¿Puede Europa contrarrestar su pérdida de peso en el mundo?
Si al principio del siglo XX los europeos representaban el 20% de la población mundial, actualmente sólo somos el 4%, y eso supone para nuestras empresas un estrechamiento del mercado interior y un riesgo a medio y largo plazo para su pujanza económica
Hace unos meses, en su discurso de despedida ante el Parlamento Europeo , el expresidente de la Comisión Jean-Claude Juncker nos advertía del preocupante horizonte que se cierne sobre Europa . «Nos extinguimos, seremos cada vez menos», reconocía el dirigente comunitario, que ofrecía además algunos datos reveladores al respecto. Si al principio del siglo XX los europeos representaban el 20 % de la población mundial, actualmente sólo somos el 4%, y eso supone para nuestras empresas un estrechamiento del mercado interior y un riesgo a medio y largo plazo para su pujanza económica. A ello se suma un desplazamiento del eje de influencia mundial desde Occidente hacia Oriente y un nuevo orden internacional (algunos prefieren hablar irónicamente de «desorden internacional») que está dando la espalda al multilateralismo y al espíritu de cooperación que éste lleva aparejado, vigentes durante las últimas décadas.
Los países europeos, entre ellos España , deben asumir que el mundo que hasta aquí hemos conocido, en el que el «amigo americano» protegía a Europa occidental, le otorgaba ventajas económicas y animaba a sus países a integrarse, no parece que vaya a volver, por lo que harían bien en dejar de añorarlo. En este nuevo escenario, nos encontramos con un Estados Unidos más aislacionista, una China más asertiva, una Rusia que seguirá golpeando por encima de su peso durante bastantes años y unas instituciones multilaterales mucho más débiles. En definitiva, un mundo menos cooperativo y con una creciente rivalidad geoeconómica, en el que los países emergentes reclamarán cuotas de mayor poder e influencia que les corresponderían por su mayor peso económico (y militar).
En ese contexto, la Unión Europea tiene que repensar sus herramientas de política exterior, tanto en colaboración con Estados Unidos y sus otros socios tradicionales (e incluso algunos nuevos), como en solitario. Tiene palancas económicas y políticas a su disposición, pero debe atreverse a utilizarlas para construir una auténtica política exterior.
Una de esas palancas, si bien no la única, es su política de acuerdos comerciales que ha creado interesantes oportunidades para que los países que forman parte de la Unión y sus empresas crezcan y creen empleo. Actualmente, la UE cuenta con la mayor red del mundo, con 41 acuerdos comerciales en vigor que abarcan 72 países y representan el 40% del PIB mundial. Esta red le ha permitido ser la primera potencia exportadora e importadora del mundo, con una cuota superior al treinta por ciento del comercio global (por delante de EE.UU. o de China). Además, cerca de treinta millones de empleos en la Unión –uno de cada siete– dependen directa o indirectamente de las exportaciones al resto del mundo, cifra que ha aumentado casi un 50% desde 1995.
Si nos fijamos, por ejemplo, en uno de los recientes acuerdos, el firmado por la UE con Canadá , se pone de manifiesto que el comercio bilateral de mercancías creció un 10,3% en el primer año de vigencia (2018), y el superávit comercial de la UE con ese país aumentó un 60%. En el caso concreto de España, este mismo acuerdo ha permitido que nuestras exportaciones a Canadá hayan aumentado el 8,6% en 2018, frente a un incremento del conjunto de las exportaciones españolas del 3,3%. Y lo mismo puede decirse del acuerdo UE-Japón , en vigor desde febrero de 2019, que ha impulsado nuestras ventas a ese mercado un 6,5%, mientras que el incremento medio del total de las exportaciones españolas entre febrero y octubre de 2019 ha avanzado solo el 1,4%.
Por tanto, ante este nuevo y desafiante escenario mundial, creemos que la UE debería seguir defendiendo e impulsando la reforma del sistema multilateral, además de seguir tejiendo una nutrida red de acuerdos comerciales preferenciales.
Ambas estrategias no son incompatibles. Los acuerdos preferenciales permitirán a la UE trabajar por la continuidad de la apertura del sistema económico mundial ante el auge del proteccionismo, insertar mejor a las empresas europeas en las nuevas cadenas de valor y el comercio de servicios (que normalmente requieren acuerdos más profundos de los que se pueden alcanzar al nivel multilateral), promover sus valores –desde el respeto a la democracia liberal hasta los derechos humanos y a la sostenibilidad medioambiental– e ir trazando alianzas que serán muy útiles si se produce un colapso del sistema multilateral y una división de la economía mundial en bloques en torno a EE.UU. y China.
En definitiva, ante un mundo cada vez más asiático y menos europeo, más indo-pacífico y menos atlántico, y con recurrentes pulsiones nacionalistas que corroerán las débiles estructuras de la gobernanza económica global, la única opción para la UE pasa por aumentar su autonomía estratégica, mejorar sus poderosos instrumentos de política económica exterior y seguir construyendo, en palabras del Tratado de Roma , una «Unión cada vez más estrecha». De lo contrario, sus países, y muy especialmente España, cuyas empresas se han beneficiado significativamente tanto del mercado europeo como de la política comercial de la UE, se verán lentamente condenados a la irrelevancia, a la pérdida de prosperidad y, en último término, al sometimiento a alguno de los nuevos imperios que dominen la geopolítica internacional en el siglo XXI.
Antonio Bonet es presidente del Club de Exportadores e Inversores Españoles
Federico Steinberg es profesor de la Universidad Autónoma de Madrid e investigador principal del Real Instituto ElCano