Tipos bajos... para todos

«Miles de ahorradores se han convertido, quizá a su pesar, en inversores financieros»

Mario Draghi ha presidido el BCE los últimos ocho años EFE

Francisco Uría

Empecemos recordando que el BCE intervino decisivamente en el año 2012 para resolver un grave problema de fragmentación financiera (y de desconfianza) en la Eurozona , por lo que deberíamos estarle eternamente agradecidos en España tanto institucionalmente como en la persona de su presidente en ese momento, y agotando en estos días su mandato, Mario Draghi . Su ayuda en ese momento fue inestimable.

Siete años después la situación ha mejorado significativamente (sobre todo en España) y hemos encadenado varios años de razonable crecimiento económico y creación de empleo. No obstante, el BCE, quizá por buenas razones, no inició el camino de la normalización monetaria como sí lo había hecho la Reserva Federal en los Estados Unidos.

Soplan ahora vientos económicos menos favorables y, sin hablar de recesión (salvo en algún país concreto, aunque relevante), sí se está produciendo una desaceleración significativa que ha obligado al BCE a reforzar el sesgo expansivo de su política monetaria.

Adoptar en este contexto una política monetaria más expansiva es lógico pero no es menos cierto que el mantenimiento de esta decisión provoca efectos asimétricos en los distintos agentes económicos de la Eurozona, lo que explica el debate que se ha suscitado incluso en el seno del propio Banco Central.  

El BCE es consciente de que, al margen de favorecer el crecimiento económico (y la sostenibilidad de las cuentas públicas en los países más endeudados), estas políticas pueden tener efectos colaterales de cierta relevancia, sobre todo en la rentabilidad de las entidades de crédito, por lo que ha tomado algunas medidas «moderadoras» de ese efecto confiando en que los bancos puedan beneficiarse, además, de la posible mejora de la economía, un eventual aumento de la demanda de crédito y la deseable contención de la morosidad.

Estas medidas «compensatorias» o «moderadoras» explican el buen comportamiento reciente de los bancos europeos en los mercados.

Un efecto distinto de los bajos tipos de interés es el que afecta a acreedores, ahorradores e inversores que, en alguna medida, se ven privados de parte de su rentabilidad en favor de otros actores (básicamente, los deudores).

Aquí, la compensación de efectos negativos es más compleja y debería valorarse con rigor lo que está ocurriendo a millones de pensionistas, que antaño podían complementar su pensión con el rendimiento (hoy inexistente) de distintos tipos de activos y también a quienes habrán de serlo en los próximos años y están ya dedicados a preparar financieramente ese momento. La presión que esta circunstancia ejercerá sobre las pensiones públicas es difícil de anticipar.

Por otra parte, no deja de ser contradictorio que, al mismo tiempo que el regulador pone cada vez más énfasis en la protección del inversor, éste se vea realmente «obligado» a realizar inversiones con mayor riesgo del habitual para obtener una mínima rentabilidad.  

Y es que, tradicionalmente, el ahorrador español ha utilizado los depósitos bancarios, por la combinación entre rentabilidad, liquidez y segura restitución, y los activos inmobiliarios, por la razonable expectativa de un incremento de su precio a medio plazo, como destino de sus ahorros.

En estos momentos, la nula rentabilidad de los depósitos y la mayor incertidumbre sobre la futura evolución del precio de los activos inmobiliarios ha hecho que miles de ahorradores se hayan convertido, quizá a su pesar, en inversores financieros.

La labor de asesores y prestadores de servicios financieros será fundamental para proporcionar a esos «nuevos» inversores productos que compatibilicen una mínima rentabilidad con un riesgo asumible para ellos. Y esto no es fácil en este contexto. Buena parte del futuro de la reputación del sector financiero dependerá de su buen juicio en esta relevante labor.

En definitiva, más allá de los bancos, los efectos de la política de bajos tipos de interés se proyectan sobre millones de europeos. Seamos conscientes y valoremos adecuadamente esos efectos. No es una cuestión menor.

Francisco Uría es responsable del sector financiero en EMA y socio principal de KPMG Abogados

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