuvieron una semana después. Su otro amigo de la cárcel, el rumano Itsvan Horvath, lo cobijó. Es el final del trío que se forjó entre los barrotes de la pequeña prisión de Cuenca.

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