Análisis

El penúltimo liberal

El legado de Rivera fue demostrar a los catalanes no nacionalistas que no están solos

Albert Rivera, ayer, tras anunciar su dimisión como presidente de Ciudadanos Efe
Juan Fernández-Miranda

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La primera entrevista que dio Rivera tras el 28-A fue a este periódico. Se autoploclamó líder de la oposición y se apuntó a liderar la derecha, ante nuestra sorpresa:

—¿Hay tantos liberales en España como para ser primera fuerza? —repreguntó ABC.

—Yo creo que sí —insistió Rivera.

La respuesta correcta habría sido «no» y el acierto habría sido conformarse con ocupar ese espacio liberal, reformista e influyente . Pero no fue así, y ahí comenzó la debacle.

El triunfo de un partido liberal en España es muy difícil porque el liberalismo ya ha triunfado. Sobre todo en el PP, pero también en el PSOE, hay importantes sectores liberales, con todos los matices que usted quiera, por lo que el espacio entre ambos —¡el centro!— es estrecho y volátil. El mérito de Albert Rivera fue ensanchar ese hueco atrayendo para Ciudadanos esa ideología transversal y representando la capacidad de moderar a los dos grandes partidos cuando uno tuviera tentaciones socialistas y el otro veleidades conservadoras . Lo de Rivera no era centrismo, sino liberalismo, convicción que en España hoy está más a la derecha que a la izquierda. Su utilidad estaba en la capacidad de influir al PP en lo social y al PSOE en lo económico, y para eso a Albert Rivera le sobraba con 30 escaños. Su error fue pensar que el partido liberal podía ser mayoritario en 24 horas y no ser consciente de que aspirar a ser presidente implicaba desnaturalizar su origen.

Rivera no ha sido el primer liberal, ni será el último; no ha sido el primero en intentar montar una alternativa de «centro», ni será el último. Pero siempre podrá presumir de ser el primero en demostrar a los catalanes no nacionalistas que no están solos, que el constitucionalismo es una alternativa realista en Cataluña aunque ahora lluevan chuzos de punta. Y eso es un legado político de primera magnitud. Constitucionalismo sin complejos.

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