Cataluña decide España

El PSC, que se había perdido en sus equilibrios imposibles con el independentismo, ha sido rescatado por Pedro Sánchez

Elecciones 2019, reacciones en directo

La coalición de centro-derecha que hubiera vencido a Pedro Sánchez en las elecciones generales 2019

El secretario del Área de Organización del PSC, Salvador Illa, hace seguimiento de la noche electoral EFE
Salvador Sostres

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Ni los más pesados años de caos «procesista» han conseguido que los catalanes dejemos de votar bajo una dinámica perfectamente española. He aquí concretado el tan reivindicado «derecho a decidir»: Pedro Sánchez, sin llegar a ganar, en Cataluña como en el conjunto de España, resucitó al PSC de la nada en la que estaba. Por supuesto que los catalanes tenemos derecho a decidir, y cada vez que somos convocados a las urnas, lo ejerceremos y nuestra decisión es siempre la misma: España.

El PSC, que se había perdido en sus equilibrios imposibles con el independentismo y en su afán, algo absurdo, en buscar un gato negro en una habitación a oscuras sabiendo positivamente que el gato negro no estaba, ha sido rescatado por Pedro Sánchez, el santo que ha hecho el milagro de revivir al socialismo español cuando parecía finiquitado. Lo dice Miquel Iceta: «Pedro nos ha salvado la socialdemocracia». Exagerado o no don Miquel, lo que sí es cierto es que España volvió ayer a ganar, como siempre, en Cataluña, y que como siempre que el PSOE gana las elecciones generales es gracias, en parte, a un magnífico resultado en mi tierra.

En la guerra fratricida del independentismo, Esquerra ganó el primer asalto, imponiéndose claramente a Convergència –que en 10 años ha pasado de ser decisiva en Madrid a caer en la total irrelevancia–; pero sobre todo y muy personalmente a Carles Puigdemont y a la apuesta que el procesado rebelde hizo por una candidatura de acérrimos, de la que los discrepantes y los moderados fueron purgados sin contemplaciones. La llama del forajido empieza a apagarse en la distancia: estaba en mínimos históricos y anoche perdió aún otro diputado.

El partido de vuelta serán las elecciones europeas, con el Barça-Madrid al que Junqueras y Puigdemont se han convocado, tan inútil en la realidad como significativo en el imaginario y la hegemonía dentro del independentismo. La victoria de ayer de Esquerra supone un paso más de los republicanos en su propósito de ocupar la centralidad de la política catalana, y otro paso en el incomprensible camino que los convergentes han tomado hacia la marginalidad y la insignificancia, grotescamente radicalizados, cuando éste no fue nunca su carácter. La marca electoral más exitosa desde la recuperación de la democracia, que fue CiU, ha sido arruinada por olvidar la moderación , la centralidad y desde luego por la abrumadora mediocridad política de Artur Mas y por los problemas judiciales –y mentales, y esto también hay que dejarlo claro, porque si no no se entiende nada– de Puigdemont.

La apuesta de Pablo Casado por Cayetana Álvarez de Toledo no ha tenido en esta primera elección su traducción en las cifras deseadas . Pero por su significado y por los conceptos y el lenguaje que en tan poco tiempo Cayetana ha conseguido asentar en la vida pública catalana, es vital que el PP insista en este modo no clientelar, no acomplejado, no casposo, no subsidiario de entender su presencia en Cataluña. Si diluye su apuesta o se cansa, no sólo de defenderla, sino de basar en ella su estrategia en Cataluña, volveremos al punto de partida moral en que el único modo que tenía el Estado de relacionarse con los catalanes era a través de los códigos nacionalistas. En escaños y en el porcentaje de voto por bloques, el independentismo vuelve a perder su eterno plebiscito por 26 a 22. Y en el Gobierno, que ya hablaremos, Rivera será –no lo duden ni un instante- el vicepresidente de Sánchez. Podrá más su espejo –that’s not unusual– que su palabra.

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