análisis
Ciudadanos quiere llegar «por las urnas»
«Pronto conoceremos la cantidad de poder que le dan las urnas para el cambio»
Recuerdo claramente, porque estaba allí, esa mañana del 26 de octubre de 2013 en la que Albert Rivera se subió al escenario del madrileño Teatro Goya, el mismo que volvió a llenarse ayer para escuchar sus propuestas económicas, y proclamó aquello de «cambiaremos las cosas por las buenas o por las urnas». Apenas ha transcurrido un año y medio y Ciudadanos no sólo se ha convertido en un partido con sólida implantación nacional, sino que cabalga hacia la conquista de esas urnas que parecen garantizarle un papel decisivo con carácter inmediato.
Dieciocho meses le han bastado para transformar un movimiento regional, circunscrito a la valerosa defensa de los valores constitucionales en Cataluña, en una formación que aspira legítimamente a revolucionar el escenario de nuestra vida pública, reintroduciendo en él elementos desaparecidos desde hace demasiado tiempo: decencia, confianza, ilusión, esperanza y también, cómo no, una propuesta económica solvente, susceptible de garantizar la gobernabilidad dentro del sistema democrático. De ahí la ronda de ayer, segunda de las tres previstas, destinada a desgranar medidas concretas y viables. Porque Rivera tiene fe en la democracia (« ésa es la principal diferencia que nos separa de Podemos , que nosotros sí creemos en un modelo que funciona»), aunque esté convencido de que en España las reglas de juego precisan de una profunda reforma que traiga consigo regeneración. Tal vez por eso deja claro que está dispuesto a negociar muchas cosas, aunque jamás pactará con gente que se niegue a limpiar bajo las alfombras, entendiendo por limpiar no sólo erradicar la corrupción, sino devolver a las instituciones la función para la que fueron creadas y a los ciudadanos el protagonismo.
No es el único en pensar así. El público que ayer abarrotaba el Teatro Goya respondía al perfil típico del profesional urbano, de entre treinta y cincuenta años, con una ligera mayoría de hombres y mucha corbata, zapato salón o traje de chaqueta, propios de quien acaba de salir del despacho. A ellos se dirigieron Luis Garicano y el propio Rivera, insistiendo en la importancia de apoyar el talento, la innovación y a los emprendedores, sustentos irremplazables de cualquier nación. Pocas caras conocidas me encontré entre los asistentes, salvo las de los líderes del grupo (con la inesperada sorpresa de María Jesús González, a quien ETA nunca ha robado la sonrisa), aunque una auténtica avalancha de periodistas daba cuenta del interés que despierta Rivera.
En parte por méritos propios, en parte por eliminación, Ciudadanos ha ido recogiendo el sufragio de los desencantados que abandonaban el PP o el PSOE hartos de corrupción, incumplimientos, ineficacia y/o desprecios. Durante meses, bajo el liderazgo de un joven cuya cercanía con el electorado es inversamente proporcional a la de Rajoy, el movimiento se ha expandido, proporcionando refugio a quienes deseaban emitir un voto de castigo sensato a una partitocracia endogámica, aquejada de un proceso degenerativo avanzado. Hasta que, de repente, ha despegado en los sondeos con honores de alternativa. Alternativa contrastada a UPyD, prácticamente liquidada ; alternativa clara a los antisistema de Pablo Iglesias, quien acusa el golpe insistiendo en calificar a Rivera de «recambio», que no «cambio», sin caer en la cuenta de que eso es precisamente lo que quiere una amplia mayoría de la sociedad, y bisagra indispensable o quién sabe si alternativa a PP o PSOE.
Los de Rivera crecen deprisa. Tan deprisa que ni el propio líder de semejante fenómeno empezó a creérselo hasta hace apenas tres meses, tal como él mismo reconoce. Hoy es consciente de que las tornas han cambiado y sus papeletas son percibidas por muchos como el voto verdaderamente útil, lo que constituye una oportunidad tan enorme como la responsabilidad que entraña. Le hago notar a su líder el peligro inherente a dejar que el éxito se torne en soberbia personalista, mencionando el nombre de Rosa Díez, y me responde apelando al equipo: «Soy muy consciente de que el mejor líder es el que tiene el mejor equipo y lo estamos construyendo. Gente que viene de la sociedad civil y sabe lo que es pedir un crédito. Profesionales con experiencia y cultura de empresa», ampliamente representados en el público que llena el teatro, pienso yo. Algo prácticamente inédito en el panorama político, donde la cooptación se ha convertido en el primer método de selección. Invoco el riesgo inherente a la falta de experiencia, puesto de relieve ayer mismo por el presidente del Gobierno, y él responde, con humildad, poniendo énfasis en dejar claro que ha venido a propiciar un cambio radical en la actitud de los políticos.
Son muy altas las expectativas que ha generado este equipo, al que hace año y medio alguien bautizó como «los conjurados del Goya». Pronto conoceremos la cantidad de poder real que le otorgan las urnas para acometer ese cambio.
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