El curso más incierto
A priori, solo un éxito de participación que permita a Ciudadanos convertirse en la fuerza constitucionalista más votada posibilitará a Albert Rivera rentabilizar su discurso
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El curso político hacia las elecciones generales arranca sobre las mismas bases en que las municipales y autonómicas de mayo asentaron el desgaste del PP y del PSOE, la incertidumbre de si Ciudadanos ha tocado techo por su dificultad de superar el 15 por ciento de los votos , y el progresivo deterioro de Podemos, envuelto en disputas internas sobre su estrategia excluyente contra otras marcas de la izquierda radical y aquejado de una falta de movilización frente a las expectativas que habían creado.
Difícilmente las elecciones catalanas del 27-S podrán ofrecer conclusiones definitivas sobre el estado anímico real de PP y PSOE porque los pobres pronósticos que se les auguran no serán extrapolables en la misma proporción a otras autonomías en el fragor decisivo de unas elecciones legislativas, donde sociológicamente se vota con otras prioridades. A priori, solo un éxito de participación que permita a Ciudadanos convertirse en la fuerza constitucionalista más votada posibilitará a Albert Rivera rentabilizar su discurso combativo contra el nacionalismo en el resto de España.
No obstante, la solidez y el liderazgo que se atribuye a Ciudadanos en sus propuestas contra la independencia de Cataluña no son las mismas con las que está elaborando un programa económico para España . Fisuras internas entre sus economistas de cabecera, la creación de una estructura de partido que impide la aparición de liderazgos que hagan sombra a Rivera, o propuestas de corte populista como incluir en la Constitución la obligatoriedad de luz y agua para todos los españoles, o la desaparición del Tribunal Constitucional , le hacen perder crédito.
Mariano Rajoy llega a septiembre entre el estado de necesidad de alentar la teoría de «el PP o el caos», acompañado al fin de gestos con el bolsillo de funcionarios y empleados públicos, inmigrantes o pensionistas, y acuciado por las prisas de una rebaja fiscal que, al menos, ha supuesto un indicio para empezar a satisfacer a su electorado. Quiere el perdón de dos millones y medio de votantes defraudados y cree estar aún a tiempo de conseguirlo. Pero no lograr un mínimo de 150 escaños dejaría maltrecha cualquier posibilidad de una investidura solvente. Pedro Sánchez mantiene múltiples silencios en una nebulosa de inconcreciones. Su propuesta de reforma constitucional es confusa. Un estado federal supondría de facto la desaparición del estado de las autonomías como demostración de que al PSOE le falta un discurso unívoco, homogéneo y coherente sobre la unidad de España.
El eufemismo de liderar una «mayoría progresista» como argumento para justificar un cordón sanitario contra el PP esconde su propósito de gobernar en minoría y, por primera vez, bajo la hipótesis de no ser el partido más votado. Y las fulminantes destituciones de Tomás Gómez y Antonio Carmona en Madrid han hecho proliferar denuncias de su autoritarismo interno. Su apuesta es concentrar el voto del PSOE, Podemos, Ciudadanos, IU, Compromís, Coalición Canaria… Incluso, del PNV y, si se tercia, de CiU, para impedir una nueva investidura de Rajoy sin temor a poder gestionar un Parlamento tan atomizado como el que se prevé.
Pero ¿y si la aritmética y los chantajes de partidos minoritarios no permiten que todo cuadre? Prácticamente nadie contempla la hipótesis de que una lectura responsable de las urnas apunte a una colaboración PP-PSOE como salida a una legislatura nueva que, en principio, apunta a inestable. Sánchez la da por descartada por criterios de estricta supervivencia, y el PP no la ve posible por la intransigencia de los socialistas a aceptar un modelo «a la alemana».
Cuando desde sectores del PP o del PSOE se ha sugerido como opción frente a la emergencia del populismo, la idea ha sido inmediatamente vetada. Ni siquiera como reflexión filosófica de futuro. Pero es un error proscribir a quienes lo sugieran. Quizá uno de los problemas de credibilidad de PP y PSOE radica en su dificultad de interpretar que la inmensa mayoría de la sociedad aboga por la estabilidad, más allá de las ideologías, y que su aval a las aventuras inciertas es muy minoritario.
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