HISTORIA DEL ARROZAL
El inglés que vino del Nilo: el origen del arrozal en Sevilla
Un banquero suizo y un emprendedor británico ganaron la primera batalla para controlar las Islas del Guadalquivir, aunque el proyecto fracasa

En la entrada de Isla Mayor , junto a uno de los puentes que cruzan las arterias que canalizan el agua entre las fincas de la marisma, aún resisten dos viejos pilares de hormigón sobre los que un día se tendió una efímera vía ... férrea. Y ambos muñones se sitúan junto a una vetusta casa de bombas (una de las primeras grandes infraestructuras hidráulicas de estas tierras). Son parte de los últimos vestigios de la batalla que comenzó hace un siglo para desecar y poner en cultivo las miles de hectáreas inundables del Guadalquivir . El arrozal sevillano —uno de los más singulares del mundo— fue el fruto de una competición empresarial en el que confluyeron bancos de inversión, audaces ingenieros agrónomos y emprendedores codiciosos que realizaron un despliegue sin precendentes para crear una nueva comarca agrícola en tierras que nunca se habían explotado. El resultado inicial fue un fracaso, pero se sentaron las bases para que en 1937 el industrial Rafael Beca Mateos culminara la definitiva transformación de esta zona.

La historia comienza en 1918, cuando se promulgó la ley que permitía al Estado «conceder la desecación y saneamiento de lagunas» para ponerlas en explotación. A partir de ese momento aparecen dos compañías que pelean por liderar un gran proyecto en el último desierto demográfico de la provincia de Sevilla . La primera fue Agraria del Guadalquivir , controlada por Carlos Mendoza, un ingeniero de Caminos con un profundo conocimiento del «río grande» andaluz, ya que había liderado la creación de la sociedad para la Canalización y Fuerzas del Guadalquivir (con la que levantó grandes centrales hidroeléctricas a lo largo de su curso e incluso pretendió hacer el río navegable desde Sevilla a Córdoba a través de una red de esclusas). Contaba con el respaldo financiero del Banco de Vizcaya y fichó al estadounidense TH Cory, un experto en colonizaciones de tierras que había logrado encauzar el río Colorado (tal como cuenta José González Arteaga en ‘El Rincón de los Lirios’, publicada por el Centro de Estudios Andaluces).
Pero no tardó en aparecer un nuevo candidato con un nivel de ambición mayor. La tradición cuenta que el inglés Remigio Eric Fisher y el diplomático lord Milnor arribaron en Sevilla en 1923 para participar en una cacería de patos. Ambos estaban vinculados a una empresa que ya estaba desecando el delta del Nilo (el primero era directivo y el segundo, presidente), y detectaron el potencial del Guadalquivir para replicar un proyecto agronómico similar al que se realizaba en Egipto. Con el apoyo del banquero suizo Rodolphe Luescher, el francés Benberg y el inglés Rechnitzer, constituyen la compañía Islas del Guadalquivir e inician la compra de derechos sobre las 150 hectáreas de la finca el Rincón de los Lirios, a la que le siguen las 25.000 hectáreas de Isla Mayor que pertenecían al marqués de Casa Riera, las 23.000 hectáreas de Basilio Camino en Aznalcázar, 2.500 hectáreas de Isla Mínima… Todo ello supuso una inversión superior a los 20 millones de pesetas, en una operación que se financió con la emisión de acciones en Londres.
El agricultor Pepe Hermano, uno de los grandes conocedores de la historia de esta zona , analiza las luces y las sombras del proyecto que ejecutaron los ingleses. «Nada más tomar el control de las tierras iniciaron la construcción de los muros perimetrales para evitar las riadas, trajeron desde EE. UU. la maquinaria más moderna para los movimientos de tierra, laboreo y recolección; de hecho, un ingeniero indica que en un solo día llegaron más de 50 tractores para preparar terrenos para la siembra». Relata esta historia junto al Muro de los Pobres, uno de los cerramientos que la compañía levantó en tiempo récord. Sin embargo, casi todo se puso en contra.

«Apenas faltaban doce kilómetros para cerrar todo el perímetro, cuando les sorprendió el otoño más lluvioso del último medio siglo y perdieron toda la siembra y parte de los trabajos con una inundación». Así se malbarataron más de 13.000 hectáreas de algodón, trigo y cebada. Y a la fortuna adversa se le unió un grave error de concepto: «El proyecto había nacido con una premisa falsa: estas tierras no eran como las del Nilo , ya que son muy salinas, y la idea de Fisher de transformarlas para cultivos de regadío de toda índole era imposible pues la salinidad empeoraba cada vez que se regaba».
Se había realizado una enorme inversión inicial en la compra de tierra y maquinaria (veinte millones de pesetas de capital, más una ampliación de otros veinte y un préstamo de diez) pero las expectativas de rentabilidad se esfumaban, por lo que los accionistas desistieron y vendieron la sociedad.
Una de las huellas de la herencia inglesa es el poblado Alfonso XIII, que inauguró el monarca español acompañado por el príncipe de Gales. También quedan barracones dispersos (como en la finca conocida como Los Negreros). La humedad imponía unas condiciones de trabajo durísimas y el paludismo hizo estragos.
Pero en el fracaso de los ingleses también estaba el germen de la transformación de la marisma. Frente a la primera hilera de casas edificadas en Isla Mayor aún se erige la mole ruinosa del que fue el primer molino arrocero. Lo levantó «la Chispalense» (Compañía Hispalense de Valoración de Marismas), que había absorbido el patrimonio y las deudas de la quebrada Islas del Guadalquivir. El ingeniero Emilio Plate —que estuvo vinculado a todas las empresas que se sucedieron en las marismas— ya había iniciado en 1929 la siembra de 64 hectáreas de arroz.
La Chispalense tenía accionistas catalanes y trajeron colonos murcianos, que conocían el cultivo, e incrementaron la superficie arrocera hasta las 1.600 hectáreas. Una vez más, la fortuna no fue favorable, ya que «la producción arrocera estaba lastrada por excedentes y el precio del arroz bajó a niveles que hacían inviable el cultivo», recuerda Hermano.
En 1934, la Chispalense desiste y la sociedad Ismagsa se queda con la marisma. Para entonces, «los ingenieros agrónomos se habían dado cuenta de que la siembra continua de arroz era el único cultivo viable en una tierra salada hasta el tuétano, y que el abandono del mismo provocaba el ascenso de la sal en muy pocos años, inutilizando nuevamente las tierras».
Esta experiencia sirvió para que Ramón Beca Mateos no perdiera el tiempo. El empresario aceitunero toma las riendas con el apoyo de Queipo de Llano y «no invierte inicialmente ni una peseta en la compra de terrenos, sino que va arrendando a Ismagsa las hectáreas que puede ir cultivando».
En 1942 absorbe Ismagsa —viaja en tren a Suiza con el dinero en metálico en un maletín atravesando la Francia ocupada por los nazis— y se hace así con el control absoluto de las islas. Esto le permite capitalizar todas la infraestructuras que ya se había desarrollado anteriormente. Con una parte de las tierras ya en rentabilidad, comienza a asentar a braceros para convertirlos en pequeños propietarios, con lo cual se inicia una intensa colonización que permite el acceso a la tierra de cientos de familias y que marca la historia de esta población.

En Isla Mayor se cuenta que el inglés Remigio Eric Fischer , tras ser cesado de la compañía británica, se enroló en el proyecto del canal de Panamá; y también dicen que se suicidó... Pero casi un siglo después la huella de su personalidad es tan difusa como los viejos pilares del tren que cruzaba los canales de Isla Mayor.
Noticias relacionadas
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete