Política monetaria y fiscal: una relación necesaria
«No son un sustituto sino un complemento de las políticas de crecimiento apropiadas a largo plazo»
La política monetaria ha desempeñado un papel muy activo en la lucha contra la crisis durante la última década, mientras que el uso de políticas fiscales ha tenido reservado uno mucho más soterrado y controvertido, especialmente en Europa durante la crisis de la deuda soberana. Durante este periodo, la política monetaria ha permitido reactivar la demanda y combatir las presiones deflacionistas mediante el uso de herramientas innovadoras, que han ido desde bajadas de tipos hasta medidas no convencionales, como la orientación de expectativas ( «forward guidance» ), la expansión cuantitativa (el llamado «quantitative easing» , esto es programas de compra de activos) y, más recientemente, los tipos de interés negativos. Sin embargo, a pesar de que tanto la economía como la inflación han retomado la senda del crecimiento, las expectativas de inflación a medio plazo permanecen muy bajas, lo cual implica que, en sentido estricto, la política monetaria no ha sido capaz de cumplir con su cometido.
Los motivos por los que la inflación no termina de despegar son difíciles de discernir: esto responde, al menos parcialmente, a tendencias a largo plazo como el impacto de las nuevas tecnologías sobre el comportamiento en precios de los agentes económicos o la desaceleración secular de la productividad y las tasas de crecimiento vegetativo.
Sea cual sea el motivo, parece existir un consenso en torno a la idea de que, frente a la creciente posibilidad de que vuelva a producirse una desaceleración global, la política monetaria no puede hacer todo por sí sola, por lo que la política fiscal debería asumir un papel más prominente, especialmente en aquellos países con más margen de maniobra.
Antes de la crisis financiera y desde 1980, la política fiscal, como herramienta de estabilización, no gozaba de una reputación demasiado buena. Y había motivos más que de sobra para ello. Por un lado, el impacto de la política discrecional fiscal tarda tiempo en dejarse sentir en la economía, debido a los desfases de diseño e implementación que le caracterizan y que, en la práctica, pueden dar lugar a intervenciones procíclicas en lugar de contracíclicas .
Por otro lado, la estabilización fiscal a menudo se ha utilizado como excusa para perseguir fines políticos y es difícil poner fin a un estímulo fiscal tras haberlo implementado. Solo en momentos de emergencia real, como la desencadenada por la crisis de Lehman en 2009, ha sido posible coordinar una respuesta fiscal a escala mundial que estuviera completamente justificada. Pero incluso entonces se llegó a un consenso para dejar claro que se trataba de una intervención puntual, temporal y selectiva.
En el contexto actual, la recomendación de recurrir a medidas fiscales adicionales ha adoptado multitud de formas, por lo que resulta esencial distinguir aquellas ideas que pueden ser consideradas válidas de las que, en la práctica, probablemente, no sean más que sencillas y atractivas normas económicas utilizadas como justificación espuria para alcanzar objetivos políticos con efectos muy perjudiciales. Quienes abogan por la necesidad de que la política fiscal desempeñe un papel más prominente proponen básicamente tres esquemas diferentes: en primer lugar, un estímulo fiscal «moderado» cuando las tasas de interés sean muy bajas o cero (esta es la opción defendida por Dragh i o el FMI ). En segundo, una propuesta mucho más radical, la del «dinero helicóptero», que consiste básicamente en un estímulo fiscal (posiblemente en forma de transferencias fiscales directas a los consumidores) financiado mediante un aumento permanente en la base monetaria. Y, finalmente, la llamada «Teoría Monetaria Moderna (MMT)» , que justifica un uso más extremo de la política fiscal, respaldada por el aumento de la base monetaria para financiar gastos adicionales (o impuestos más bajos), que implica un elevado riesgo de incremento de la inflación e hiperinflación, e ignora las implicaciones de la dinámica de los déficits más altos.
Este es el debate que se está produciendo en la actualidad y que probablemente no tardará en traducirse en cambios que afectarán a las reglas fiscales y a los objetivos de inflación muy pronto. A este respecto, existen tres puntos importantes a tener en cuenta.
Primero, debemos mantener las reglas de la política fiscal, incluso aunque hayan sido diseñadas de manera diferente a la actual. Existe el peligro de que el uso de políticas fiscales discrecionales provoque un incremento acelerado de los tipos de interés , a medida que los inversores se den cuenta de que es difícil abandonar dicho estímulo dada la dinámica de la economía política. En segundo lugar, los bancos centrales deben mantener su independencia y no estar sujetos al dominio fiscal. Y, por último, las políticas monetarias y fiscales no son un sustituto sino un complemento de las políticas de crecimiento apropiadas a largo plazo.
El debate sobre la política fiscal no ha hecho más que comenzar. Es necesario que su relación futura con la política monetaria se enmarque dentro de estos principios.
José Manuel González-Páramo es consejero ejecutivo y responsable de Economía y Relaciones Institucionales de BBVA