«He querido contar la "cocina de la corrupción": cómo son, cómo hablan...»
Carlos Quílez, director de Análisis de la Oficina Antifraude de Cataluña durante cinco años, describe en su novela «Manos sucias» las tramas corruptas que ha vivido en primera persona

Carlos Quílez (4.11.1966) acaba de publicar «Manos sucias» (Editorial Alrevés) una nueva novela, esta vez sobre corrupción política y crimen organizado ambientada en Cataluña. Periodista de formación y de vocación, se trata de su primera obra después de dos acontecimientos importantes en su vida, uno personal -el fallecimiento de su padre-, y el otro profesional, como es su salida de la Oficina Antifraude de Cataluña, donde durante cinco años ocupó el cargo de director de Análisis. En la actualidad trabaja en Economía Digital.
-¿Cómo le ha servido su experiencia en la Oficina Antifraude a la hora de escribir esta novela?
-Sin duda me ha servido de mucho. He visto a personajes «desmaquillados» y en actitudes o con conductas bochornosas, que actúan con un descaro y una jactancia increíble. Se creen impunes. Y alardean de ello. Y eso les hace vulnerables.
-Aunque es un relato de ficción, ¿hasta qué punto incorpora elementos de la realidad?
-Es novela, por lo tanto, es ficción pero un 99 por ciento de lo que van a leer está basado en personajes y situaciones reales. He construido la coreografía pero la música y los actores son de verdad. Además, en «Manos Sucias», explico la «cocina de la corrupción»: Cómo son, cómo hablan, cómo delinquen, cómo chulean por ello, y cómo son vulnerables a pesar de su inmenso poder.
-¿La obra es un espejo de parte de la realidad que se vive en Cataluña, la de la corrupción política?
-Si; en Cataluña y también en otros puntos de España. Esto está muy generalizado. Sobre todo en las regiones dónde, durante mucho tiempo, quizá demasiado, se ha perpetuado un mismo color político. El poder corrompe. Y el pecado atrae. El ser humano es así. Y el dinero es el peor de los pecados. Es lo más preciado para el corrupto y es el dinero sisado lo que deberían atacar más y mejor nuestros legisladores para dotar a policías, jueces y fiscales de más medios legales para hacerse con el patrimonio que esta gentuza, delincuentes de cuello blanco con pedigrí social, nos ha robado a todos.
-En la novela aparece muy bien reflejado, de nuevo, el mundo del periodismo, con ese personaje, Patricia Bucana, hilo conductor de muchos de tus relatos. ¿Cree que los medios de comunicación cumplimos bien hoy nuestro papel en estos asuntos de corrupción y crimen organizado?
-Cuando aparece un nuevo caso de corrupción nos escandalizamos. Pero me conforma mucho ver que casi al mismo ritmo, la justicia y la Policía, actúan. Y lo hacen de forma firme. Y a continuación (a veces incluso antes) tenemos un periodista que lo explica. Sin tapujos, con la impertinencia necesaria. Y eso me reconforma aún más. Sin embargo, nuestra profesión está hoy en día llena de llena de claroscuros, de intereses económicos y políticos bastardos que contaminan el buen hacer del profesional. Es una pena. Pero, aun así, la moral…!!de hierro¡¡. Esa es mi filosofía: a cada bache en el camino, el paso más firme. A cada presión externa, más mala leche. No hay otra salida.
-¿Cómo ha influido en la novela la muerte de su padre?
-«La moral de hierro» es una lección de mi padre. Sí, este viejo profesor de literatura murió mientras escribía «Manos Sucias». Es el primero de mis libros que mi padre no ha corregido. Y sí, en cierta manera, también me siento huérfano literariamente hablando. Le dedico «Manos Sucias» al hombre, créame, que tenía las manos más limpias que jamás he conocido.
-¿Se trata de su obra más ambiciosa?
-Sí, porque digo las cosas como son o como las he visto. Y no escatimo detalles para mostrar el asco infinito que me dan esos «obedientes preventivos» que conviven con la corrupción como si ésta fuera normal. No sabe usted cómo les desprecio. Esos políticos, banqueros y financieros, o esos jueces inútiles o esa policía servil, no son más que psicópatas sociales que hacen el mal (o lo permiten) sin importarles un bledo el daño que provocan. «Manos Sucias» está llena de ejemplos de esto y por ello, escribir esta novela casi suponía un reto. Mi padre me dijo un día que fuese con cuidado, que soy (eso decía él) ese tipo de personas a las que no se debe retar. Porque suelo ser de esos que dan un paso para adelante. Ser así, decía el viejo profesor, no siempre es lo conveniente. En todo caso, acertada o desacertadamente creo que he asumido el reto de sinceridad que me propuse al acometer «Manos Sucias». Espero no tener problemas por ello, pero si vienen… Los asumiré…