La Moncloa, pendiente de un rebrote del CEC-20

Las grandes compañías estratégicas españolas convulsionan entre el susto a las nacionalizaciones amparadas ahora por Bruselas y la muerte de otra intentona de crear un Gobierno empresarial en la sombra que «reconstruya» la competitividad

Foto de familia del Consejo Empresarial para la Competitividad en 2011 ABC
María Jesús Pérez

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el Gobierno Sánchez-Iglesias no dice toda la verdad, si es que dice alguna, pero el caso es que no lo hace al cien por cien cuando afirma que trabaja para «minimizar las críticas» contra su forma de mandar. En el envés de esa falsa moneda se oculta la clave: minimizar las críticas... para poder hacer lo que considere necesario. ¡Faltaría más! Y es que este Ejecutivo de la desmesura –¡no les avergüenza mantener la mastodóntica estructura creada para dar cobijo a tanto cargo inútil con lo que están soportando el resto de ciudadanos españoles!– no se ha llevado por delante a Locke, Montesquieu y al mismísimo «El espíritu de las leyes» en un par de meses, para que nada ni nadie les adelante ahora por la derecha en su asalto al cielo. ¡Con lo que ha costado la conquista e invasión!

La pandemia ha dejado en los huesos al tejido productivo patrio, con la mitad de nuestras empresas pidiendo ayudas desesperadamente y la otra mitad también a la desesperada y sin ayudas. La situación la pintan calva para que un Gobierno de marketing y propaganda como este se cuele por detrás en las compañías bandera de España y encima tengan que pedir perdón por darle la espalda. Ya saben, donde unos ven riesgo otros encuentran oportunidades. Si no que le pregunten al hoy vicepresidente por obra y gracia del Espíritu Sánchez, Pablo Iglesias, y su travesía desde Vallecas a las páginas del «Finantial Times», ¡todo sea por la causa!

Resulta que hasta los oídos de Iván Redondo ha llegado la noticia de un virus, si no tan temido por sus terribles efectos económico-sanitarios como el Covid-19, sí inquietante para su particular juego de tronos: el CEC-20. Una mutación, una cepa nueva más peligrosa que aquel Consejo Empresarial para la Competitividad que entre 2011 y 2017 se llevó por delante buena parte de los principios de funcionamiento institucionales de España.

En La Moncloa siguen de cerca la curva de este rebrote de gobierno en la sombra, analiza los movimientos empresariales al microscopio para determinar al «paciente cero», al Adán que pretende darle un mordisco a la manzana de su paraíso corporativo. Sabe de buena tinta que hay mucho asintomático agazapado.

Banca, Energía y Telecomunicaciones, por este orden, figuran en la hoja de ruta del manual de todo conquistador, y en el seno del Ejecutivo ya tienen al menos las coordenadas de entrada de tan magnífica amenaza. No están dispuestos a que nadie les arruine sus planes, ahora que se encuentran de enhorabuena con el beneplácito de Bruselas. ¡Ahí es nada! ¡Y precisamente ahora! cuando los europeos pensábamos ya que aquello de entrar cual elefante «público» en una cacharrería «privada» se había acabado se nos echa encima la mayor crisis sanitaria de dimensiones planetarias que podríamos imaginar a estas alturas, y resurgen ideas en las instituciones del populismo más abyecto y peligroso que ha conocido hasta ahora la democracia española. A las cavernas económicas derechitos al menor descuido.

El caso es que en La Moncloa no están dispuestos a que nadie les arruine sus planes sobre Bankia y BBVA, que el PNV es ahora más necesario que nunca –miren si se ha cobrado ya parte de su apoyo con el visto bueno a el País Vasco a poder desplazarse entre provincias– y no sobran precisamente comodines en la baraja de concesiones de legislatura. Grandes nervios hay también en Cataluña y el resto del levante español, donde las entidades bancarias están entre la espada del independentismo y la pared de intervencionismo estatal. Tampoco parece dispuesto el ala oeste, donde habita Pablo Iglesias, a que ningún particular avispado le levante la cartera nacionalizadora de alguna energética de bandera, pues qué mejor renta básica que te regalen el recibo de la luz, y todo vestido de verde y sostenible. Poco podrán hacer los que ahora se apresuran a acercarse a la ministra de la cuestión, Teresa Ribera, pidiendo árnica y mucha visión a largo plazo.

Y qué decir de las telecomunicaciones. Esta semana se daba a conocer la mayor operación corporativa en la historia de Telefónica, un requiebro de su presidente, José Mª Álvarez-Pallete, en plena pandemia para proyectarse en el mercado anglosajón y dar un golpe en la mesa del anquilosado empresariado patrio. Pero conviene tener presente que en España el éxito es lo único que no se perdona, y mientras cuaja la alianza no faltarán los adictos a echarle el guante a una empresa que ahora es más apetecible que nunca y que no dudarán –no dudan– en forzar la cerradura de la reputación para colarse hasta la cocina. Habrá que recordar que no se puede ser tan de los otros que no se sea de uno mismo.

Y así está el patio del antes conocido como selectivo Ibex, en peligro de salir de las brasas y caer en las llamas, de evitar la alargada mano nacionalizadora del Ejecutivo para terminar en el bolsillo de unos cuantos desocupados. Siempre hay que poner más cuidado a un final feliz que a una aplaudida entrada. Y, luego, dejar hacer a los que hacen. Para esto sí que no hay cura. Espero que Europa lo ate todo bien en corto, si no ¡abróchense los cinturones!

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