La investigación en la escena del crimen: «Los muertos hablan más que los vivos»

Aprender a leer lo que los cadáveres cuentan y descubrir los rastros que deja el asesino en el lugar de los hechos es la principal tarea de los investigadores criminales

La investigación en la escena del crimen: «Los muertos hablan más que los vivos» REUTERS

m. ruiz castro

«Los muertos hablan más que los vivos». Quien lo dice es el que ha sido uno de los mayores investigadores criminales del Cuerpo Nacional de Policía, el comisario principal Ángel Galán. Los cadáveres a los que se ha enfrentado en sus muchos años al frente de la Unidad Central de Delincuencia Violenta (UDEV), aunque mudos, le han contado mucho de lo que les ha ocurrido. Sólo hay que saber escucharlos: analizar los rastros que dejaron, su posición, las manchas de sangre... observar lo que «cuenta» la escena del crimen.

Ya retirado —aunque uno nunca deja de ser investigador, como él mismo apunta—, ha impulsado el Instituto de Investigación Probática y Criminal (IPIC) junto a Begoña Torrente, con el objetivo de dar a conocer los entresijos de la investigación criminal real, alejada de las ficciones televisivas.

«Los muertos hablan más que los vivos»; o al menos, no mienten. Cuando el investigador se sitúa frente a la escena del crimen lo primero que quiere saber es qué ha pasado. Es lo que Galán repite insistentemente en clase, porque sólo así podrá conocerse al autor. Y para arrojar luz a los hechos, saber qué ha pasado, el investigador se vale de los forenses, los de criminalística, los de científica... Ellos le darán claves como la hora de la muerte, si hubo violencia, restos biológicos; pero nunca revelarán quién es el asesino: ese será el resultado de un puzle que sólo el investigador puede construir. Una colilla en el lugar del crimen puede darnos el ADN del agresor, pero también puede remitirnos a una marca de cigarrillos poco común. Y eso ya es un hilo del que tirar .

Galán asegura a los alumnos que ya han pasado por el aula del IPIC para el que ha sido su primer curso —un Curso Básico de Investigación Criminal y Probática que se impartió el pasado mes de octubre y que reunió a periodistas, abogados, policías, detectives privados, criminólogos y guionistas— que lo importante es saber qué ha ocurrido. Cuando el investigador se obsesiona por identificar al autor puede acabar «forzando» las pruebas para que acaben por encajar en ese primer puzle que lo señala. Primero las pruebas y luego ver hacia quién apuntan y nunca al revés.

Por ello quienes investigan son policías judiciales, y es el juez instructor quien organiza las pesquisas para asegurarse de que no se vulneran derechos y se actúa conforme a la ley. Así evita que las defensas echen por tierra una prueba en el juicio.

Cuando solo hay indicios

El investigador rara vez tiene una fotografía del asesino empuñando el arma y acabando con la vida de su víctima. De ser así, todos los casos estarían prácticamente resueltos desde el principio. Pero la mayoría de las veces se manejan con meros indicios, que hay que intentar convertir en prueba ante un juez.

Mari Cielo Cañavate desapareció de su domicilio de Hellín (Albacete) en 2007, cuando tenía 36 años. Se la da por muerta, pero su cuerpo nunca pudo localizarse. Se trataba de una «escena fantasma». Su pareja fue condenada a 15 años de cárcel, pero el Tribunal Superior de Castilla-La Macha decidió absolverlo por falta de pruebas . El Supremo mantuvo la absolución basándose en que, pese a que existían «vehementes sospechas» de que el acusado ocasionó la muerte de su pareja, esas sospechas «no alcanzan el valor de prueba inequívoca y concluyente para dictar una sentencia condenatoria sin merma de la presunción de inocencia».

Sin pruebas directas hay que acudir a los indicios. Pero si no hay cadáver es imposible discernir, por ejemplo, si ha existido dolo o si el homicidio ha sido imprudente. «¿Cómo podría el juez aplicar la pena máxima?», se queja el magistrado Juan Montero, otro de los profesores del curso.

«El investigador siempre tiene que hacerse preguntas», señala un miembro de homicidios del CNP, parte del equipo de Galán. Por ello, acostumbra a «cerrar» cada indicio, cada evidencia, para que tenga fuerza suficiente como para transformarse en una prueba en el posterior juicio.

Galán asegura que hay más de 500 mujeres desaparecidas en España. De la mayoría, se intuye que están muertas. Suelen ser jóvenes, de entre 14 y 40 años, y son más numerosas que las víctimas de violencia de género, pero es algo que pasa desapercibido.

«La Justicia da más derechos a los vivos que a los muertos», se queja el investigador, que defiende que el sistema español es quizás demasiado garantista con los acusados. Galán se lamenta de que los muertos no pueden defenderse y cree que, en casos en los que los «malos» se encargan de hacer desaparecer el cadáver, se corre el peligro de que esa garantía se torne en impunidad.

Homicidio sin cadáver

La desaparición es la escena más difícil, como confiesa el comisario. Son esas «escenas fantasma». El teléfono o el ordenador de la víctima pueden ser las únicas herramientas que permitan al investigador generar la historia. ¿Cómo es la persona que ha desaparecido? ¿Por qué? Preguntas que a veces pueden quedar sin respuesta. Fue el caso de la joven Sara Morales, desaparecida hace ya ocho años en Canarias. Galán admite que sigue sin tener «la menor idea» de lo que le ocurrió. Es una de esas espinas que se quedan clavadas.

Hay asesinos que están libres. Galán asegura saber quiénes son los responsables del algunos de los casos que han pasado por sus manos y han quedado sin resolver, porque no se pudo llegar a probar. Y lo sabe porque se ha puesto frente a frente con ellos, los ha mirado a los ojos e incluso ha aprendido a distinguirlos. Porque «los inocentes no mienten en lo importante», señala el investigador, y muchos de ellos han mentido.

Si existe o no el crimen perfecto, lo cierto es que un pequeño número no se resuelve porque el asesino se ha cuidado de no dejar pistas, o de cambiarlas por otras falsas. Pero el porcentaje de éxito es muy alto, la ciencia criminalística cada vez avanza más y mientras haya investigadores «de los que nacen», como defiende Galán, los «malos» seguirán teniéndolo muy difícil.

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