EL CONTRAMITIN

Leyendas de pasión

El genuino y más peligroso populismo no es el de boquilla, sino el consumado

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JESÚS LILLO

Lo dice muy claro y en un vídeo pirata un concejal de Jaén, el de «por los cojones míos» , en una reunión en la que cuesta saber si es peor el que alardea de sus enchufes o quienes lo escuchan con los cables ya pelados. Lo hace como los ministros cuando juran su cargo en La Zarzuela: delante de un cartel del Abuelo, que es lo más sagrado de la capital del Santo Reino, a la altura de los perros de Piturda y el escaparate de Furnieles. «Prometer y prometer hasta meter. Y una vez metido, se olvida lo prometido» . Eso es, en resumen, una campaña electoral responsable y como Dios manda, y ríete tú de Arriola. Así nos hemos ido manejando en los últimos cuarenta años. Antes que su naturaleza engañosa, el mayor riesgo de un programa es que a alguien, a lo tonto, se le ocurra luego cumplirlo para quedar bien.

El genuino y más peligroso populismo no es el de boquilla, sino el consumado . Véase la actual sonrisa del pueblo griego -que es la del conejo; qué risa, tía Syriza- o el relax facial que, sin tiranteces, generaban las políticas practicadas durante décadas y de aquí a París por los partidos más respetables y solventes, cuyas estrategias de apaciguamiento social y manga ancha económica provocaron el agujero que ha puesto a media Europa a recortar patrones del «Burda», confección alemana. Ese populismo que promete tomar el cielo al asalto -ya tuvimos un presidente con corazón de poeta, «de niño grande y de hombre niño,/ capaz de amar con delirio,/ capaz de hundirse en la tristeza»- quizá no sea tan lesivo como el que lleva a cabo su insensatez, y en ese terreno la experiencia es un grado para el PP y el PSOE. En un clima generalizado de escarmiento, ya casi nadie promete nada , y quienes lo hacen predican sin trigo entre las manos, como cuando Rajoy dijo que iba a arreglar España sin dar muchas pistas. Quienes lo votaron sabían cómo lo iba a hacer: a las bravas y en cosa de dos años. Eso se veía venir.

Está por ver la capacidad destructiva del populismo irrealizable, porque el de formato clásico es para echarse a temblar. De momento, divagan, a derecha e izquierda. El populismo de temporada, ahora en cartel, pasa del hecho al dicho y, por elevación, aunque rastrera, estimula las emociones, explotando la irracionalidad del votante a través de un discurso que va del miedo a la esperanza, de la ilusión al acabose y de la amenaza a la condescendencia, un poco de todo, y dentro, nada. Estamos ante un arrebato, una abstracción, algo parecido a fichar a una señora de más de setenta años para enmascarar el ansia y la furia de quienes sostienen su mecedora, como el lobo encamado y vestido de abuela de Caperucita, un cuento más en una quincena electoral en la que nadie concreta y que anticipa otra campaña, ya otoñal , en la que va a resultar aún más difícil prescindir de las pasiones cultivadas estos últimos meses y establecer un mínimo contacto con la realidad. Para eso habría que fichar a un concejal o dos de Jaén.

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