Accidente Avión
Gustavo Zerbino, superviviente del accidente de los Andes: «Vi cómo mi vecino de asiento salía volando hacia atrás»
Pocos sobreviven a una catástrofe aérea. Cuarenta y tres años después, narra a ABC su experiencia en el vuelo siniestrado en los Andes en que viajaba con su equipo de rugby
Un viernes 13 Gustavo Zerbino cayó del cielo y sobrevivió. Volvió a nacer cuando el avión que llevaba de Uruguay a Chile al equipo de rugby Old Christians se desplomó en la cordillera de los Andes, matando instantáneamente a 13 personas y dejando malheridas y desorientadas a otras 32. Solo 16 sobrevivirían tras sufrir penalidades inenarrables y tener que recurrir incluso al canibalismo.
El accidente del vuelo 4U9525 de Germanwings ha vuelto a traer a su memoria aquellos segundos, minutos, horas, años y siglos en los que su avión, un Fairchild Hiller FH-227 de la Fuerza Aérea Uruguaya, bajó de las nubes para acabar hecho pedazos en la ladera de un risco a medio camino entre Chile y Argentina. Una historia recordada en el libro ¡Viven! de Piers Paul Read, que inspiró la película homónima de 1993.
«Íbamos cantando, bramando, disfrutando el vuelo y de repente el piloto vio que había montañas muy altas cerca de las alas. No debía ser así». Lo cuenta con voz pausada, casi sin emoción. Ha narrado su historia cientos de veces, pero su ritmo se va acelerando a medida que su memoria vuelve a octubre de 1972. Al día en el que vio la muerte acercándose por las ventanillas.
Durante el descenso, la nave atravesó varios pozos que hicieron que perdiera altura bruscamente. De pronto, al salir de entre las nubes, los pasajeros y los pilotos vieron el suelo mucho más cerca de lo que esperaban. Enfrente estaba el pico sin nombre. El pico mortal. El piloto trató de dar al motor la fuerza necesaria para superarlo. Faltó muy poco para que lo consiguiera. Pero entonces la cola del avión tocó el suelo. La nave explotó. «Y fue terrible».
-¿Cómo fue la caída?
-Es muy difícil de explicar. Un segundo se parte en miles de partículas de segundo.
El avión empezó a dar vueltas por el aire, se resquebrajó, se despresurizó la cabina. A su espalda el fuselaje se partió en medio de una sucesión de ruidos escalofriantes e increíbles. Los asientos salían disparados por un boquete. Volaron para fuera los asientos. Gustavo se quitó el cinturón se seguridad y se agarró al techo. Entonces vio cómo su vecino de asiento «salía volando hacia atrás como en los lados de un vaso».
Los tímpanos parecieron reventarle por la presión. Y después de unos segundos que le parecieron horas el avión, o lo que quedaba de él, se detuvo. Tenía los ojos cerrados. Pensó que había muerto. A fin de cuentas, ¿quién sobrevive a la caída de un avión?
«Es como una montaña rusa. Solo que aquí luego viene el impacto»
De pronto un líquido le bañó la cara. Era el aire acondicionado que goteaba de las tuberías destrozadas. Dio un paso atrás y se hundió en la nieve hasta la cintura. Fue entonces cuando se dio cuenta de que estaba vivo, en medio de una montaña, a 4.000 metros de altitud y 30 grados bajo cero.
-¿En qué pensó?
-Yo decía: «Jesusito, Jesusito, no me quiero morir». Algunos iban rezando el Ave María pero después del golpe... quedamos muy aturdidos. Cuando abrí los ojos y me pegó ese líquido no sabía cuánto tiempo había pasado, si segundos, minutos… Estábamos muy aturdidos. La diferencia de presión es un impacto muy grande en el cuerpo. Es como una montaña rusa. ¿Viste una montaña rusa? Es esa sensación, solo que la montaña rusa se levanta. Aquí lo único que vino es el impacto.
La culpa la tuvo el viento. Un cambio en su dirección y sentido durante el vuelo hicieron que el avión viera reducida sensiblemente su velocidad. Un dato que los pilotos no tuvieron en cuenta al comenzar el descenso hacia Curicó, en Chile.
Tras el choque comenzó una durísima experiencia: sobrevivir en medio de una montaña helada y desolada, casi sin comida, viendo morir a amigos y conocidos. Con solo 19 años y tres meses de Medicina cursados, Gustavo se convirtió en médico y cirujano, aunque poco podía hacer por muchos de los supervivientes, gravemente heridos. Fue la peor noche de su vida, rodeado de llantos, gritos, muertos y moribundos. Le seguirían 71 más. Finalmente fueron rescatados gracias a dos compañeros que lograron encontrar ayuda tras diez días de marcha aprovechando el deshielo.
Sin miedo a volar
Haber sobrevivido a un accidente aéreo no hizo que cogiera miedo a los aviones, «uno de los lugares más seguros del mundo». Sí que le hizo reflexionar sobre el sentido de la vida. El azar, dice, fue lo que le hizo levantarse cinco minutos antes del accidente y cambiarse de sitio con la persona que salió volando hacia atrás cuando la cola de la nave se desgarró.
La experiencia también le hizo replantearse su relación con Dios. Él era católico, apostólico y romano, pero tras el choque se rebeló «un poco». Sobrevivió a una caída desde las nubes para, once días después, oir junto a sus compañeros en una pequeña radio a pilas que la búsqueda había sido suspendida. Luego, una avalancha de nieve les arrolló, matando a otras ocho personas. Y, después, el hambre atroz les llevó a tener que alimentarse de los restos de otros seres humanos para poder sobrevivir, algo de lo que no se arrepiente. Luego todo volvió a cambiar.
«El milagro es el hombre. Cuando lucha, cuando no se entrega...»
-Nos dimos cuenta de que Dios no interviene. Estamos hechos todos a Su imagen y semejanza y, cuando nosotros no podemos más, empieza Su fuerza. Yo creo que el milagro es el hombre, cuando lucha, cuando no se entrega...
Su historia, dice él, no fue una tragedia, pero tiene mucho de tragedia. No fue un milagro, pero tiene mucho de milagro. Fue una historia de amor, solidaridad y vocación de servicio. La historia del A320 de Germanwings fue, sin embargo, la historia de un crimen. De un asesinato masivo y extremadamente cruel .
-¿Qué le pasó por la cabeza a Andreas Lubitz para estrellar su avión a propósito?
-No conozco lo que le pasó, pero evidentemente ese hombre había perdido el juicio. Podría haberse matado en otro lugar, no con toda esa gente. Tenía un rencor muy grande, no pensó en nadie más. Su locura fue muy grande.
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