Los jueves aún no son los nuevos viernes en el mercado laboral
La propuesta de trabajar cuatro días a la semana choca con el presentismo y el peso del sector servicios
Por ahora es una utopía, pero ya hay voces (y no solo de propuestas de izquierdas durante las campañas electorales) que empiezan a abrir el debate sobre la conveniencia o no de reducir la jornada laboral a cuatro días a la semana, sobre todo teniendo en cuenta que hoy día el tiempo es un bien escaso muy apreciado por la mayor parte de los trabajadores. Y que, en el futuro, cuando culminen el proceso de digitalización y robotización, que ha traído consigo la revolución tecnológica, habrá más momentos disponibles para invertir en ocio. Esta reflexión se abordó esta semana en el seno de la VI Jornada de Derecho del Trabajo y de la Seguridad Social, que organizó la Universitat Oberta de Catalunya (UOC). Entre otras conclusiones, se vio que, de momento, en España no existe mucha voluntad para que se trabaje de lunes a jueves y tampoco en nuestra economía se dan las condiciones idóneas para ello.
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Experimentos para comprobar el éxito que tendría una jornada laboral de cuatro días se han realizado de forma muy puntual. Por ejemplo, la empresa neozelandesa de fideicomisos Perpetual Guardian permitió que sus 240 empleados librasen tres días a la semana durante mes y medio. Se tomaron medidas como reducir el tiempo de las reuniones o prohibir el uso de internet para actividades que no estuvieran relacionadas con el trabajo. El resultado: la productividad aumentó y se redujo el estrés entre los trabajadores. También Microsoft ha sido otra de las pioneras en ensayar con éxito una jornada laboral de cuatro días a la semana en su sede de Japón.
Mayor conciliación
«Hoy por hoy ningún país del mundo hace esto», afirma Javier Blasco, director de Adecco Group Institute, que recomienda tomar en su justa medida los experimentos que se han producido. «En Japón se trabajan muchas horas al día, existe un estrés brutal, tienen muy baja productividad y solo cinco días de vacaciones al año. En esas condiciones, si una empresa permite que sus trabajadores nipones libren tres días a la semana durante un mes, siempre va a resultar positivo», objeta. «Pero menos horas de trabajo no siempre se corresponde con mayor productividad», defiende.
Ha cien años que en España se extendió la jornada laboral de ocho horas diarias
A nadie se le escapa las ventajas que puede traer consigo una jornada laboral de cuatro días: mejora la conciliación, se reduce el consumo energético, menor estrés para el trabajador, ahorro de tiempo en desplazamientos sobre todo en las grandes metrópolis... Sin embargo, detrás de esos beneficios también surgen muchas dudas: ¿si la jornada se reduce a cuatro días también se reducirá el salario? «Nadie va a querer dar el mismo salario con menos prestación. Y si se hiciera, eso repercutiría en la cotizaciones. Si queremos mantener el Estado de bienestar que tenemos, ¿cómo lo sostendremos? ¿estamos dispuestos a renunciar a él? Porque las cuentas solo salen de las rentas del trabajo. Somos el tercer mejor modelo sanitario del mundo, nos encontramos entre los mejores sistemas de Seguridad Social del planeta... Sin embargo, todavía no tenemos resuelta una normativa que regule de qué manera van a cotizar los robots que sustituyan a personas», plantea Javier Blasco.
Tampoco la estructura económica ayuda a implantar la jornada laboral de cuatro días. «España es un país muy dedicado al sector de los servicios, hay un alto nivel de presentismo en el lugar de trabajo, tiene niveles elevados de economía sumergida y trabajadores con una parte del salario vinculada a objetivos para cuyo cumplimiento se ven obligados a sobrepasar la jornada ordinaria», explica Antonio Fernández, profesor de Estudios de Derecho y Ciencia Política de la UOC. Se añade una premisa más: «Hoy por hoy el modelo de capital y fuerza laboral es salario a cambio de una prestación. Siempre se pedirá que la productividad esté por encima de las horas trabajadas», indica Javier Blasco.
No todo está perdido. La jornada laboral de cuatro días «es complicada de implantar, porque no existe voluntad para llevarla a cabo. Pero nada impide hacerla en una empresa y siempre se puede llevar a la negociación colectiva en un sector o en una compañía y que cada uno se adapte», sostiene Antonio Fernández. De esta forma, hay empresas que han negociado jornadas ordinarias semanales de 35 horas para sus trabajadores, es decir, inferiores a las 40 horas semanales que regula el artículo 34 del Estatuto de los Trabajadores.
Tendencia a la flexibilidad
Y ese parece ser el camino. «Se están tomando iniciativas desde el Estado para modificar la jornada laboral pero que no van encaminadas a la reducción de horas, sino al estableciendo derechos de conciliación, regulando reducciones de jornada, el teletrabajo... Se tiende a una normativa más flexible para mejorar el descanso y la conciliación», cuenta Antonio Fernández.
Precisamente, este debate se ha abierto justo cuando la jornada laboral de ocho horas diarias, cinco días a la semana, cumple cien años de implantación en España. Fue uno de los grandes logros laborales del siglo XX. Esa parece ser la tónica en toda Europa. Sólo Francia aprobó las 35 horas semanales en el año 2000, que apenas se cumplen. Y S uecia también experimentó la jornada de seis horas diarias, que finalmente no se implantó. Ensayos que quizá sean premonitorios de que en un futuro robotizado y automatizado los seres humanos solo trabajen de lunes a jueves para que disfruten más de su tiempo de ocio.