análisis
Las lentejas de Garzón
Si Garzón acepta la función residual que pretende Iglesias como mero actor de reparto, habrá sucumbido a un engaño
![Las lentejas de Garzón](https://s3.abcstatics.com/Media/201509/14/alberto-garzon-elecciones--644x362.jpg)
En el proceso de fusión por absorción que ha diseñado Pablo Iglesias para apuntillar a Izquierda Unida el problema no será el reparto de escaños, sino la gestión de egos. Alberto Garzón es un comunista convencido. Llegó a ser el diputado más joven del Congreso, el perfil errático de Cayo Lara –una vez ajusticiado Gaspar Llamazares– le abocó a un liderazgo improvisado de la coalición. El cambio generacional que siempre se han resistido a dar el PP y el PSOE para la renovación de sus líderes no influyó tanto como el modo en que emergieron, en apenas unos meses, Albert Rivera y Pablo Iglesias. La juventud no era solo la excusa perfecta para un relevo generacional que necesariamente se imponía en IU, sino una imperiosa necesidad estética impuesta por exigencia de la sociedad de la imagen, la fragua de liderazgos en platós televisivos y la iconografía de las redes sociales a la hora de construir simpatías o antipatías.
Este lunes Alberto Garzón, eterno quintacolumnista de IU en Podemos y ferviente partidario de superar la etapa vital de IU para liderar un «proyecto social de izquierdas» y populista, se debate entre la decisión de dar la estocada definitiva a su coalición aceptando de facto ser relegado a número uno de Podemos por Málaga –no por Madrid–, o mantener el pulso a Pablo Iglesias y no aceptar sus condiciones para una lista común . Iglesias y Garzón son conscientes de que, por separado, corren el riesgo de desactivarse el uno al otro, y que los restos de la Ley D´Hondt les penalizarán de forma evidente. Unidos bajo una marca electoral identificable para ambos –populismo antisistema edulcorado de falsa socialdemocracia y comunismo refractario e inmovilista de toda la vida– gozan de muchas más opciones de sumar escaños que por separado.
Pero no se soportan. Si Garzón acepta la función residual que pretende Iglesias como mero actor de reparto, habrá sucumbido a un engaño y, probablemente, también expedirá el acta de defunción de Izquierda Unida. La pugna en el seno de la coalición está retratando los vicios de la inexperiencia en la gestión de un partido moribundo, y la agonía de un drama interno ante el chantaje emocional planteado por Iglesias. Juntos podrán ejercer la fuerza suficiente para condicionar al PSOE en el hipotético caso de que llegaran a sumar una mayoría suficiente que, hoy, no asoma en ninguna encuesta. Separados, es entregar el triunfo a la derecha.
Tácticamente lo tienen claro y lo asumen como una evidencia. Pero les separan una legítima ambición personal, el liderazgo real de la lista que surja, las mieles de la portavocía pública, el ego exacerbado… y el pago de facturas pendientes. Difícilmente podrá olvidar Garzón la humillación a la que fue sometido meses atrás cuando Iglesias llamó «fracasados» a los dirigentes de IU, o cuando se citaron ante las cámaras de televisión y sólo pudo escuchar de Podemos que no había negociación , sino una oferta de sumisión. En definitiva, las lentejas de una imposición sin matices ni la opción de un reparto equitativo de puestos en la lista electoral. Garzón se debate entre la supervivencia personal a bordo de un partido errático al que una porción estable del voto izquierdista aún respetará con un puñado de escaños, y la fagocitación por un partido del que, por oportunismo y salud mental, ya se están desmarcando alcaldesas como Manuela Carmena o Ada Colau. Las dudas harán de Garzón un juguete roto en manos de Iglesias.
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