análisis

¿Y si ocurriera en España?

«La autodefensa, incluso como argumento de dureza extrema, no solo es lícita y ética. Es consustancial al ser humano»

Por Manuel Marín

Tras el shock que cada atentado terrorista genera en las sociedades que lo padecen, surgen puristas del análisis para evaluar la «gestión política» de la tragedia. Sentados cómodamente ante su ordenador o el televisor, con la distancia pausada que permite el transcurso de los días y en su fría condición de observadores, dictan sentencia sin miramientos. Reducen frívolamente la compleja resolución de conflictos con asesinos al cumplimiento automático de unos protocolos rígidos sin los cuales cualquier salida a una crisis de alerta terrorista está inevitablemente abocada al fracaso. Como si hubiese fórmulas mágicas de «gestión» para controlar la psicosis de los ciudadanos o para prever cada movimiento de un yihadista que aspira a morir como un mártir. Es fácil hallar fallos ante un folio en blanco e incidir en los errores cometidos. Lo difícil es plantear soluciones y que, al hacerlo en libertad por encima de lo que dicta la corrección más meliflua, alguien no sea acusado de racista, islamófobo o vengador sin respeto por la ley.

Las 72 horas que Francia ha vivido al límite reactivan el debate de si en una democracia debe primar la seguridad o la libertad para protegerse de la amenaza yihadista. Françoise Hollande merecerá críticas por la manera en que ha resuelto la ofensiva criminal sobre París. Pero en Francia sigue existiendo un envidiable mínimo común denominador en la inmensa mayoría de la ciudadanía –el sentimiento de pertenencia a una patria–, capaz de aglutinar unidad y emoción, protección y autodefensa, desolación y dolor frente a un salvaje ataque a su sistema de vida. A nuestro sistema de vida.

¿Qué habría ocurrido en España si dos terroristas con antecedentes penales entrasen en la sede de una revista y asesinasen fríamente a doce personas? ¿Y si uno de los criminales hubiese participado en un plan que enviaba yihadistas a Irak para unirse a Al Qaeda? ¿Y si hubiese sido detenido cuando se disponía a volar a Siria e Irak? ¿Y si hubiese sido condenado a tres años de cárcel, de los cuales cumplió solo 18 meses? ¿Y si además entre sus antecedentes figurase un intento de liberar a un dirigente del Grupo Armado Islámico condenado por terrorismo? ¿Y si hubiese sido adiestrado para matar en campos clandestinos en Yemen, al mando de carniceros de Al Qaeda sin escrúpulos ni alma? ¿Libre? ¡Qué inmenso error!

Vistos los antecedentes y que el concepto de patria se vincula hoy en España con la ranciedumbre y el acomplejamiento frente a la modernidad del federalismo cool o frente al extremismo antisistema, la respuesta es simple: en el país de la corrección fingida, de los complejos sin complejo y del buenismo en dosis siderales, varios ministros y sus asesores no durarían un minuto más en sus cargos; los responsables policiales, de los servicios de seguridad del Estado y de inteligencia sufrirían un acoso mediático y político hasta lograr sus destituciones; habría una cacería de jueces por su exceso de garantismo y por tolerar la liberación de un terrorista a mitad de su condena; los fiscales sufrirían una persecución y el sistema se rasgaría las vestiduras por haber permitido el descontrol de que un criminal campe a sus anchas pese a su acreditada capacidad para hacer daño.

La dramática realidad es que los sistemas fallan. En casos así, la consternación impide reflexionar en frío sobre si antes se han evitado 500, 1.000 ó 2.000 muertes. Ante una tragedia, la demagogia es el recurso más útil. Las metáforas simplistas sobre las bondades del multiculturalismo no deberían ser la excusa de un Estado para debilitar su capacidad de defenderse. Sobra la generosidad impostada de las democracias frente a quienes utilizan precisamente sus bases constitucionales de legalidad y tolerancia para abusar de ellas y destruirlas. El dilema no está entre tolerantes o xenófobos, y la ecuación según la cual libertad equivale a ley como seguridad a abusos parte de premisas falsas. La autodefensa, incluso como argumento de dureza extrema, no solo es lícita y ética. Es consustancial al ser humano. Más aún frente a quienes la piedad o el amor son sinónimos de odio y muerte.

¿Y si ocurriera en España?

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