La Era de la Responsabilidad
«Nuestras decisiones determinarán el bienestar de los que están por venir. Seamos justos con ellos y no les defraudemos»
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Un alma paleolítica
En la actualidad, los seres humanos somos la especie dominante del planeta. Ninguna otra especie, animal, vegetal o microbiana habita a lo largo y ancho del planeta. Pero, ¿quiénes somos los humanos? Desde el punto de vista científico, el cabo del ovillo lo encontró Charles Darwin al probar la existencia de la evolución, según la cual las especies cambian a lo largo del tiempo para dar lugar a otras especies nuevas, adaptándose a las cambiantes circunstancias de su entorno.
Darwin opinaba que el éxito de la especie humana se debía fundamentalmente a dos cosas: la capacidad tecnológica que permite cambiar la realidad para adaptarla a nuestras necesidades en lugar de cambiar nuestro cuerpo para adaptarlo a los cambios del ambiente, y nuestra capacidad de colaborar para formar sociedades capaces de sacrificar intereses particulares en aras del bien común.
Así, en el yacimiento de la Sima de los Huesos se encuentran las primeras pruebas conocidas de cuidado de individuos discapacitados y de comportamiento funerario. Seguramente fue entonces cuando los humanos entendieron el sentido de nuestra existencia: no hay nada que nos podamos llevar de este mundo y solo importa lo que dejemos para los que nos sucederán.
Durante todo ese tiempo, los humanos vivimos en equilibrio con el resto de las criaturas, dependíamos de ellas para nuestra subsistencia. El Paleolítico fue el tiempo de la Vieja Alianza de las personas con la Naturaleza, cuando la venerábamos y nos considerábamos sus hijos. Y así se forjó nuestra alma paleolítica.
Creced y multiplicaos
El Neolítico sentó las bases de nuestro mundo actual, iniciando la gran expansión demográfica de la Humanidad y la humanización de los ecosistemas para adaptarlos a nuestras necesidades.
La Humanidad prosperó y adquirió la idea de progreso, núcleo de nuestra alma neolítica, la otra identidad de la naturaleza humana. Pero también dejamos de sentirnos hijos de la Tierra y nos consideramos sus dueños para usarla a nuestro libre albedrío. A lo largo de nuestra evolución, el consumo de recursos ha resultado clave, particularmente a la hora de cubrir las necesidades energéticas en forma de alimentos y materias primas. Un acertado empleo de la termodinámica en la Revolución Industrial y la producción en serie modificarían desde entonces el panorama productivo y social. El cambio de modelo alejaría el límite malthusiano y permitiría un crecimiento nunca visto, con una voracidad sobre los recursos que solo encontraría límite en su accesibilidad.
Se podría decir que la Era de la Producción (1780-1960) corresponde al «triunfo» del hombre sobre la naturaleza, considerándola a su servicio y estimándola como infinita.
La Era de la Responsabilidad
Sin embargo, esto debía cambiar. El hombre empieza a ser más consciente de que los recursos son limitados y la resiliencia de la naturaleza también.
A partir de los años sesenta, la preocupación medioambiental gana relevancia a nivel social, basta atender al éxito del libro «Primavera Silenciosa» (R. Carlston, 1962) como denuncia del efecto humano en el mundo natural. Comienzan años de una mayor conciencia empresarial ante el efecto de su actividad, no solo en la naturaleza, sino también en la sociedad, convirtiendo el concepto de sostenibilidad en punta de lanza de ciertas industrias en los años ochenta.
A nivel macroeconómico este cambio se constituiría mediante la opción social del crecimiento sostenible («Nuestro futuro Común», 1987), ante la creencia de que un crecimiento económico continuado necesita considerar el aspecto medioambiental y el social, sobre todo si deseamos un futuro con al menos las mismas oportunidades que el actual.
Ciertamente, la sostenibilidad se debe entender como una postura de racionalidad ante las líneas heredadas de un pasado donde los agotamientos de recursos eran locales y los impactos ambientales normalmente pasajeros.
En el escenario actual, la responsabilidad intergeneracional nos obliga a una demanda selectiva y a un uso más eficiente de los recursos. El cambio radical de la visión de la naturaleza ante el miedo a la perspectiva de una destrucción de nuestro hábitat nos obliga a recapacitar.
El mismo progreso y las últimas tecnologías que lo soportan son claves en el retroceso del impacto generado. Ciertos desafíos de nuestra era hasta ahora han sido, si no resueltos, al menos postergados por la tecnología y, aunque el quebranto medioambiental resulte muchas veces latente, a nivel social, empresarial y de mercado la concienciación está suponiendo una importante mejora.
Casi 3800 millones años de evolución biológica han dado lugar a una criatura extraordinaria, el ser humano, que es la única especie capaz de soñar con su futuro y de hacer que sus sueños se hagan realidad. Pero esta maravillosa capacidad tiene una contrapartida: somos la única especie del planeta responsable de sus actos. Nuestro destino no está escrito y será lo que elijamos que sea, por acción o por omisión. Nuestras decisiones de hoy determinarán el bienestar de los que están por venir. Seamos justos con ellos y no les defraudemos.
Ignacio Martínez Mendizábal es paleontólogo, profesor y consultor de Robeco
Luis de la Torre Palacios es doctor ingeniero experto en sostenibilidad y consultor de Robeco