Partido Popular: La derecha en el invernadero
Casado pide el apoyo de los votantes de C's y Vox en un mitin desangelado
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Lejos quedan los tiempos en que los partidos llenaban las plazas de toros de multitudes enfervorecidas y rugientes. Salvo Vox, cuyos simpatizantes conservan un entusiasmo casi sacramental , de estreno, las fuerzas políticas se han ido replegando a espacios cerrados y de aforos pequeños, como los cantantes cuando les empiezan a pesar los años. Máxime si se trata de una campaña de otoño, en una tarde helada, glacial como los ánimos de un electorado que a base de ser llamado una y otra vez a las urnas acusa severos síntomas de cansancio.
Aun así, la clausura de la campaña del PP pudo ser la más reducida de su historia. El escenario elegido era Las Ventas, pero la corrida era de salón, o más bien de invernadero, que así se llama la carpa de plástico instalada en medio del ruedo . Los asistentes podían ser mil contados con cierta generosidad, más unas cuantas decenas de incondicionales que soportaron el frío afuera, ante una pantalla colocada en el portón por donde en las tardes de gloria -puerta grande o enfermería- salen los toreros. Clase media, de ánimos templados y edades maduras, gente poco dada al enardecimiento . Al mayor partido de España se le supone músculo para un acarreo -en abril llenó el Palacio de Deportes, y no fue ni de lejos su mejor momento- pero se conoce que ayer no le mereció la pena el esfuerzo, o ya no confía en este tipo de actos, o simplemente anda corto de dinero. El caso es que allí sólo estaban los «muy cafeteros», los decidida o aburridamente adeptos. La noche era para no salir ni a pasear al perro.
Tampoco los teloneros -Pío García Escudero, el alcalde Almeida, la presidenta Ayuso y la ex ministra Ana Pastor, número dos por Madrid- calentaron mucho el ambiente. Son políticos eficaces pero discretos, y la oratoria no es su fuerte. Ayuso arremetió contra «los que quieren ser el PP» sin arrancar grandes aplausos, que sólo cosechó cuando se dirigió gritando a Casado: «Pablo, sube ya a arreglar esto». «Esto» no era el desangelado mitin sino la situación de desgobierno que la opinión pública conoce como bloqueo. Ana Pastor se proclamó «del PP de toda la vida» para reivindicar un liberalismo de pata negra, un copyright de la genuina derecha frente a las nuevas marcas -«imitaciones»- surgidas de la fragmentaria política posmoderna.
Casado salió a las ocho en punto en el reloj de la plaza. Fue al grano: «A los que han dejado de votarnos les pido con toda humildad su apoyo para echar a Sánchez». Su discurso fue el de toda la campaña, ya sin el tono atropellado y errático de la primavera. Una apelación recurrente y machacona al voto útil -«yo prefiero llamarlo voto urgente, voto necesario»- para desalojar a Sánchez del Gobierno. Una llamada contra la división del centro y la derecha para formar de facto esa España Suma en la que el PP se ha quedado como sumando único y solipsista . «Si hacemos lo mismo que en abril tendremos lo que pasó en abril», advertía. También se le veía cansado, como dice Sánchez que está él, pero sin meter la pata con la división de poderes. Estuvo sólido pero no vehemente, contundente pero no vibrante, apodíctico pero no pasional. Pidió el «voto prestado» a los socialistas responsables, igual que hacen Rivera y Abascal y probablemente con el mismo éxito; allí desde luego no había ninguno. Habló de recuperar la ilusión, pero eso ya es mucho pedir en unas elecciones en las que bastante será con que los votantes conserven no ya la esperanza, sino la rutina. Y como en todo mitin que se precie de tal, le aplicó la protocolaria ración de palos al adversario. «Sánchez -dijo- es un náufrago y el Gobierno un Titanic que se va a pique con la música sonando». Pero luego añadió que los votos de Vox y de C´s son en la práctica «la tabla de salvación» de un presidente al que quiere ver políticamente ahogado como Leonardo di Caprio.
Cuando acabó, cuarenta minutos exactos después -la parte más larga fue la descripción de la situación del país como una emergencia socioeconómica-, sonó el himno nacional que la plana mayor del PP escuchó subida al tablado . El humo de la pirotecnia -metafórica y literal: fuegos artificiales- de Vox se estaba disipando aún calle Alcalá abajo. Frente a las Ventas, a menos de doscientos metros, estaban apagadas las luces de la vecina sede central de Ciudadanos, salvo un enorme cartel naranja que viraba al rojo por la reverberación de los focos. De todos los lugares de todas las ciudades del mundo, habría dicho Rivera si fuese el Rick de «Casablanca», habéis tenido que venir precisamente al mío. Ya se sabe que al final Ilsa se fue con otro.