Airados, desafectos y conversos: por qué medio EE.UU. vota a Trump
«El partido demócrata ha perdido la base de la clase trabajadora», ha escrito George Packer
“Estamos más preocupados por las acciones de Hillary que por las palabras de Trump”, dice Dennis en un mitin a favor del candidato republicano la semana pasada en un suburbio de Filadelfia, en Pensilvania. Agita una pancarta con el nombre de su favorito a la Casa Blanca, se toca con la gorra roja de ’Make America Great Again’ y su estómago rotundo asfixia una camiseta de un club motero a favor del multimillonario neoyorquino. ¿Se puede parecer más pro Trump? Las apariencias engañan. “Yo he sido demócrata durante treinta años, y ahora estoy convencido de que no son más que gente malvada”, dice este veterano del cuerpo de marines y miembro de esa clase media blanca que ha aupado a Trump a un peldaño de la Casa Blanca. “Yo era un buen chico del sindicato. Voté a Obama, voté a Bill Clinton, todo lo que me dijo el sindicato”. Ahora sin trabajo -ha venido al mitin desde el Oeste de Pensilvania, una de esas zonas industriales que han perdido lustre por la globalización- y con dificultades para pagar sus facturas médicas, ha encontrado en Trump una guía. “En marzo de este año cambié de opinión”.
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El de Dennis es un ejemplo de lo que el periodista y escritor George Packer ha definido como una “anomalía de la historia” : el partido demócrata ha perdido la base de la clase trabajadora. Ha sido un proceso que fraguado durante décadas, pero que ha cristalizado con fuerza en estas elecciones. Quizá el gran motor de esa conexión son los años de la presidencia de Bill Clinton , en el que se privilegió la globalización, el libre comercio, la educación como manera de ascender en la escala social. Barack Obama tampoco entendió su descontento . La clase media, que fue el alma y el orgullo del EE.UU. de posguerra, ahora significa falta de oportunidades, pobreza, desatención médica, epidemia de opiáceos… Los liberales de Nueva York y Los Ángeles se burlan de ellos -decir ‘negro’ está mal visto, pero ‘redneck’ para un soldador de Oklahoma es aceptado - y no han encontrado un gobierno, un partido, una organización que los escuche o les dé voz. Han desarrollado un odio a las elites políticas -tanto demócratas como republicanas-, económicas e intelectuales.
Un sector olvidado
Trump, un excelente oportunista, supo canalizar esa desafección. “Él es uno de nosotros”, asegura Karen, en una declaración tan habitual como sorprendente entre seguidores de Trump, hijo de multimillonario y que vive en un dúplex en la Quinta Avenida de Nueva York con las paredes bañadas en oro. Trump también ha aprovechado intereses culturales centrales para algunos estadounidenses, como la religión y las armas, a veces despreciados por los demócratas. “He sido católica y republicana en contra del aborto toda la vida” , dice Loretta una jubilada que asegura que nunca ha tenido un arma pero que ahora se va a comprar una. “Trump no ha sido mi primera elección, pero el país va por mal camino”.
“Todo lo que sale de la boca de Hillary es mentira”, dice Mary Anne, maestra de primaria, en otra señal del ascenso de Trump: el odio a los Clinton azuzado por la prensa ultraconservadora alternativa, la llamada ‘alt-right’.
Muchos otros como Christina, una joven ama de casa hija de inmigrantes griegos, simplemente repiten los lemas de Trump: “él ama a América”, “no es parte del establishment”, “pone al país como prioridad”… A veces la letanía suena más a un grito de auxilio de una parte de EE.UU. olvidada por todos .
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