Juan Soto - El garabato del torreón
Ante las encuestas, movilización
Quizás porque hay convicciones que crean evidencias, se percibe una cierta propensión a confundir las respuestas previas con los escrutinios definitivos
En estas mismas páginas hemos recordado más de una vez aquello de que nadie es responsable de las expectativas que otros puedan depositar en él. De ahí que convenga tomar con la mayor precaución los resultados de los sondeos que auguran una nueva mayoría absoluta para Feijóo en los comicios autonómicos del próximo domingo. Del amplio margen de error con que suelen operar los profesionales de la demoscopia (incluidos los cualificados funcionarios adscritos a la nómina del CIS) hay pruebas innumerables, algunas de memoria muy reciente, tales como las que auguraban una cosecha de copiosidad histórica para Ciudadanos o el sorpasso de Podemos sobre el PSOE. Y así podríamos seguir remontándonos, hasta llegar al famoso descalabro del PCE en octubre de 1982, cuantificado en cuatro diputados pese a la horquilla de 20-25 vaticinada por algunas de las empresas exploratorias todavía hoy felizmente en activo.
El caso es que ahora, tal vez porque la coincidencia de las encuestas es abrumadora o porque, como escribió Marcel Proust, hay convicciones que crean evidencias, se percibe una cierta propensión a confundir las respuestas previas con los escrutinios definitivos. Y eso, no.
De modo que pongamos los pies sobre la tierra, dejémonos de bromas y apliquémonos a la tarea de movilizar cuantos recursos y argumentos estén a nuestro alcance, en beneficio de la opción que consideremos más afecta a nuestros principios e intereses, excluyendo únicamente la apelación a marrullerías tales como el uso expositivo de la calumnia o el traslado en silla de ruedas de incapacitados físicos y/o psíquicos.
El elector no necesita consejos, sino argumentos. No promesas fantasiosas sino compromisos factibles. Y si algo hay que recomendarle en estos trances es que vote opciones que puedan cristalizar en realidades y no en utopías. Cualquier otro voto inhabilita a quien lo emite para quejarse después, porque quien se deja arrastrar por alucinaciones no está legitimado para luego exigir sustantividades.