Opinión
Experimentos
Singular idea querer ganar con un absoluto desconocido
En todas las democracias el candidato importa. Muchos votos son patrimonio personal del rostro del cartel, que en algunos casos tira de sus siglas cuando se encuentran alicaídas. Pero PP y PSOE se han abonado al candidato probeta. El perfil es siempre el mismo: un apparatchik que recién abandonado el acné juvenil se afilió a Nuevas Generaciones o a Juventudes Socialistas, que nunca ha trabajado fuera de la política, que con veintipocos años ya tiene un sueldo de concejal, o de diputado autonómico, que luego pasa por el Congreso, en funciones de apretar el botón, y acaba ostentando algún cargo público. El resultado es que esas personas tocan poder sin haber ganado unas elecciones ni en su comunidad de vecinos. Los grandes políticos -de Thatcher a Olof Palme- viven idilios permanentes con la ciudadanía, y la única prueba de que esa conexión existe no son las loas jabonosas del tertulianismo afín, sino las urnas.
En enero algunas encuestas alertaban de que a Juan Manuel Moreno Bonilla no lo conocían la mitad de los andaluces. Una cadena de televisión de capital de derechas, que tiene la originalidad de dedicarse a zumbarle al PP a tiempo completo, llevó a cabo un demoledor experimento callejero en Córdoba. Sacaron a un cómico a pasear haciéndose pasar por el tal Bonilla y la mayoría de los viandantes lo daban por bueno, pues desconocían por completo al Juan Manuel de verdad. Moreno Bonilla era un eficiente secretario de Estado de Servicios Sociales y un tipo amable y muy trabajador. Eso lo sabía la vicepresidenta del Gobierno, que simpatizaba con él y lo promocionó como candidato, contra el criterio de la secretaria general del partido. Pero el problema es que esas cualidades las conocía ella, no los andaluces. Curioso pensar que en el consejo de ministros, con la excepción del presidente, casi nadie ha ganado unas elecciones como cabeza de cartel, salvo Soria, alcalde de Las Palmas, y Alonso, que fue un exitoso alcalde en Vitoria.
Rajoy ha sido leal con su apuesta y ha mitineado con intensidad en favor de Bonilla. Decisión noble, pero poco astuta, porque era quemarse con un caballo perdedor. Susana Díaz -otra candidata probeta- ha armado unos comicios al calor de un berrinche para dejar a su partido clavado en los resultados que ya tenía y a ocho escaños de la mayoría absoluta, la meta que buscaba para tener las manos libres. Su victoria atiende en realidad al descalabro del PP, que se pega un bonillazo de 17 diputados y el 14% de los votos (de los que la mitad, ojo, se han ido a Ciudadanos, partido bisagra que ahora tendrá que retratarse).
Los comicios dejan el alivio de que la crecida bolivariana, aunque notable, no era tan fiera como lo pintaban, pues suma algo más de lo que antaño se llevaba Izquierda Unida. La fragmentación del voto es común a toda Europa, porque la crisis fue hondísima y el enojo dura. Le Pen en Francia, Democracia 66 en Holanda, Syriza, UKIP en el Reino Unido… No es un sarampión español. Tampoco Rajoy es Bonilla, aunque para ganar bien las elecciones deberá hacer más política y contar con los políticos del PP, que haberlos haylos. Puedes ser un funcionario superdotado y un candidato liviano.
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