El parricida de Moraña a los guardias: «No corran tanto que me estoy mareando»
Veinticuatro horas de inquebrantable frialdad tras degollar a sus hijas
Uno de los guardias se tapó la boca en un intento de contener el vómito y casi las lágrimas. El fiscal Alejandro Pazos le pondría palabras días después: «El escenario era un horror» . Nadie, ni los que están acostumbrados a bregar con la violencia de la muerte, quedó inmune. Había una sierra radial y dos criaturas –Candela de 9 años y su hermana Amaia de 4- estaban muertas en un dormitorio de la planta superior, arrasado por una crueldad que removió a los agentes. Las había degollado su padre al que encontraron metido en la bañera de diseño, semiinconsciente, con unos leves cortes en las muñecas -«arañazos»- según uno de los testigos. Eran entre las once y las once y media del viernes, último día de julio, en el lugar de O Casal, en Moraña (Pontevedra).
Pilar B. O . acababa de llamar por teléfono al 112. Su primo David Oubel Renedo le había enviado una nota en la que le contaba que iba a suicidar (mandó a otros familiares también). No había logrado ponerse en contacto con él pese a intentarlo. La comunicación pasó de inmediato a la Guardia Civil. Acudió una patrulla del Seprona de Caldas de Reis a la casa con un magnífico jardín de 800 metros cuadrados . Al otro lado, silencio. Tuvieron que romper el cristal de la puerta para entrar. Lo sacaron de la bañera y recuperó la consciencia. Desde entonces y hasta que más de 24 horas después lo pusieron a disposición del Juzgado número 1 de Caldas no abrió la boca, salvo para quejarse.
«No corran tanto, que me estoy mareando». Fue una de las pocas frases que pronunció en esas primeras horas, durante el traslado del Juzgado a la cárcel, y en esta larga semana en prisión. «Solo estaba pendiente de él. Lo demás parecía no importarle» , apunta uno de los funcionarios encargado de esos traslados. «Sin ser yo psiquiatra, el perfil del acusado parece el de un psicópata», admitió a ABC el fiscal Pazos, al que hemos visto al borde del llanto por el relato que se ha tenido que oír en ese pequeño Juzgado de Caldas.
Tras pasar por el hospital unas horas, esa primera noche durmió en los calabozos de la Comandancia de Pontevedra . Los agentes encargados de la vigilancia no le quitaron ojo ante el temor de que pudiera intentar lesionarse. «Durmió toda la noche del tirón y desayunó estupendamente el kit habitual de cafetería», señalan las fuentes consultadas. Ante la juez y ante el fiscal se mostró impertérrito. «Es la persona más tranquila de todas las que intervienen en este asunto», ha confirmado el representante del ministerio público. Ni siquiera con el abogado de oficio que le ha correspondido ha interactuado más allá de lo imprescindible. El letrado rehusó aclarar a este periódico cómo habían sido esos primeros contactos con un cliente al que no sabe si seguirá defendiendo. «Depende de él», dice.
David Oubel estaba enfadado con el mundo . Con sus vecinos, por supuesto, con los que no se cruzaba ni una palabra y que lo habían denunciado por sus fiestas y su música atronando la calle; con muchos de los que habían sido amigos suyos, incluida la alcaldesa de Moraña, Luisa Piñeiro, e incluso con la mayoría de sus familiares. Una antigua amiga de la pareja, vecina de Gondomar donde vivieron una temporada, asegura que había solicitado la custodia compartida de las niñas para no pasarle pensión a su exmujer, Rocío Viéitez por las pequeñas; asegura que ahora le pagaba 180 euros mensuales por las dos. Candela y Amaia, unas criaturas «cariñosas, a las que les encantaba dar besos y abrazos», regresaban al día siguiente con su madre, tras pasar 15 días con el padre.
La pequeña, de cuatro años, preguntaba extrañada si «oveja con oveja podía tener corderitos» , debido a la relación que mantenía su padre con un hombre. Los últimos días de «custodia» Oubel preparó la muerte, pero no la suya, fingida, adulterada, sino la de las dos criaturas: había puesto su casa de diseño a la venta (500.000 euros), compró una radial y mandó notas de suicidio, que se mantienen en el secreto de la investigación.
Hay un detalle terrible que ronda la cabeza de los investigadores, conmovidos por la salvajada que vieron y que ya han desenmarañado: la pequeña Candela tenía heridas defensivas, quiso escapar a la terrible muerte que le había preparado su padre. Los agentes de Policía Judicial sospechan (los resultados preliminares de la autopsia no han trascendido) que o bien no suministró a las niñas ningún tipo de pastillas para adormecerlas o no actuaron plenamente. El fiscal tiene claro lo que ocurrió. Lo califica de «psicópata» y pedirá que se le aplique la prisión permanente revisable.
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