Sánchez trae de regreso el 'keynesianismo militar'
El concepto refleja el papel eminente que Keynes asignaba a los militares en el gasto público y ha sido especialmente denostado por la izquierda radical en EE.UU. Muy debilitado tras el fin de la Guerra Fría, retorna en gloria y majestad tras la agresión de Putin

Keynesianismo militar. El presidente del Gobierno Pedro Sánchez no usó el término, pero a lo que se estaba refiriendo en su cita regular con la cadena Ser del jueves 1 de septiembre pasado, era exactamento a esto cuando defendía el incremento del gasto ... militar en España. «No sólo estamos hablando de disuasión y de cumplir con nuestros compromisos europeos y atlánticos, sino también de economía, empresa, empleo y de cohesión territorial, porque es una industria que afortunadamente está desplegada por muchas partes de nuestro territorio, o de ciberseguridad».
No hay un registro exacto de cuándo se acuñó el término, pero lo popularizó peyorativamente la izquierda radical en EE.UU. durante sus campañas contra la Guerra de Vietnam. Su base teórica está clara: en 1936, el británico John Maynard Keynes planteó el papel eminente de los militares en el gasto público. Las guerras tenían el potencial de crear pleno empleo cuando la nación se movilizaba. De hecho, en el pensamiento común de la época, la guerra era la única situación que autorizaba al Estado a endeudarse y crear empleos. Prepararse para una guerra no sería, por definición, keynesianismo militar, pero sí lo sería armarse intensamente para una conflagración que nunca se produciría. Es el paralelismo perfecto con la metáfora de 'cavar agujeros para volver a taparlos' con la que se suele ironizar sobre el gasto keynesiano.
El economista polaco Michal Kalecki, una vida paralela a la de Keynes aunque con otras tonalidades, también se ocupó de este asunto. En 'Aspectos políticos del pleno empleo', artículo que publicó en 1943, sostenía que existía un vínculo entre «asegurar el pleno empleo mediante el gasto militar» y el fascismo. Aunque reconocía que el keynesianismo militar aumentaba la ocupación, creía que su principal función era mantener los beneficios. Sin embargo, Kalecki reconoció que había efectos estabilizadores en el gasto militar en las sociedades democráticas.
La Guerra Fría fue la excusa perfecta para mantener el keynesianismo militar tras la II Guerra Mundial
Fue un veterano general de cinco estrellas, Dwight Eisenhower, el que aportó al término de su segundo mandato presidencial en EE.UU., un concepto novedoso para esta discusión, el del «complejo militar–industrial». «Debemos protegernos de la adquisición de una influencia injustificada, ya sea buscada o no, por parte del complejo militar–industrial», dijo en su discurso de despedida.
No es difícil imaginarse el desafío que planteaba para una democracia la reconversión de una economía de guerra –sobre todo tras una conflagración tan larga– a otra de paz. En EE.UU. el gasto militar durante la II Guerra Mundial creció de manera exponencial. Primero aumentó un 600% en los doce meses que siguieron a junio de 1940, tras la caída de Francia. Posteriormente se situó en un 42% del PIB en 1943 y 1944. El vuelco hacia la industria bélica fue descomunal. Las fábricas trabajaban 24 horas al día, siete días a la semana. Las fuerzas armadas drenaron 15 millones de trabajadores y el desempleo bajó del 14,6% en 1940 al 1,2% en 1944. La Guerra Fría fue la excusa perfecta y casi necesaria para mantener el keynesianismo militar durante décadas, con fases que fueron militarmente más intensas (Corea, Vietnam) y otras menos (Centroamérica y Oriente Medio).
En 2014, William J. Lynn III publicó un artículo titulado 'The End of the Military-Industrial Complex: How the Pentagon Is Adapting to Globalization'. En él reconocía tres etapas de desarrollo de la industria bélica de EE.UU. La primera, desde su independencia en 1776 hasta 1941 consistía en astilleros y empresas públicas donde la actividad privada sólo acudía a ayudar en caso de guerra. La segunda etapa, desde 1942 a 1989, estuvo caracterizada por el surgimiento del complejo militar-industrial que denunciaba 'Ike' y que implicaba un cambio extraordinario del modelo de crecimiento. Por último, a partir de 1990 se inició una tercera etapa, caracterizada por un gasto militar menguante. En 1993, el secretario de Defensa del presidente Clinton, William Perry, invitó a las grandes corporaciones militares a una 'última cena' en el Pentágono para avisarles de los recortes y animarles a emprender un proceso de consolidación del sector. En los siguientes cinco años se produjeron fusiones y absorciones del orden de 55.000 millones de dólares. La inversión en I+D en el sector de Defensa se desplomó a lo largo de la primera década del siglo XXI. Lynn advertía que los cambios eran cada vez más rápidos –la primera etapa duró 150 años, la segunda 50 y la tercera sólo 20– y que las empresas de Defensa parecían estar perdiendo la partida de la innovación.
Este panorama ha cambiado radicalmente con la invasión rusa de Ucrania. Esta nueva guerra en territorio europeo ha conseguido por la vía del miedo lo que Donald Trump quería conseguir con sus desplantes: que los aliados de la OTAN aumenten su gasto militar de manera considerable. Pero, como dice Sánchez, no todo es disuasión. La clave es contar con un sector empresarial capaz de capturar ese incremento del gasto público y ahí España, que ha mantenido siempre una industria de Defensa excelente pero pequeña y fragmentada, tiene mucho que hacer.
La idea de Keynes
John Maynard Keynes advirtió que las reparaciones de guerra impuestas a Alemania pavimentaban el camino a una nueva confrontación. Así lo advirtió en 'Las consecuencias económicas de la paz', publicado en 1919 tras su experiencia como negociador en el Tratado de Versalles. Su idea de que el gasto público es la alternativa para suplir la deficiencia en la demanda agregada fue utilizada hábilmente por los promotores del gasto militar para legitimar su posición.
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