Análisis
Madrid, tierra de revanchas
Perder Madrid es una tragedia política por el efecto arrastre que conlleva
Si algo ha quedado demostrado en la última semana es que la operación de desmontaje de la estructura del PP de Madrid queda pospuesta para mejor ocasión. Ahora la prioridad es fingir que no hay guerra y la recuperación de una bolsa de voto de centro-derecha disperso, desencantado, dudoso y desorientado. Para un partido, el poder de Madrid, tanto la capital como la comunidad, es superior al de un ministerio en términos económicos y de imagen. Conviene repetir lo obvio: perder Madrid es una tragedia política por el efecto arrastre que conlleva.
Una vez designada candidata, Esperanza Aguirre se ha adelantado a los tiempos y ha comprometido las negociaciones secretas con Mariano Rajoy para un relevo ordenado y sin cuchillos largos en el PP madrileño. Antes de las urnas, el movimiento táctico de Aguirre ha desactivado cualquier influencia de Génova en la configuración de su programa y de su campaña. Ha transmitido a Rajoy, a plena luz del día y con la trompetería de los micrófonos, que si lo que se espera de ella son votos, exige manos libres para afrontar el desafío electoral más enrevesado y angustioso que ha conocido el PP en la última década. Aguirre y su instinto de supervivencia están a prueba de todo. Algo la avalará más allá de gozar de una presunción de simpatía en Madrid y de su identificación con un votante tipo que huye de los liderazgos difuminados o de apariencia débil. Que exigen autoridad, contundencia y un punto de populismo y demagogia, porque hasta la derecha necesita creer en la derecha con mensajes alejados de la retórica, la tecnocracia y la corrección. Y de corte liberal, por supuesto. Que no falte.
Es una ventaja que adorna a Aguirre, por ejemplo, sobre Juanma Moreno en Andalucía, a quien no obstante la campaña está tratando más benignamente de lo esperado gracias a la sobreactuación de Susana Díaz y al perfil bajo que adopta Podemos para atenuar su incipiente desgaste.
Rajoy ha pretendido cobrarse dos piezas de un solo disparo. La prolongación de la vida útil de una candidata todoterreno para medir si es capaz de reactivar la ilusión perdida en buena parte del votante popular y, a cambio, imponer el control de Génova sobre el PP madrileño. Ni la dirección del partido ni La Moncloa querían a Aguirre como candidata, pero probablemente es la aspirante con mayor expectativa de aceptación popular para lograr una remontada en la capital. Las municipales y autonómicas suelen ser un espejo de las generales y no caben experimentos renovadores, ejercicios de riesgo o funambulismo en las alturas.
Pero la operación de desmontaje del PP de Aguirre sigue latente. Hoy solo está aparentemente frustrada a la espera de que se abran las urnas. Se sacrifica el entendimiento real por una paz virtual y disimulada en la que el lenguaje no verbal, los whatsapp internos y las conversaciones en voz baja hierven de desprecio entre unos y otros. Eso sí, hay un fin superior: ganar. Es el retrato de su ADN. Si vence Aguirre, gana el PP; si pierde, se estrella Aguirre. Son las reglas del juego.
De momento el morbo de la guerra en el PP ha eclipsado al socialismo tranquilo de Gabilondo en pocos días. Y las excentricidades mediáticas de Carmona decaen por previsibles. Montar un discurso sobre dos frases ingeniosas tiene la virtud de la ocurrencia, pero escaso recorrido.
A nadie engañan los «aparatos» de los partidos. Son apisonadoras. Ignacio González ha comprobado que la misericordia no existe y las revanchas sí. La falacia de las primarias ha sido sustituida por una máquina de picar carne en el PSOE y Tomás Gómez no encuentra más refugio para sus desplantes que la universidad. En UpyD la depuración a cuchillo de los críticos, con espectáculo mediático de trapos sucios incluido, ha sido indiciaria del nulo grado de libertad interna.
Ciudadanos se fragua con el mensaje solvente de Albert Rivera, pero sigue sin presentar en sociedad siquiera a su número dos, al tres, al cuatro… abriendo dudas sobre la capacidad de un equipo aún inédito. Y Podemos ya se inclina hasta por la casta: su candidata por Madrid, Manuela Carmena, es sinónimo de politización de la justicia y de arbitrariedad. El neocomunismo revanchista, retratado en una antigua conocida del sistema.
Desde el decanato de los juzgados y el CGPJ Carmena ha contribuido a construir el mismo sistema que ahora deplora reactivando una imposible versión leninista de la democracia. 2015 no es el año de las elecciones. Es el de las revanchas.