Spotify llena estadios, pero no halla la melodía de la rentabilidad
La plataforma de streaming acelera su ritmo y ya suma cien millones de suscriptores de pago, pero sigue sin entonar beneficios
Spotify, la compañía tecnológica que cambió el ritmo y el paso de la industria musical, no acaba de dar con la tecla de la rentabilidad. La empresa sueca con sede en Luxemburgo anunciaba el lunes que ya ha superado los 100 millones de suscriptores de pago (los usuarios activos mensuales ya superan los 217 millones). Un hito ensombrecido por los datos económicos del primer trimestre del año, con pérdidas de 142 millones. Aunque supone una reducción del 15,98% respecto al mismo periodo de 2018, la melodía económica sigue desafinando en una compañía que aún no conoce los números verdes al cierre de un ejercicio (solo sonó la flauta en el último trimestre del año pasado, con 442 millones de beneficio).
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«Spotify tiene una desventaja respecto a otros negocios digitales, y es su modelo de amortización. Netflix, por ejemplo, paga por la licencia de un contenido por un periodo determinado, pero Spotify lo hace por contenidos y también por la liquidación de canciones reproducidas», explica Elena Neira, profesora de Ciencias de la Información y Comunicación de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC). A pesar del rápido aumento de clientes premium (a finales de 2012 apenas tenían cinco millones), «lo cierto es que el umbral de esos suscriptores aún es muy bajo para poder amortizar esa necesidad económica que tienen, porque gran parte de lo que recaudan lo tienen que ceder en concepto de derechos a discográficas y a autores», añade Neira.
«El error del modelo es no haber sabido dar valor al contenido»
En el primer trimestre del año, el volumen de negocio de Spotify alcanzó los 1.511 millones, un 32,66% más que en el cuarto trimestre del año precedente, pero la remuneración a artistas y discográficas alcanzó los 1.138 millones (más del 75% de los ingresos), con un incremento de 32,94%. El grueso de la facturación llegó por los abonos (1.385 millones), y solo 123 corresponden a la publicidad de las cuentas gratuitas.
Alberto Torres, profesor de Icemd, Instituto de la Economía Digital de ESIC, cree que el problema de Spotify ya estaba en sus orígenes. «El sector de la música fue de los primeros en afrontar la transformación digital, y no se adaptó bien. Spotify apareció en 2005, en pleno apogeo de la piratería. Las discográficas buscaban una alternativa al modelo iTunes, que ofrecía un dólar por canción descargada, y no era rentable para ellas. Y creyeron que la solución era apostar por un marketplace como Spotify, que sin embargo partía del error de base de no dar valor al contenido, algo que sigue igual quince años después», argumenta Torres. «Al ceder los contenidos gratis —explia— se dejó claro que era un modelo basado en la publicidad. El objetivo era generar tráfico, no poner en valor la música. La industria cinematográfica lo hizo bastante mejor. También sufrieron la piratería, pero han gestionado los contenidos con ventanas, a través de suscripciones con las que solo puedes ver una parte del catálogo, tarifas premium para las novedades... no exise un plataforma como Spotify con contenidos gratuitos».
«Nunca se ha escuchado tanta música como hasta ahora , pero no hay forma de monetizar un negocio en el que el contenido no tiene valor y en el que las suscripiciones crecen a base de ofertas. Salvo que el objetivo de futuro sea vender los datos acumulados», concluye Torres.
La irrupción de duros competidores como Apple Music (líder ya en EE.UU.) y Amazon Music Unlimited puede cambiar el escenario del streaming y complicar aún más el viaje hacia la rentabilidad de la compañía sueca, que da tímidos pasos hacia la diversificación, como la apuesta por los «podcast». Pero la sostenibilidad a largo plazo podría pasar por apuestas más elevadas. «Están empezando a negociar de forma directa con los músicos, pero la música aún es un negocio complejo y basado en los intermediarios, en el que entran en juego otros factores como la actuaciones en directo, en las que las discográficas aún negocian las condiciones con las promotoras», explica Neira.
Largo plazo
Las acciones de Spotify caían esta semana por encima del 2% y se sitúan en el entorno de los 132 dólares, el precio de referencia con el que la firma desembarcó en Wall Street bajo la modalidad de «listing». Un regreso al punto de partida, tras haber tocado máximos superiores a los 190 dólares. Sin embargo, Antonio Sales, analista de XTB, cree que «puede ser una apuesta de futuro. Aunque su situación es un poco complicada, es una inversión interesante en el medio y largo plazo. Como ocurre con Youtube en vídeo, es la referencia en música y está en la mente del consumidor frente a posibles competidores. Han invertido mucho en conocimiento y en la marca, y lo que tienen pendiente es ir generando capital, pero su nicho de negocio es muy atractivo si consolidan suscriptores y mejoran los ingresos por publicidad y cuentas premium».
Lo cierto es que algo debe moverse en Spotify y en la industria para que el estribillo de las pérdidas no se repita una y otra vez. «Han generado un cambio en el consumo que no tiene vuelta atrás, pero el mercado deberá reajustarse aún más. Se debe renegociar la retribución que recibe el artista, pero las discográficas también deben entender que el modelo de negocio ha cambiado, los riesgos y los costes se han reducido y los beneficios no pueden ser los mismos que hace unos años», asegura Neira.
La cicatería que muchos artistas advierten en los pagos por reproducción de su música es otra de las guerras abiertas de Spotify. Alberto Torres cree que la plataforma sueca nunca dará una solución satisfactoria a esas reivindicaciones. A su juicio, la respuesta para los creadores pasa por «nuevos canales descentralizados en los que puedan volcar sus contenidos cuando quieran y añadiendo el valor añadido que consideren oportuno, estableciendo una relación directa con el consumidor, sin intermediarios, algo que puede facilitar tecnologías como el blockchain». Pero de momento, las reglas de la industria musical las siguen escribiendo Spotify y las discográficas, aunque sea sobre partituras con líneas un poco torcidas.