Entrevista - Exministro y ex defensor del Pueblo
Enrique Múgica: «Mas tiene un concepto ácrata que le impide cumplir la ley»
Fue un comunista marcado por la clandestinidad y sus años pasados en la mítica cárcel de Carabanchel. Formó parte del cuarto gabinete de Felipe González con la cartera de Justicia
La casa de Enrique Múgica sorprende. Completamente verde por fuera, llena de vida por dentro, con un pequeño y acogedor jardín con piscina, donde ahora juegan sus nietos, que todavía no ha cambiado al color otoñal y se mantiene de un verde apagado. Y libros, libros por doquier, que invaden cada rincón, cada estancia. Con miles de detalles y fotos que repasan una trayectoria política dilatada, la reconstrucción del PSOE tras el Congreso de Suresnes , donde surgió como líder absoluto Felipe González, sus años como ministro de Justicia y defensor del Pueblo, con decisiones tan polémicas como recurrir al Tribunal Constitucional el Estatuto de Cataluña. A su edad, 82 años, sigue leyendo tres periódicos en papel y el diario «Le Monde» en la tableta, preguntándose «¿a quién le ha tocado hoy?». Conversar con este socialista convencido, pero sin carnet, retirado y feliz con los suyos, es entender sus silencios, sus miradas, su forma de arquear las cejas. Medita cada respuesta, mide cada una de sus palabras sin querer criticar abiertamente, transmitiendo desde el corazón su preocupación por los derroteros de España. «Si a mí me hubieran dicho hace 35 años que estaríamos así, en una sociedad tan desigual, tan compleja, mi respuesta hubiera sido: ¡Eres un necio!».
-Se cumplen cuarenta años del Congreso de Suresnes. ¿Cómo lo recuerda?
-Con la esperanza multitudinariamente compartida de que España iba a realizar el cambio ineludible para recuperar y consolidar una democracia socialmente justa. Fue además el último Congreso del PSOE en la clandestinidad.
-Fue uno de los reconstructores del PSOE, ¿necesita ahora el partido regenerarse o se diluirá en las próximas generales?
-(Silencio) Está tratando de superar un periodo difícil, de mediocridad, que incluso se expresó a través del Gobierno. El mediocre nunca piensa que lo es, y vive envuelto en una nube de elogios y adulaciones. Es lo que ha ocurrido al partido. Hay partidos socialistas que han desaparecido, el italiano de Bettino Craxi, que murió refugiado en Túnez, o que están en mala situación como el PASOK; eso obliga al PSOE a ver qué ha ocurrido y que la quiebra de esas organizaciones no constituya un muro de lamentaciones, sino un estímulo.
-¿Cree que Pedro Sánchez está haciendo esa crítica?
-Ese es el camino. Confío en que la haga, que se supere el pasado. Desearía que los nuevos dirigentes supieran aunar racionalidad y sensibilidad para salir de esta crisis, porque en los sondeos aparece la clase política vapuleada. Tienen que recuperar la confianza.
-Ha sido diputado por el PSOE desde el año 1977, ¿piensa que los políticos actuales tienen la misma talla que entonces?
-No voy a dar una respuesta, porque sería obvia. Eso lo tiene que decir la opinión pública, que responde con su voto. Y lo que tienen que hacer todos los partidos que aspiran a ser Gobierno, es tener comunicación constante con la ciudadanía. Los políticos han sido elegidos como solución y no como problema; lo dramático es que sean un problema.
-¿Todos esos políticos ahora pertenecen a la casta?
-¿Cómo van a ser casta los políticos? Los señores de Podemos no han descubierto América. No son originales. Recogen tanto las críticas de muchos ciudadanos, como las que plantean los medios de comunicación. ¿Por qué hemos llegado a esta crisis? ¿Cuáles son las soluciones que se aportan? Hay que cuantificar de forma realista y razonable.
-La figura de Felipe González emerge en ese Congreso por la labor de hombres como usted…
-(Se ríe). Tenga en cuenta que la refundación del partido socialista fue la obra de un equipo, y no voy a dar nombres, porque todos los conocen. En aquellos tiempos, se comprendió la necesidad de personalizar ese liderazgo, que coincidía con la exigencia de los ciudadanos. Surgió Suárez, surgió Felipe, pero detrás había un colectivo.
-¿Cómo era entonces su relación con Felipe González?
-Era muy buena. Nicolás Redondo y yo contribuimos sólidamente a su elección como secretario general del PSOE. Ya en los años noventa surgieron discrepancias aunque, cuando nos vemos, nos saludamos.
-Ahora que se revisa a cada instante la historia, ¿sabremos alguna vez qué ocurrió el 23F?
-Lo sabemos todo. Elucubrar se puede elucubrar lo que sea. ¿Por qué voy a enmendar la historia recogida en sentencia? Los hechos ocurrieron así. El Rey tuvo un papel importantísimo, y no estoy dispuesto a contestar a elucubraciones, a que alguien diga un disparate y replicarle. ¡Ya está bien!
-Jordi Pujol dijo que usted le pregunto «cómo vería que se forzase la dimisión de Suárez y su sustitución por un militar de mentalidad democrática»…
-(Me interrumpe) ¡No! ¡No es verdad! Pujol es un mentiroso pertinaz y permanente, y a un mentiroso no le voy a responder nada. ¡Estamos viendo lo que está pasando en Cataluña! La historia pone a cada uno en su sitio.
-Alfonso Guerra salió en su defensa en sus memorias.
-Porque sabía lo que pasaba. Ha salido un libro elucubrando en el que todos están metidos. Desde el Rey, Felipe, Alfonso, yo… ¡Váyase usted! No voy a contestar para que se vendan más ejemplares. No creo en ese principio de quien calla, otorga. Más bien, quien calla, calla…
-A usted incluso le han grabado sus conversaciones privadas el CESID...
-Cuando estaba en la clandestinidad, y quería hablar con alguien de algo muy discreto, pensaba que debía elegir las palabras. Estuve en la cárcel, fui uno de los refundadores del PSOE, diputado, ministro, Defensor del Pueblo, y siempre he pensado igual que cuando me movía en la clandestinidad. Siempre he sabido medir mis palabras. Al segundo día de entrar en el ministerio de Justicia, alguien me dijo: usa este teléfono cuando no quieras que se entere nadie. Y ese es el que usé.
-Como ministro de Justicia, puso en marcha una ley conocida por su apellido, «reforma Múgica».
-Sí, es la referida al procedimiento penal abreviado y a la instauración de los jueces de lo penal... Me viene el recuerdo de cuando fui nombrado ministro de Justicia, y fui a todas las direcciones generales, incluida la de instituciones penitenciarias. Saludé a todos los cargos, y venía siguiéndome un hombre, un funcionario, todo el tiempo detrás mío, hasta que le dije: «hombre, ¿qué quiere usted?». Y me contesto: «No me reconoce, señor ministro. Yo estaba de jefe de servicio en el penal de Burgos, cuando usted estaba preso allí».
-En 1995 pedía una remodelación del Gobierno, porque no tenía el vigor político suficiente, los casos de corrupción ya estaban presentes. ¿Fue muy crítico con su partido?
«El PSOE está tratando de superar un periodo de mediocridad»
-No, no he sido muy crítico. El hombre que es capaz de hacer una crítica, debe ser capaz de elogiar lo que se ha hecho bien. Era diputado en el año 1995, los militantes tenían que ser objeto de atención, porque son los que están en contacto con los votantes, y lo lógico es que desde la dirección de los partidos se pregunté qué es lo que piensa la gente. Tenía entonces la sensación de que la dirección del PSOE no tenía en cuenta el latido de la gente.
-Igual que ahora que se habla de acometer una regeneración política, una segunda transición.
-(Se exalta) ¿Qué quiere decir una segunda transición? No se puede hablar tan en abstracto. En España estamos a veces agobiados por la semántica. ¿Hace falta reformar la Constitución? Pero dígame en qué. Cuando el PSOE ganó las elecciones en 1982 era porque la gente se sentía atraída por unos valores, aportamos soluciones para superar las insuficiencias y consolidar un país moderno. Ahora se confunde modernidad, sujeta a criterios racionales de coste, con el modernismo, sometido a la retórica del «siempre más» -aeropuertos que no funcionan, líneas de AVE que podrían haberse orillado, centros culturales vacíos...-.
-Ese modernismo nos ha llevado a la corrupción, al ahogo de la clase media.
-¡Pues claro! En España, la crisis social y económica sigue presente. Usted pasea por cualquier ciudad española, y lo que le asalta son los carteles de «se vende, se alquila», en locales, comercios, viviendas… Es una de las muestras de que hay una profunda crisis, que afecta a una clase media tan necesaria. Si a eso se le une la corrupción, es bochornoso. Hay nombres que están saliendo que son sorprendentes. ¿En quién confiamos entonces? Hay que combatir la corrupción con firmeza, para que la gente recupere la confianza y afronte los problemas económicos, políticos y sociales. Con una ciudadanía desencantada es muy difícil recuperar el pulso de este país.
-Diez años en el cargo de Defensor del Pueblo, ¿ahora no daría abasto?
«Te preguntas: ¿por quién pones la mano en el fuego? Por nadie»
- Esto que vemos todos los días no puede ser, duele. Algunos de los que aparecen en el listado de las tarjetas negras eran amigos míos, y te preguntas, ¿por quién pones la mano en el fuego? Por nadie. Es un terreno tan resbaladizo, que cuesta caminar. Hay que terminar con todo aquello que haga crujir la imagen de España. Esta sociedad tuvo pulso, con independencia de quién estuviera en el Gobierno. Ahora se acumulan todos los datos negativos. Bankia, ébola, hasta en la selección de fútbol se ha roto la burbuja. Recuerdo en los tiempos que ETA golpeaba con más dureza, cogías el periódico y pensabas: ¿a quién le ha tocado hoy? Ahora abres el periódico preguntándote: ¿qué novedad mala toca?
-Una de sus decisiones más polémicas fue recurrir al Constitucional el Estatuto de Cataluña. ¿La historia se repite con la consulta del 9-N?
-Lo que estamos viendo con el tema catalán es una desmesura. Artur Mas tiene un concepto ácrata de no respetar la ley. Desde que propuso una consulta para la independencia, no sólo se hubiera tenido que responder como se hizo, que era imposible realizarla. Más allá de la frialdad inexorable de la norma, se hubiera debido suscitar en la ciudadanía la exigencia de la igualdad entre todos los españoles, vivieran donde vivieran, porque el concepto de España es tan importante que hay que asumirlo con calidez.
-Cuando presentó el recurso, todos los partidos nacionalistas le vapulearon en el Congreso.
-Tenía que presentarlo. Mire usted, he estado tres años en la cárcel por arrojo. Tome la decisión porque era lo que había que hacer, aunque trajera consecuencias. En aquellos tiempos, había que prever lo que iba a pasar ahora. El Estatuto convertía al propio Defensor del Pueblo en aquella comunidad en una figura abúlica, sin competencias, sesgada hacia la nada.
-A usted, toda la vida en el PSOE, le acusaban de estar más cerca del PP, de estar agradecido a José María Aznar.
-Aznar primero me llamó en el año 1997, recordando el judaísmo materno, para ser presidente de la Comisión de Investigación del expolio de los judíos por los nazis y cómo se podía restituir a las víctimas. No había nada que perturbase esa comisión con el acta de diputado por el Partido Socialista. Fue también el primero en ofrecerme el puesto de Defensor, y le dije que si estaba de acuerdo mi partido, sin problemas. El entonces secretario general, Joaquín Almunia, no puso ninguno, y votaron ambos partidos a favor.
-Para ser defensor del Pueblo tuvo que renunciar a la militancia de su partido. ¿Volvería a pedir el carné del PSOE?
-(Silencio) En el 2010 deje de ser Defensor del Pueblo, pero no pedí volver porque no tenía muy claro lo que el PSOE estaba haciendo esos años, no veía clara la política del Gobierno. Naturalmente que soy socialista, pero la adhesión a un partido significa convicción plena.
-¿Era un entusiasta?
-¿Cómo puedes ser comunista si no eres un entusiasta en política? Pues naturalmente, abordas la realidad, y la realidad es otra historia. Algunos de los que aparecen aquí en el listado de las tarjetas negras, algún día habrán sido entusiastas de algo, aunque hayan destrozado las ideas que sostenían ese entusiasmo.
-¿Cómo se ve después de casi cuarenta años en política activa?
-Cuando aceptas una vida, hay que asumirla plenamente, y observas todas las etapas con la misma mirada.
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