¿Está impreso el gen de la corrupción en el ADN de la sociedad española?
En los últimos meses España ha sido testigo de numerosas fechorías a gran escala que han levantado la alfombra de la indignación popular. ¿Son casos aislados o existe un nivel patológico de corrupción?
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Durante el primer trimestre del año, la Comisión Europea (CE) publicó un análisis sobre una de las problemáticas más generalizadas en la Unión Europea: la corrupción. En dicho informe se podía leer que los españoles están entre los europeos que albergan una visión más pesimista sobre esta lacra dentro de su propio país. Desde la «trama Gürtel», pasando por los ERE de Andalucía, el «caso Noós», los «papeles de Bárcenas», el «caso Pujol», las tarjetas «B» de Caja Madrid, el «caso Malaya», el «caso Pokémon»... hasta la reciente «operación Púnica», España ha ido trazando un mapa de corruptelas que superan holgadamente las 1.600 causas abiertas.
Con un panorama así no es de extrañar que en el último sondeo del barómetro del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) la corrupción se mantenga como el segundo dilema que más afecta a los españoles, solo superada por el paro e incluso por delante de las preocupaciones derivadas de la crisis económica. Sin embargo, dado lo abultado de las sumas y el carácter mediático de los fraudes conocidos, no siempre se aborda la cuestión desde una perspectiva igualitaria a todos los niveles. ¿Es España un país de corruptos en casi cualquier esfera? Según los expertos consultados por ABC , no.
«Lo que objetivamente ha quedado constatado, a través de los numerosos casos que en estos momentos manejan los tribunales o se hallan en curso de los mismos, es que España es un país donde la corrupción ha envenenado a una parte significativa de las clases política, empresarial, administrativa, sindical y de cargos institucionales públicos y privados con poder de influencia, sin que pueda decirse que es un fenómeno generalizado», señala Ramón de Marcos Sanz, coordinador del Área de Ciudadanía e Integración en el Colegio de Politólogos/as y Sociólogos/as de Madrid.
«No tenemos un nivel patológico de corrupción»
José Antonio Gómez Yáñez, secretario ejecutivo de la Federación Española de Sociología, coloca el altavoz en la dura persecución que llevan a cabo los jueces, la policía, los inspectores de Hacienda... para poner de manifiesto que en España hay un grado corrupción similar al que también existe en otras democracias. «No tenemos un nivel patológico, ni mucho menos», sentencia tajante.
Por su parte, Antonio López Peláez, Catedrático de Trabajo Social por la UNED, expone que no hay una tradición de este tipo, sino malas prácticas que se quieren erradicar, «no creo que se pueda describir así nuestro país. La corrupción se convierte en noticia precisamente porque la sociedad no la soporta, y nos produce repulsión. En este sentido, que los españoles sitúen a la corrupción como el segundo mayor problema, el clamor en las redes sociales contra los comportamientos corruptos, y la demanda de mayor transparencia y control, nos están indicando que nuestra sociedad quiere una mayor dosis de transparencia».
Aunque la situación de hoy día en España se haya tornado demasiado compleja como para explicarla en base a un solo fenómeno, Santiago Pardilla, sociólogo y gestor del blog Ssociólogos, busca en la corrupción el embrión de la actual catársis política, «cuando unos ciudadanos no confían ni respetan a sus dirigentes, generan un distanciamiento que puede provocar movimientos sociales profundos, el rechazo a los partidos mayoritarios o el aumento de la abstención. La corrupción supone el fracaso de un sistema».
Partiendo de la base de que la corrupción a pequeña escala no es algo sistemático, conviene encontrar cuáles son las principales razones por las que ocurre. El hecho de que aparezcan políticos y altos cargos implicados en casos de este tipo puede provocar una legitimación en el seno de la ciudadanía que impida ver con claridad la gravedad del acto. «Una vez que la corrupción aparece en los medios de comunicación se deshacen los lazos sociales, influyendo en que mucha gente se justifique para hacer cosas que no debería», explica Gómez Yáñez. Por otro lado, De Marcos Sanz introduce el concepto de la ética de la responsabilidad, «mientras ésta no tenga cabida en la clase política y por tanto nada les obligue a dar cuenta del uso que hacen de los bienes públicos, ni haya consecuencias derivadas de su mal uso, el riesgo de que aparezca esa influencia negativa está presente».
Si lo anterior se cumple repetidamente y se alcanza la percepción de que estas prácticas están muy extendidas, surge el riesgo de la formación de una especie de cadena corrupta donde las cosas se hacen porque las hacen los demás, «mal de muchos consuelo de tonto dice el refrán. Sin duda la sensación de impunidad sigue presente. Si te cogen puedes ir a la cárcel pero aquí nadie devuelve el dinero, ni muestra arrepentimiento, ni pide perdón por el daño ocasionado a los bienes públicos... por eso mientras esa sensación siga presente y no se imparta una justicia rápida y ejemplarizante, la tentación seguirá campando por nuestro territorio», asume De Marcos Sanz.
«Si nace una cultura de la corrupción, será muy difícil modificarla»
Pardilla apunta a que los ciudadanos de a pie pueden interiorizar los valores del individualismo y la falta de ética que desprenden los casos de fraude fiscal, «sí los políticos defraudan a Hacienda, ¿por qué yo debo pagar mis impuestos?, o, ¿para que tengo que pagar el IVA si luego el dinero lo van a gastar en obras absurdas? . Con estas ideas se puede llegar a justificar el gran problema de la economía sumergida y así, la ciudadanía se acostumbra a este comportamiento por parte de sus dirigentes, dando legitimidad a un fenómeno social egoísta, que respalda la falta de compromiso social». Acto seguido advierte del peligro que supone normalizar esta situación, «puede pasar de ser un problema social a convertirse en una cultura, siendo entonces muy difícil que sea modificada».
Sin embargo, López Peláez no comparte esta visión y considera que lo que los españoles buscan es la supresión total del problema, «al expandirse la corrupción surge una demanda de mayor transparencia. Es verdad que pueden producirse comportamientos cuasi-mafiosos en algunos entornos, pero lo que la ciudadanía demanda es precisamente que se erradiquen mediante el cumplimiento de la ley».
Otro de los asuntos mas arraigados versa sobre el acceso a determinados puestos de empleo, no siempre atendiendo a criterios meramente profesionales. De Marcos Sanz expone que es una de las herencias perversas a las que una sociedad madura ha de enfrentarse, «en un país donde tradicionalmente queda demostrada la incapacidad de generar un tejido productivo que facilite trabajo para la gran mayoría de los ciudadanos, y la universidad también acusa un alto grado de responsabilidad en ello, la sociedad ha sido caldo de cultivo fácil para el surgimiento del 'amiguismo', el 'enchufismo', el 'familiarismo' como una vía de acceso al empleo escaso y lo grave es que este hecho se ha consolidado entre las instituciones, cuerpos intermedios y grupos corporativos sin que este tipo de conducta sea socialmente reprobada».
Creciente preocupación
El hecho de que el fenómeno de la corrupción haya entrado con fuerza en la vida de los ciudadanos explica el grado de indignación existente, «este fenómeno se ve como una anormalidad en el funcionamiento de la política y de los servicios públicos, y eso es muy sano. Porque después de siete años de crisis, con grandes costes para toda la sociedad, pero especialmente para algunas personas, la sensibilidad es muy alta. Se aprecia como un rasgo de insolidaridad en un momento en que una cosa así es totalmente intolerable», defiende Gómez Yáñez.
«Los casos de corrupción en las esferas políticas aparecen en las portadas de los periódicos, abren los telediarios y es de lo que se habla en la radio. Debido a los numerosos escándalos, los medios de comunicación bombean a la ciudadanía con nuevos datos e implicados. Así, salvo el número de desempleados, se ha dejado de hablar de indicadores económicos o tendencias de futuro, los efectos de la crisis económica han pasado a un segundo plano por parte de los medios», puntualiza Pardilla.
¿Cuál es la solución más efectiva?
Cuestionado acerca de si la corrupción puede ser corregida desde una perspectiva educacional, Pardilla explica que a pesar de la importancia que tiene, la cuestión va más allá quedando ligado a la actual imagen que desprenden los políticos, «si vas a la escuela y te enseñan compromiso social, pero luego observas que políticos, empresarios, 'celebrities', futbolistas… y demás referentes sociales son los que defraudan a Hacienda, la educación se queda en un segundo plano. Los representantes de los ciudadanos deben dejar de ser un problema, para ser un ejemplo».
«Es mucho más costoso, peligroso y frustrante vivir en un entorno corrupto»
López Peláez habla de dos estrategias complementarias: eduación y valores cimentados en el respeto y en la defensa de las reglas del juego, y el análisis de las condiciones de vida y los problemas de los entornos y países con mayores niveles de corrupción, «la impunidad nos degrada como ciudadanos, moralmente, y también en el ámbito social y económico, e incluso en el de la seguridad personal. Es mucho más estresante, costoso, peligroso y frustrante vivir en un entorno corrupto que en un entorno democrático y transparente. El análisis posterior tiene que poner de relieve que el interés inmediato en algo delictivo o corrupto acaba generando sociedades injustas en las que es muy difícil vivir con dignidad».
En otra línea de investigación, Gómez Yáñez resalta que aunque es importante «comprender desde pequeños que hay cosas que dañan los recursos públicos y atentan contra todos», el problema es institucional, «los partidos y los sindicatos deberían organizarse de manera que unos políticos vigilasen a otros».
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