Análisis
Fisuras en el populismo
«Pablo Iglesias se siente el líder aglutinador de esa izquierda populista generadora de escaños a golpe de demagogia»
Cargos disconformes de Podemos , candidaturas ciudadanas de «unidad popular», miembros de IU y militantes de Equo se han rebelado contra el régimen de uniformidad que exige Pablo Iglesias en la casa común de la extrema izquierda para concurrir a las elecciones generales. El líder de Podemos esgrime credenciales de exclusividad, y exige autoridad sin discusión, para fagocitar a multitud de plataformas radicales con la displicencia de quien perdona la vida al enemigo con el desdén del puro aburrimiento. Se siente el líder aglutinador de esa izquierda populista generadora de escaños a golpe de demagogia, y actúa como si regalara prebendas a los mendicantes de partidos minoritarios con escasa opción de lograr representación parlamentaria. Parecía dispuesto a sumar a Alberto Garzón , a Beatriz Talegón , a Iniciativa per Catalunya, a los independentistas gallegos de Anova…, pero sólo si asumen que sería en humillante inferioridad, bajo su mando exclusivo, con estricta obediencia a su estrategia y sometidos a sus condiciones.
Iglesias se maneja con los suyos con maneras de líder autoritario. Los meses en los que se ha esforzado por suavizar su figura de cabecilla antisistema, y simular ser un socialdemócrata pragmático de los de toda la vida, han demostrado que negociar con él es extremadamente complejo. La rebelión interna por la confección de una lista de cemento, de circunscripción única y en la que solo él decide en qué provincia sitúa a cada candidato para configurar un grupo parlamentario a su medida, demuestra que Podemos sufre fisuras. Por eso emerge otro magma populista, también de izquierda radical, en busca de su hueco al sol para que Iglesias no monopolice la manera de condicionar al PSOE si el álgebra parlamentario lo permitiese.
Esa nueva izquierda paralela a Podemos, más victimista pero probablemente más pura, aspira a imitar a las candidaturas asamblearias ciudadanas que han triunfado en Madrid, Barcelona o La Coruña. Son Podemos, pero no todos. Y le han cogido tanto gusto a aparentar que no dependen de Pablo Iglesias, que ya tienen una fuerza movilizadora propia. Entre el régimen asambleario abierto como forma de concurrir a las urnas y el sometimiento a la nomenclatura de aparato que exige la cúpula de Podemos, prefiren lo primero e intentarlo por libre.
Por eso se están organizando. Generan la percepción de que lo suyo son movimientos ciudadanos puros frente a la estructura de clase con que Iglesias ha impuesto unas primarias de fogueo y una «lista plancha» basada en el dedazo y la estricta obediencia, con riesgo de purga en caso de discrepancia. Una extrema izquierda ya es disidente de la otra y el beneficiado puede ser el PSOE si la dispersión del voto radical se transforma en una opción de voto útil a favor de los socialistas. Los malabares proporcionales de la Ley D´Hondt harían el resto.
La apuesta excluyente de Podemos es arriesgada porque son muchos los sondeos que ya confluyen en la tesis de que Iglesias habría tocado techo con un hipotético 20 por ciento de los votos. A ello deberá sumar el desgaste que le produce una reacción interna de díscolos que ya no ocultan su malestar con las imposiciones despóticas de su secretario general. A Teresa Rodríguez ya se le llama la «baronesa» de Podemos. ¡Cuidado! Tiene ideas propias. Y eso, entre camaradas, nunca estuvo bien visto. Garzón, de momento, no ha caído en la trampa.