La España de los muertos olvidados
ABC visita el Panteón de Hombres Ilustres de Madrid. Un ilustre monumento al fracaso
![La España de los muertos olvidados](https://s1.abcstatics.com/Media/201503/29/panteon--644x362.jpg)
España es buena sepulturera. Entierra a sus muertos con dolor. No hay queja sobre nuestra vocación funeraria: a la parca se la viste de crespones negros tirados por caballos blancos y hasta se la baña en prosa de lágrimas si el finado lo merece. A Larra, por ejemplo, España lo enterró tres veces. Hasta que el periodista dio, por fin, con sus ilustres huesos en la sacramental de San Justo, donde hoy reposan su cadáver y el olvido. Triple olvido. Porque para España el deber funerario queda ahí: palada encima, una rosa fresca y a otra cosa. No honra a sus ilustres moradores, a aquellos que hicieron grande a nuestro país y fecunda a nuestra historia. Como los británicos a Shakespeare, los alemanes a Brecht y hasta los argentinos a Evita. O como Francia a Voltaire, Víctor Hugo o Dumas. Y si se llega como ahora a encontrar los restos de nuestro universal Cervantes , la empresa torna en un engorro, si no en una mala noticia, para un país poco orgulloso de los héroes que nos hicieron mejores, empeñado en evidenciar su incapacidad reiterada para llegar a acuerdos y concordias.
León Felipe conocía bien la España desatenta cuando escribió estos versos:
Para enterrar a los muertos
como debemos
cualquiera sirve, cualquiera...
menos un sepulturero
(...)
Que no hagan callo las cosas ni en el alma ni en el cuerpo.
En España sí ha hecho callo nuestra autoestima, nuestro amor de país. Hasta no doler, ni casi existir. Lo más parecido a un homenaje funerario a la excelencia en España es el Panteón de Hombres Ilustres de Madrid. ABC lo visita una mañana de esta pasada semana, buscando asirse a un símbolo ardiendo de la memoria que no debimos perder; buscando vivos que honren, aunque sea con cámaras digitales al cuello, a los muertos; o buscando incluso fantasmas que, por un salario básico, custodien nuestra historia. La cosecha no puede ser más pobre. En el pequeño claustro, construido junto a la basílica de Atocha por Fernando Arbós, no hallo más vivo que un guardia voluntarioso huérfano hasta de pasquines. Ni un fantasma, tan propio de un panteón, que ayude a dignificar esta triste crónica. A poco, no encuentro ni muertos entre las piedras blancas bañadas por la luz de la incipiente primavera madrileña.
Apenas doce sepulcros esculpidos por Benlliure, Estany o Querol vocean en el silencio los nombres de Canalejas, Sagasta, Dato, Cánovas, Ríos y Rosas, el marqués de Duero, y en una fosa común (monumento conjunto lo llaman) figura la inscripción de Mendizábal, Argüelles, Calatrava, Diego Muñoz Torrero, Martínez de la Rosa y Salustiano Olózaga. Aunque oficialmente allí moran los doce próceres, otras fuentes bibliográficas sostienen que solo el cadáver de Canalejas permanece en la necrópolis. La historia de este panteón casi sin muertos es la misma historia de España. Una nación que no ha sabido compartir su agua, su pan y su lengua cómo habría de respetar a sus próceres o a sus maestros.
En 1837 las Cortes Generales votaron un proyecto para que la iglesia de San Francisco el Grande acogiera los restos de personajes de especial relevancia. Entonces, se propusieron los nombres de Lope de Vega, Juan de Herrera, Velázquez, Claudio Coello y hasta de Cervantes, cuando se encontraran sus huesos. Finalmente, solo hallaron reposo Quevedo, Calderón de la Barca, Juan de Mena, Garcilaso de la Vega, Alonso de Ercilla, Ventura Rodríguez y Juan de Villanueva. Pero poco duró en el convulso siglo XIX ese tributo a lo de todos. Los cuerpos fueron devueltos a sus lugares de origen. Cuando en 1890 la Reina regente María Cristina retomó el proyecto y lo trasladó a su actual emplazamiento, allí recibieron sepultura Palafox, Cataños y Prim. Pero a la vuelta del siglo XX todos fueron devueltos a otros lugares, reclamados por sus ciudades, como si fuera un trasunto decimonónico de la comisión de financiación autonómica de nuestros días.
Por eso, el Panteón es hoy el monumento de Patrimonio Nacional menos visitado de España. Casi clandestino, el conjunto arquitectónico en el que no tañe la voz fúnebre de la campana que cantara Zorrilla, ha terminado por ser aquello que nunca quiso ser: el monumento a un fracaso.
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