ENTREVISTA

Juan José Toribio: «Nos hemos quedado sin antibióticos contra la crisis»

«La crisis de imagen que sufre la banca es tan grave como su problema de falta de rentabilidad», avisa el profesor emérito de Economía del IESE

El profesor de Economía Juan José Toribio ABC

MARÍA CUESTA

Si explicar con claridad las causas de la pasada crisis fue una tarea que sólo unos pocos pudieron desarrollar, analizar el camino hacia la recuperación promete no ser menos. Juan José Toribio, profesor emérito de Economía, presidente del Centro Internacional de Investigación Financiera y presidente de la Fundación Internacional IESE, perteneció a ese selecto club. Hoy admite la «intensa complejidad» de la situación que vivimos y se lamenta de no poder vivir trescientos años más para ver su desenlace. «Cuando termino mis conferencias suelo decir: ‘si ustedes me han entendido es que me he explicado mal’». La lectura de esta entrevista confirmará que Toribio también es un experto en el arte de la ironía.

—¿Cuál es el epicentro de las nuevas turbulencias económicas?

—Son varios factores, interrelacionados entre sí, pero en primer lugar pondría a China. El despegue económico del gigante asiático estuvo inicialmente centrado en una fuerte inversión, que le proporcionó un gran impulso exportador y un fuerte crecimiento. Pero con la crisis de 2008, la demanda mundial se desplomó y las exportaciones chinas sufrieron un colapso. El gobierno chino no tuvo más remedio que cambiar de estrategia. Basaron entonces su impulso en un incremento muy fuerte del crédito, que les ha traído después muchos problemas: un exceso de capacidad instalada, una burbuja inmobiliaria y excesivo gasto en construcción. Además de una subida de los salarios reales que les ha restado competitividad.

—Esta situación suena similar a la que vivimos en España...

—Sí, pero la diferencia es que en España la burbuja de gasto se financió con ahorro exterior. En cuanto la crisis internacional cerró los flujos de fondos, el gasto interno español se bloqueó. Este no es el caso del gigante asiático. China ha financiado su burbuja con ahorro interno, lo que les ha protegido de frenazos tan bruscos como el español. Al menos, les ha dado más tiempo para el ajuste, aunque tienen que llevarlo a cabo tarde o temprano.

—¿Y resulta creíble su hoja de ruta?

—El gobierno chino ha anunciado ahora una política de moderación del crédito, con mucha menor construcción inmobiliaria, pero con un impulso al consumo interno y los servicios. Todo ello parece tener sentido sobre el papel. La gran duda es cómo se hará, cuánto tiempo será necesario para lograr el cambio y qué ocurrirá, mientras tanto, con la economía.

—¿Cómo afecta la caída de la demanda de China al resto del mundo?

—El menor consumo de China ha deprimido la demanda de petróleo coincidiendo, además, con un aumento de la oferta. De ahí la caída de los precios, a la que no se ve una salida a corto plazo. Obviamente, la demanda de petróleo subirá en algún momento, pero puede llegar a ser un proceso muy lento. Además, la oferta de crudo ha estado siempre condicionada por planteamientos geopolíticos.

—¿Y en el resto de la materias primas?

—Ocurre algo similar. En los últimos años se han llevado a cabo fuertes inversiones en minería, al socaire de la intensa demanda china. Sólo un ejemplo: el gigante asiático era el responsable del consumo del 60% del cobre de todo el planeta. El exceso de inversión se ha visto acompañado por avances tecnológicos en la extracción minera. El consiguiente aumento de producto en el mercado, unido a la menor demanda china, ha hundido los precios. Este desequilibrio, a su vez, ha alterado las posiciones relativas de muchos países en el mundo. Exportadores de petróleo y de materias primas, que son en su mayoría países emergentes, han sufrido las consecuencias. Los importadores de esos materiales, que son en su mayoría economías avanzadas, han recibido, por el contrario, un viento de cola. De hecho, lo que se ha producido ha sido una transferencia de recursos desde los países emergentes hacia los más avanzados.

—¿Vivimos entonces la clásica recuperación de las economías avanzadas frente al declive de los emergentes?

—En parte sí, aunque el escenario se complica con otros factores. Estados Unidos fue el primero en poner en marcha una política monetaria expansiva, hasta 2014. Desde entonces solo ha llevado a cabo subidas testimoniales de tipos de interés. Los europeos y los japoneses respondimos -tarde, pero lo hicimos- con programas monetarios expansivos, incluida la compra de bonos por parte del Banco Central. También los chinos lo hicieron, de forma que todo el mundo ha vivido en una expansión monetaria exagerada. Pero tan pronto como los Estados Unidos anunciaron que iban a comenzar a regularizar su política monetaria, el tipo de cambio del dólar se vio impulsado al alza, con presiones bajistas para las restantes monedas, en especial, para las divisas de las economías emergentes. Estos países tienen deudas muy importantes en dólares, lo cual hace que su situación, que comercialmente ya era muy complicada, se enrede todavía más desde el punto de vista financiero. Se ha provocado, así, una salida de capitales de esos países y una desviación de la inversión hacia mercados más seguros. El problema es que, tras la globalización, todas las economías están vinculadas. Muchas compañías de los países avanzados han invertido en los emergentes. Y muchos bancos han comprado la deuda de aquellos gobiernos, o han financiado a compañías para que invirtieran allí.

—¿Y esto a dónde nos lleva?

—Desde luego, no a una crisis como la de 2008. Lo que vivimos ahora no tiene nada que ver con aquello, aunque es cierto que la situación se está complicando algo en los últimos meses. Quizá no se teme tanto a una nueva recesión mundial, como al hecho de que, si ésta se produjera, no sabríamos bien cómo responder. Parece que nos hemos quedado sin instrumentos. Tradicionalmente hemos afrontado las crisis con dos herramientas: política presupuestaria expansiva, con más gasto público, más deuda y más déficit, o política monetaria acomodaticia, con dinero barato. Y en ambas estamos hoy muy cerca de haber agotado nuestros recursos, si no los hemos agotado ya. Puede decirse que hemos gastado todos los «antibióticos» convencionales para tratar las crisis. Ahora habría que actuar sobre la oferta, mediante reformas estructurales que son siempre más complicadas.

—Pero Europa cuenta con los vientos de cola que están ayudando a recuperar el crecimiento...

—Sí, aunque su política monetaria expansiva está teniendo consecuencias colaterales no deseadas. Para empezar, los tipos de interés negativos están provocando desconcierto en los mercados financieros. Nadie tiene experiencia en este terreno y nadie entiende muy bien que haya que pagar por el «privilegio» de prestar a otro. Además, esos tipos de interés hacen imposible para la banca obtener un mínimo de rentabilidad. Los bancos han avanzado mucho en la limpieza de sus balances, y las necesidades de provisiones son ahora mucho menores, pero si no generan margen financiero podrían volver las dificultades, en un momento en el que las autoridades están exigiendo a las entidades bancarias más capital. Se da la paradoja de que el mismo Banco Central que trata de fortalecer la solidez de los bancos está atacando su rentabilidad .Esto ha puesto a todo el sistema financiero en una situación de desconcierto, no sólo al mundo bancario. Pensemos también las en las compañías de seguros y otros grandes inversores, como fondos de pensiones o fondos de inversión en renta fija. ¿En qué pueden hoy invertir sus recursos para cumplir con sus compromisos? Este es un problema del que de alguna manera tendremos que salir, porque no podemos dejar mucho más tiempo con esta distorsión al conjunto del sistema financiero.

—¿La solución son las fusiones?

—Quizá, pero ¿quién va a querer comprar un banco no rentable, al que además le falte capital? No olvidemos tampoco que los nuevos mecanismos de resolución bancaria tienden al «auto rescate», para evitar que los contribuyentes tengan que garantizar depósitos u otros pasivos bancarios. El sistema financiero vive momentos de cambio, en tensión además con la opinión pública, la publicada, la política y la judicial, que todavía siguen contemplando a la banca como si fueran minas de oro con beneficios injustificados, a los que de alguna forma hay que castigar.

—¿Es tan grave el problema de imagen como el de rentabilidad?

—Sin duda. Es un problema que existe en muchos países europeos, pero que se agudiza en España. La imagen de los bancos nunca ha sido positiva, pero durante la crisis se deterioró, con consecuencias graves, probablemente más de lo que los propios bancos creen. En la calle se ha creado toda una cultura en contra de las entidades y, desgraciadamente, los reguladores, los políticos y los jueces responden a ella. Los bancos no han hecho quizá suficiente esfuerzo para lavar su imagen de forma conjunta, aunque lo cierto es que la banca no tiene nada que esconder. A lo largo de la crisis se han dado casos notorios de incompetencia en la gestión, especialmente en varias cajas, pero esto no ha sido algo exclusivo del sector financiero.

—Pero se ha responsabilizado de la crisis a los banqueros...

—¿Y quién es hoy el «banquero», en cuanto propietario del banco?. Ya no el señor horondo, con chistera y puro, figura propia del siglo XIX. Ahora la propiedad se diluye en los mercados de valores y ahí los grandes protagonistas son inversores institucionales, entre los que se encuentran, por ejemplo, los fondos de pensiones, es decir, el refugio de los ahorros de muchos trabajadores. Así, los banqueros de hoy, es decir, los accionistas últimos de los bancos son, al menos parcialmente, pensionistas, trabajadores en expectativa de jubilación, y grandes clases medias. Ni el sindicalista más utópico del siglo XIX lo hubiera soñado, pero es así. Hay que ser muy prudente cuando se habla de limitar los beneficios de los bancos.

—¿Qué salida ve a la crisis de rentabilidad?

—No podemos continuar mucho tiempo con estas políticas monetarias tan expansivas, que son irracionales si se prolongan en demasía. Claro que un retorno a tipos de interés más normales tiene que ser acometido por todos los países al tiempo. Porque cuando un país trata de hacerlo por su cuenta, como ha pasado en el caso de los Estados Unidos, el efecto alcista sobre su tipo de cambio genera un freno a la economía nacional.

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