«Temo más a la Policía que al agujero»

El narco gallego Rafael Bugallo fue detenido en uno de los dos zulos que levantó en su mansión

«Temo más a la Policía que al agujero» ABC

CRUZ MORCILLO

El día de Reyes Rafael Bugallo Piñeiro no tuvo tiempo de abrir ningún regalo. «Le oíamos respirar de una forma acelerada. Sabía que estábamos allí, a unos pasos. Se olía el miedo en ese dormitorio de la segunda planta». Su novia colombiana aseguraba que había salido. Imposible porque había un cerco a la casa desde muchas horas antes.

Los policías llevaban cuarenta y cinco minutos rebuscando en la mansión de «El Mulo» en Cambados, la única exhibición del dinero y el poder que ha atesorado el que quizá sea el mejor «narcolanchero» de las costas gallegas. Encontraron un escondite del tamaño de una habitación en la planta baja, pero no a Rafael.

Cuando sacaron las cajas de zapatos del armario-zapatero y a Bugallo del zulo en el que se había encerrado por dentro, opresivo e irrespirable, les dijo a los agentes: «Le tengo más miedo a la Policía que al agujero». Era la tercera vez que caía. Y tenía razones para esconderse como una alimaña.

El día de antes, había sido apresado el «Coral I», a 650 millas de Cabo Verde, un pesquero desvencijado y con la tripulación en las últimas sin apenas víveres, que transportaba en sus tripas una carga millonaria: 1500 kilos de cocaína del temible clan colombiano de «Los Urabeños». «Mulo» y su gente llevaban casi un año preparando la llegada de la mercancía (54 millones de euros en droga al por mayor de los que el 20 por ciento eran para él).

Engañar al helicóptero

La esporádica y espectacular novia colombiana que estaba en la mansión de Cambados (tiene casas también en Villagarcía de Arousa y Lalín) no abrió la boca. El misterio y la leyenda rodea a «Mulo», que trabajó a las órdenes de los dos grandes capos gallegos, Sito Miñanco y Manuel Charlín.

La prueba es que «Los Urabeños» le hubieran confiado una carga de tal valor. «No movía ficha, llevaba una vida anónima y no se dejaba ver por los sitios calientes. Si lo hacía se disfrazaba con pelucas, barbas postizas, gafas... Pero se ponga lo que se ponga su físico es inconfundible», explica uno de los investigadores de la Brigada Central de Estupefacientes de la Comisaría General de Policía Judicial que lleva media vida detrás de los señores de la cocaína.

Dedicado al trabajo casi orfebre, Rafael Bugallo, «Felo», alquiló hace un año una nave en Cabanas de Bergantiños, en la Costa da Morte. Pagaba entre 1.000 y 2.000 euros al mes. Allí, su equipo de confianza consiguió disfrazar una lancha de 20 metros con dos potentes motores de 2000 cv, de pesquero para que los helicópteros policiales no la identificaran.

La pintaron como si fuera a faenar, construyeron un puente de mando de fibra y simularon todo tipo de aparejos de navegación y pesca. Estaba hueca, lista para cargar la cocaína y los miles de litros de gasóil intervenidos. Nunca se había intervenido en España un barco así. Por si había algún problema, contaban con una segunda embarcación.

Un «MRV» de la cocaína

En el «Coral I», los agentes en colaboración con la Agencia Tributaria, detuvieron a los nueve tripulantes, todos venezolanos, salvo un colombiano que viajaba como «garantía» de la operación. En Galicia cayó «Mulo», seis colaboradores suyos y dos miembros de «Los Urabeños» que habían montado una «oficina» en Villagarcía para controlar la mercancía y que días antes habían protagonizado un intento de secuestro. Escondían un revólver debajo de la bañera. En Madrid, fue arrestado el hombre de confianza de los narcos, otro colombiano que estaba fugado.

Bugallo tenía una pistola dorada y casi 200.000 euros repartidos en billetes por toda la casa. «Poco, seguro que guarda mucho más. Ha amasado una fortuna y montado muchos negocios. Ninguno a su nombre», sostiene un investigador. «Se fiaban de él, aunque no trataba directamente con los colombianos. Lo suyo era una empresa de servicios: recogida y transporte de toneladas de droga garantizados. Un MRV de la cocaína. Estaba obsesionado con pasar desapercibido. Y nosotros con pillarlo».

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