Valentín Pich
Actuar hoy pensando en mañana
«En nuestro país habrían de agilizarse los mecanismos de financiación que ya se han activado y debería pensarse en cómo mantener un equilibrio entre políticas de gasto social e inversiones públicas y políticas tributarias»
Con la crisis del Covid-19 nos hallamos ante lo que en economía se conoce como un «cisne negro», es decir, un acontecimiento inesperado e imprevisible de fuerte impacto socioeconómico. En este caso, su alcance es global y con una incidencia sobre la actividad que no se había producido en casi ningún otro momento de la historia reciente de Occidente, y, por tanto, con consecuencias inconmensurables, pero, sin duda, devastadoras, más si tenemos en cuenta que antes de esta crisis ya se vislumbraban riesgos sobre una posible recesión.
Ante situaciones como esta resulta conveniente regirse por la prudencia y, al igual que en momentos de bonanza no es bueno dejarse llevar por la euforia, en tiempos de crisis tampoco es recomendable caer en el desánimo, aunque esto último sea mucho más difícil, máxime para quienes están sufriendo pérdidas de seres queridos o que están siendo apartados del mercado laboral. Pero aunque intentemos insuflar ánimo, la realidad está ahí y no podemos obviarla si queremos hacer una mínima aproximación prospectiva de las claves de la compleja economía que vendrá , que dependerá, en gran medida, del tiempo en que se tarde en controlar la pandemia.
Pues bien, esa realidad queda muy gráficamente explicada a la luz de los datos de empleo del pasado jueves, que ponen de relieve un aumento del paro de más de 300.000 personas en marzo con respecto al mes anterior -y ello sin contabilizar los 1,5 millones de afectados por las suspensiones temporales de empleo-, cifra esta que, sin duda, se agudizará en los próximos meses al ser nuestra economía muy dependiente de los servicios, en el que el uno de los grandes sectores afectados, como es el turismo, tiene un peso fundamental.
A esto último hay que sumarle el hecho de que partimos de una de las tasas de desempleo más elevadas de Europa y de que nuestra economía está lastrada por una enorme deuda pública que deja poco margen para la aplicación de políticas expansivas. Pero, además, el tejido productivo español tiene una especificidad de la que no podemos abstraernos: que el 99,88% de las empresas españolas tienen menos de 250 trabajadores (y el 95% de ellas menos de 10), que concentran el 66% del empleo.
Bien es cierto que en nuestro país se han adoptado medidas importantes de ayuda a los más desfavorecidos y que se han tomado decisiones oportunas de cara a los mercados. También se han implementado mecanismos para intentar que sea temporal la situación de autónomos y pymes de determinados sectores que se han visto obligados a cesar su actividad , sobre los que pende la duda de cuántos de ellos podrán volver a reanudar su trabajo. Otra tema aparte es el tratamiento que se está dando a aquellas empresas que, a duras penas, intentan mantenerse en funcionamiento, y a las que se está dejando en una situación de cierto desamparo al no permitirles el aplazamiento de impuestos y seguros sociales, lo que les permitiría disponer de cierta liquidez.
Nos encaminamos hacia un horizonte de reducción de ingresos y aumento de las necesidades de gasto, pero carecemos de los márgenes fiscales de países como Alemania , por lo que el flujo financiero que venga de la UE va a ser absolutamente necesario y Bruselas debería decidir ya cómo va a instrumentalizarlo.
Mientras tanto, en nuestro país habrían de agilizarse los mecanismos de financiación que ya se han activado y debería pensarse en cómo mantener un equilibrio entre políticas de gasto social e inversiones públicas y políticas tributarias, que no tendrían que ir necesariamente aparejadas de un incremento de impuestos al objeto de no restar liquidez a los agentes económicos.
Todo ello habrá de pasar por definir prioridades y optimizar los recursos disponibles de forma coordinada entre todos los estamentos institucionales (¡ojo con la demagogia y las ideas facilonas!) . Si no actuamos sobre este frente y no se dilucida la estrategia financiera comunitaria, será muy difícil encarar un mañana más esperanzador.
Valentín Pich es presidente del Consejo General de Economistas de España